El entrenamiento de la selección uruguaya de no videntes
Los jugadores en plena actividad.

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No es discapacidad, es talento

La selección uruguaya para ciegos transmite la esencia y lo más valioso del deporte
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08 de enero de 2017 a las 05:00

Aquel muchacho que quiso ser futbolista y quedó ciego tiene un lugar donde cumplir el sueño. Es una suerte de revancha o de segunda oportunidad.

Si se concibe al Uruguay como un milagro del fútbol debido a su población, no es casualidad que de 3.000 ciegos que hay en el país, exista entre ellos una selección de futsal. Aún no alcanzan para formar una liga, y por eso cuatro de ellos viajan una vez cada 15 días a Argentina para jugar fecha por fecha e ilusionarse con un título, como miles de jugadores profesionales o amateurs uruguayos.

Las reglas
Para que exista este fútbol deben hacerse adaptaciones necesarias. La primera es la pelota: con un cascabel en su interior funciona de sonajero para que el jugador se oriente hacia el balón.
La segunda es la cantidad de jugadores. En la cancha, y el arquero es el único vidente. Él es vital en la comunicación del equipo durante el partido y se encarga de guiar a la defensa. Fuera del campo hay dos guías: el técnico, que conduce desde la mitad de la cancha, y otro colaborador parado detrás del arco contrario que mediante indicaciones (golpes en los palos, avisos para rematar) ayuda a los delanteros a convertir.

En ambos lados de la cancha, dos vallas de 1,2 metros de alto colaboran con la seguridad de los jugadores y la fluidez del partido.

Los protagonistas
La realidad de esta selección se puede ver reflejada en el propio estilo de la selección de Tabárez: defensa aguerrida, mediocampo de marca y arriba un "Luisito" Suárez, que en este equipo es Anthony Da Luz.

Magro, de piernas flacas y pies ligeros. Hábil con la pelota, se luce trasladándola a una velocidad que asombra o desconcierta. Amaga por adentro y se va por afuera. Es como un columpio que se hamaca dejando a rivales por el camino.

Hecha la comparación con Suárez, sería más preciso compararlo con el Luis del Liverpool; que se las arreglaba solo y se inventaba un gol donde nunca podía ser.
Quisieron nacionalizarlo argentino pero se negó. Jugó en Brasil y lo pidieron de Colombia. Al final decidió quedarse en Montevideo, donde está construyendo junto a su novia una casa en Lezica. "Para nosotros es un orgullo cada vez que salimos a jugar por Uruguay. Defendemos a muerte la camiseta porque es parte de nuestra idiosincrasia", dice Anthony.

Cuando perdió la vista pensó que no iba a poder jugar más al fútbol. Al poco tiempo se enteró que existía la selección de futsal de ciegos, pero le costó un mes empezar "por temores: creía que nos íbamos a chocar y pegar todo el tiempo". Pero respetando las reglas, asegura que es un deporte más.
Arel Sirin es uno de los goleros de la selección. Actualmente está radicado en México pero comenzó atajando en el 2009, un año después de que la selección comenzó. Desde entonces ha participado en dos copas América y en dos juegos Para-Panamericanos. "Me invitaron a practicar porque estaban buscando arqueros y pensé que me arrepentiría si no iba a probar", cuenta.

Apodado el "Turco", y siendo el único con visión del plantel recuerda su primer encuentro con el equipo. "Cuando llegué me quedé esperando unos segundos a que me saludaran. Inconscientemente le extendí la mano al primero sin decirle nada", dice entre risas.

Actualmente, los jugadores de la selección ocupan el mismo lugar en su vida diaria que sus amigos del liceo, de la facultad o del trabajo. "Con algunos hemos ido a veranear juntos. Hacemos las mismas cosas: vamos a la playa, jugamos al fútbol, al tejo, nos metemos al agua y de noche salimos, saben acoplarse".

Lo de adentro
En un partido de futsal de ciegos, los espectadores se sorprenden con gambetas, caños, goles y con el fervor que se vive dentro de la cancha. "Muchas de las cosas que pasan acá, suceden en el fútbol convencional", explica Anthony. Para él, la persona que jugó al fútbol común y tuvo visión normal tiene mayor facilidad para aprender respecto al que nunca vio.

Sirin atajó durante mucho tiempo en la Liga Universitaria y también encuentra un punto en común entre el deporte convencional y el futsal de ciegos. "Cuando te involucrás en un cuadro y están todos tirando para el mismo lado, te concentrás en un objetivo. Cada uno aporta desde su lugar lo máximo para el equipo. En definitiva, este es un deporte colectivo, la discapacidad pasa a un segundo o tercer plano. Eso hace que vivas el partido de la misma forma que el fútbol convencional. Es todavía más fuerte porque estás representando a tu país".

Paulo Muiño, defensa, cuenta que se eriza cada vez que entra a la cancha a competir por Uruguay. "Es algo inexplicable, es como estar representando a 3 millones de personas y a 19 departamentos. Es un orgullo muy grande".

En ese sentido, el técnico de esta selección, Ricardo Da Luz (padre de Anthony), reconoce que es una discapacidad complicada, pero que si algún jugador tenía el sueño de jugar al fútbol cuando veía y no se le dio, "ahora tiene la oportunidad de hacerlo siendo ciego".

La selección de futsal de ciegos se desempeña en el deporte paralímpico donde además, compiten nadadores sin brazos ni piernas, arqueros que tiran flechas con los pies y basquetbolistas que encestan en sillas de ruedas.

Cortázar escribió en Rayuela "hay ausencias que representan un verdadero triunfo". Pero la mejor definición es de Jefinho, una de las estrellas del futsal de ciegos de Brasil: el deporte paralímpico "no es discapacidad, es talento".

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