Diego Dorta en el presente

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No quiso ir a Nacional, hizo el gol que inició el segundo quinquenio de Peñarol y representó a Luis Suárez: la vida de Diego Dorta

Fue uno de los máximos exponentes futbolísticos de la década de 1990
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04 de marzo de 2023 a las 05:01

Un día dijo basta. En el pináculo de su carrera, en la edad en la que maduran los futbolistas para dar lo mejor, con solo 28 años, habló con su esposa Ana Elena y con todo el dolor del mundo, dejó de jugar. También lo habló con Marcelo Tejera, un gran amigo del fútbol. Habían pasado tres operaciones del tendón de Aquiles y una hernia de disco. No daba más.

El ánimo no era el mejor, claramente. Anunció en Peñarol que no iba a seguir y casi enseguida, recibió la primera llamada. Era su ídolo de la infancia, Fernando Morena, justamente para levantarle el espíritu.

Diego Martín Dorta estaba predestinado para ser crack. Desparramaba clase en cada movimiento, en cada transición, en los pases al vacío, en las coberturas. Era un volante completo, con llegada y con gol. Y fue crack, aunque podría haber sido mucho más de no ser por esas lesiones.

Dorta recordó sus épocas de futbolista

“Todo empezó con una tendinitis normal y después por no correr de la mejor manera y cargar la pierna sana, me surgió una hernia de disco que me dejaba duro. Por eso dejé de jugar. En la tercera operación del tendón de Aquiles –que fue en Estados Unidos– me metieron seis tornillos, fue una operación compleja. Lo que quería era mejorar el estilo de vida”, cuenta crudamente Dorta a Referí.

Y agrega: “Fue una pena. Jugaba contra muchos rivales, sobre todo, los dolores. Pero no me arrepiento. Sirvió para afianzar más nuestra relación con mi esposa y tener dos hijos, Ana Belén, quien fue al Crandon y estudia comunicación, y Juan Martín, que jugó en las inferiores de Liverpool y Boston River, y hoy lo hace en Central como volante medio, mientras se graduó y va a hacer Educación Física en el ISEF”. 

Tuvo una posibilidad concreta de ir a Cagliari, pero otra lesión, lo dejó sin Europa.

Diego Dorta en familia junto a su esposa y sus dos hijos

“Previo a la Copa América 95, me había embromado el aductor por correr mal. Defendí a la selección contra Inglaterra y Yugoslavia, sentí la lesión y jugué así una final de la Liguilla con Peñarol. Paco Casal me dijo que estaba hecho mi pase a Cagliari, pero por la lesión, él fue al Charrúa porque hacíamos la preparación para la Copa 95, y hablamos con (el médico celeste, Carlos) Voituret, le mostramos la zona y convinimos en que era imposible que pasara una revisión médica. En su momento fue un bajón, pero tenía por delante la Copa América y quería recuperarme para jugar en la selección”, explica.

Hacía tres días que Nacional le había ganado la final de la Copa Intercontinental a Panathinaikos en el Centenario y se terminaba 1971. El 31, el último día, su mamá Estela y su papá Nelson –quien había jugado en La Luz y justamente en Nacional–, recibieron la felicidad de la llegada de Diego.

“Me sonrojo porque mucha gente me dice que le puso Diego Martín a su hijo por mí. Me acuerdo que el Payaso Pelusita me contó que hizo una promesa con su señora en 1993, que al hijo que esperaban, le iban a poner el nombre de quien hiciera el gol ante Cerro y así fue después que yo anoté para lograr el primer título del segundo quinquenio de Peñarol”, dice.

Diego Dorta no se quiso perder el Mundial Qatar 2022 y allí estuvo acompañando a la selección uruguaya

Se crió en Caiguá y Criollos, cerca de Albatros. Eran tiempos de jugar todo el día en la calle, y a todo: “Al cordoncito, utilizábamos el cordón para hacer una pared, los árboles de arco. Eso te daba el manejo de pelota y esa calle me ayudó. Le pegaba de zurda o de derecha y sin querer, me iba haciendo. Jugaba contra rivales más grandes y era tremendo. Te iba forjando el carácter”.

Pero tampoco faltaban los juegos de niños de aquella época y, por supuesto, en la calle. “Recuerdo las chatas con rulemanes, trompos, bolitas, cometas. Mi hermano Ignacio, un año y medio menor que yo, era medio indio. Viví una infancia súper feliz, que uno añora”.

Empezó a jugar al baby fútbol en Sagrada Familia de la Liga Atahualpa. Uno de los rivales que recuerda era Luis “Bicho” Silveira, quien era el arquero de Huracán Belvedere y supo hacerle algún gol.

Así lo cuenta: “Era todo energía, carácter, era medio kamikaze, un indio. Después se dedicó al básquetbol e hizo una carrera impresionante. Otro rival que recuerdo era el Coco Echagüe, que jugaba de delantero zurdo en Dryco Colón, y lo hacía muy bien”.

Su técnico se llamaba Luis Romero y lo invitó a jugar en la Preséptima de Central. Se animó y comenzó su carrera, siendo campeón en Sexta, y dos veces en Quinta, manteniendo amistades hasta hoy. “Luis armó grandes grupos. Era compañero de Darío Ubriaco y Leo Barizzoni, el hijo de Cacho”, indica.

Fue a la escuela pública 101 en Criollos y Burgues, con “maestras que marcaban la vida. Anabella, la de Primero y Cuarto, era mamá de Germán y Javier Ojeda y este hoy es mi médico de cabecera.  Cosas que me dejó el barrio y la infancia. Todos fanáticos de Peñarol, lo seguíamos a todos lados”.

Fernando Morena festeja la Copa América 1995 junto a Fernando Álvez

Fernando Morena era su ídolo, y años después lo tuvo como técnico y “fue un privilegio. Al otro día que dejé el fútbol, el primer llamado que recibí fue el de Morena, saludándome, dándome fuerza. Una delicadeza de su parte. Un crack en todo sentido, con mucho carisma, una personalidad increíble, con un perfil distinto, con la cabeza por arriba de la media de los jugadores, y siendo ejemplo de todo, la forma de entrenar, conducta, hábitos. Era el primero en todo. Después, de adolescente, me gustaba mucho el Chueco Perdomo y hoy somos amigos. Siempre me ayudó y fue muy bueno conmigo, me transmitió su experiencia, siempre fue muy generoso, con valores de antes y cuestiones que han dejado una huella en las formativas de Peñarol”.

Los inicios de Diego Dorta en el profesionalismo en Central Español; es el primero de los de abajo desde la izquierda

Con solo 16 años debutó en Primera división. Pedro Cubilla era el técnico. Lo llevó a la pretemporada, estaban complicados en el descenso y era un chiquilín. Se dio en el Nasazzi contra Bella Vista. Su segundo fue contra Wanderers en el Viera, con rivales de la talla del peruano Juan Carlos Cabanillas y Juan Carlos Paz. Así comenzó a codearse ante rivales duros en la mitad de la cancha. En 1988, ante aquel Danubio que era un ballet y fue campeón uruguayo, lidió contra Ruben Pereira. También contra Julio Ribas en Bella Vista. Y ante los grandes, enfrentó en su zona al Chueco Perdomo en Peñarol y  a Wilmar Cabrera, Jorge Cardaccio, y se cruzaba con Felipe Revelez.

Recuerda aquella época: “Arranqué de titular y no salí más. Pedro me dio la confianza. Nuestro arquero era Gustavo Fernández –campeón de América y del mundo con Peñarol en 1982–, después Pablo Fuentes y Mario Alles. Atrás, bancaban Cuchillo Quevedo –que en paz descanse– y César Payovich, y adelante estaban Elbio Hernández y Fernando Barboza. Nos salvamos del descenso. Era duro porque era joven y me tiraban encima el cuerpo y yo tenía que aprender”.

Toda la estampa de crack de Diego Dorta en un parrido de la selección uruguaya

Era apenas un botija de 19 años y Nacional se fijó en él. Arreglaron todo con su representante, Paco Casal, pero no quiso ir y se armó. “Nacional era campeón de América y del mundo, pero con todo respeto, creía que podía darse la posibilidad de Peñarol y esperé. Por eso no quise arreglar. Central me declaró en rebeldía y Casal descomprimió un poco el tema. Enrique Baldrich era el presidente”.

Y su profecía se cumplió. Llegó a Peñarol unos meses después. Amadís Errico miraba mucho a los equipos menores y trataba de nutrir a los aurinegros. “Yo sabía que estaba en el radar de Peñarol. A fines de 1990 llegó con César Menotti como técnico “y se cumplió el sueño del pibe”.

Un cambio en su vida

Llegar a un grande siempre es especial y más siendo hincha y habiendo esperado esa oportunidad.

De entrada, Menotti lo cobijó. “Un seductor desde la palabra y el poder de convencimiento que tiene sobre el jugador. Tenía una forma diferente de entrenar. Nos jugó una mala pasada el achique, que nos condicionó en el comienzo de año. Quizás no lo interpretamos de la mejor manera y a los pocos partidos de la segunda temporada, le costó el puesto. Después lo tuve en Independiente, un fútbol que conoce mejor, y ahí tuvo un muy buen rendimiento. Te encantaba escucharlo hablar de fútbol y sobre todo, te daba mucha confianza para jugar. El que sabe llegarte al jugador desde la palabra, es muy importante. Pregonaba mucho el engaño en mi función de volante, que pasara corto y amagara con el pase largo, y a la inversa, sin anunciar las jugadas. Para mí, era espectacular porque mucho del juego, pasaba por mis pies”.

Menotti lo dirigió en Peñarol y en Independiente

No era la mejor época de Peñarol. Pasaron otros técnicos y en 1992 llegó el yugoslavo (en aquella época) Ljubomir Petrovic, nacido en Bosnia & Herzegovina.

Cuenta Dorta: “Tenía una metodología de trabajo distinta para el momento que gustaba, muy novedosa. El profe (Alejandro) Valenzuela trabajaba en las formativas y se unió a Primera. Pero era un técnico que quería trabajar casi solo, venía de ser campeón de Europa con Estrella Roja de Belgrado. Cuando lo estábamos entendiendo, se fue por la guerra de los Balcanes. Su famoso ‘Catástrofa’ es lo que se recuerda de él, porque cuando enfrentamos a Progreso en el Paladino, calentamos en las afueras en una callecita. Él no lo podía creer. Intentábamos conocerlo y se fue, no le avisó a nadie, ni siquiera a Chiquito Mazurkiewicz que era muy cercano. Lo esperamos horas en Los Aromos y no apareció, se había subido a un avión. Al año siguiente, fuimos con Peñarol a Grecia en una gira. Él dirigía a Olympiacos, y nos contó que había fallecido un hermano en la guerra y quiso ir a acompañar a su familia y pelear con sus compatriotas”. De los 100 mil muertos de esa guerra, 65 mil eran bosnios.

Ljubo Petrovic dirigiendo a Peñarol en mayo de 1992 en el Estadio Centenario

Y se vino 1993. Hacía siete años que Peñarol no era campeón uruguayo y la hinchada no aguantaba más. Fue electo presidente José Pedro Damiani y Casal aportó a varios jugadores.

“Después de 1987 costó encontrar el rumbo en el club, no era fácil conseguir resultados, hasta que en 1993 vino Damiani y quedamos varios del club y llegaron otros. Estábamos el Tano Gutiérrez, Cedrés, el Chueco Perdomo, Mario Saralegui y yo, y vinieron Marujo Otero y Darío Silva. Se armó un equipo bastante balanceado y con Gregorio (Pérez) a la cabeza, se armó un buen grupo. En la segunda rueda nos pinchamos un poco, pero para mí fue una satisfacción poder hacer ese gol contra Cerro en el último partido por cómo estaba el Estadio fue un gran regalo que me dio el fútbol. Yo jugaba de 8 y el Chueco de 5, con Bengoechea de 10. De 8 podía pisar más el área, tenía la posibilidad de ir de área a área y el Chueco era más posicional, más volante táctico, de orden”.

Aquí puede verse el gol de Dorta a Cerro que le dio el título a Peñarol en 1993, desde el minuto 5,58: Clickeá en donde dice Mirar en YouTube:

En 1994 se fue el Chueco Perdomo y pasó a jugar de 5, “donde más me gusta. Llegamos a dos finales de la Copa Conmebol y me quedé con la sangre en el ojo, porque de haber ganado al menos una, hoy se valoraría muchísimo, con lo lejos que quedó el último triunfo internacional de un club uruguayo. Hubiese sido un logro tremendo para las nuevas generaciones”.

Dorta afirma que esos primeros tres años del segundo quinquenio de Peñarol “fueron increíbles y los recuerdo con mucho cariño. Un orgullo y una satisfacción enorme”.

Su padre es de Gregorio Aznárez y trabajó en Rausa, además de jugar en la selección de Maldonado, por lo que conocía muy bien a Gregorio Pérez, su técnico. “Se conocen de toda la vida. Creo que llegaron a jugar juntos. Gregorio fue un padre futbolístico, fue increíble la confianza que me tuvo, me marcó como a toda una generación, no solo en lo futbolístico. Me había tenido en una selección sub 19 que jugó en Buenos Aires, con Diego Mugica, Cedrés, el hijo del Bolita Arispe y Marcelo Saralegui”.

Gregori Pérez y Pablo Bengoechea en plenos inicios del segundo quinquenio de Peñarol

Sus grandes desempeños en Peñarol tras cinco temporadas, hicieron que Independiente se fijara en él. Había transferido a Perico Pérez y buscaba un jugador en ese puesto. Fue un técnico de las inferiores de Nacional quien lo recomendó.

“Me llamó Casal para decirme de la posibilidad de Independiente. Había salido campeón de la Supercopa. Humbertito Grondona, había dirigido las inferiores de Nacoinal y era asistente del Zurdo López, el técnico. El fútbol argentino siempre fue un atractivo, me gustó el desafío y la charla con Casal que era el primer paso para ir a Europa. Yo venía de ser campeón de América y enseguida fui campeón de la Supercopa con Independiente que la obtuvo de nuevo. Un lindo club, una linda experiencia, pero me compliqué con la lesión del tendón de Aquiles”, expresa.

Diego Dorta junto a Gregorio Pérez y Gabriel Álvez cuando todos estaban en Independiente de Avellaneda

Allí lo dirigieron además Gregorio Pérez y Menotti –ambos otra vez– y después Ricardo Gareca. “Hice el contrato en AFA y Héctor Grondona, el hermano de Julio, era el presidente del club. Después fui a firmar en AFA con Julio Grondona. Me explicó la trayectoria de los uruguayos que habían dejado una huella importante, y lo que era la historia del club. La idea era dejar esa herencia. Llegue con el Gurí (Gabriel) Álvez porque habían vendido a (Pascual) Rambert y a Perico Pérez”.

Peñarol 1993 campeón uruguayo: arriba: Nelson Gutiérrez, Gerardo Rabajda, Robert Lima, Danilo Baltierra, José Enrique De los Santos, Washington Tais; abajo: Diego Dorta, Gustavo Rehermann, Pablo Bengoechea, Marcelo Otero y Darío Silva

Volvió a Peñarol en 1998 y jugó poco tiempo porque se tuvo que operar en Estados Unidos del tendón de Aquiles. Se pagó la intervención de su bolsillo, y al regreso, la Mutual le dijo que los aurinegros eran los que tenían que hacerse cargo. Entonces interpuso un reclamo que no le gustó al Cr. Damiani.

“No me arrepiento, tengo que agradecerle al contador porque fue muy correcto y un gran presidente. No fue grato ese tema porque era el equipo de mis amores, pero tenía que hacerlo. Yo había pagado mi operación y luego de este reclamo, Peñarol me pagó”, sostiene.

El capitán de entonces, compañero suyo de la selección, Pablo Bengoechea, muy allegado al Cr. Damiani, le pidió que si podía, no le reclamara a Peñarol.

Diego Dorta en su primer pasaje por Peñarol

Así lo cuenta: “En algunas cosas, teníamos puntos de vistas diferentes. Son cosas del pasado que quedaron ahí. En el momento, la relación quedó con enojos de ambas partes, pero yo no soy rencoroso y todos cometemos errores, yo también, y siempre hubo mucho aprecio y tengo una relación muy buena con Pablo. Gabriel Cedrés, quien le había sucedido algo similar porque se tuvo que ir a operar a Estados Unidos, me apoyó”.

Con la selección juvenil participó del Mundial juvenil de Portugal en 1991 en el que se armó un gran lío. En el debut, perdieron sorpresivamente son Siria 1-0, y en el segundo partido, fueron goleados por España 6-0 con tres goles de Ismael Urzaiz, el único de esa camada que llegó a tener una carrera en Primera.

“Me expulsaron y Darío Silva le metió un manotazo a la tarjeta del árbitro, que también lo echó, y lo suspendieron por un tiempo importante. Fuimos con mucha expectativa y perdimos con Siria, nos goleó España”.

Diego Dorta en la selección sub 20 en el Mundial de Portugal 1991; Paolo Montero aparece arriba a la derecha de la foto, y abajo, el último es Marcelo Tejera, amigo de Diego

Debutó con el Maestro Óscar Tabárez en la mayor ante México en el Coliseo de Los Ángeles. Luego hizo toda la preparación para el Mundial de Italia 90 y viajaron 25 futbolistas al Mundial. Dice: “Sabía que era joven y la tenía difícil, que tenía que pelearla porque quedaban 22. Una semana antes, el Maestro dio la lista y no quedé, por lo que nos volvimos a Montevideo con Tito Goncalves y Edinson Suárez. Obvio que por más que lo esperaba, me dio impotencia y me entristeció, pero en esa oportunidad, uno sabía que los que quedaban tenían un grandísimo nivel y tenían trayectoria. Fui con una idea clara. Hubiera sido divino poder quedarse, pero hubo que aceptarlo y verlo por televisión, es parte del fútbol y a mí me sirvió muchísimo para crecer, porque los jugadores me hacían sentir bárbaro y en el futuro madurar más rápido”.

La Copa América de 1995 fue uno de sus logros futbolísticos principales

Recuerda como si fuera hoy, “mucha impotencia” que sintió en el partido con Brasil en Maracaná por las Eliminatorias para el Mundial de 1994 cuando lo citó Ildo Maneiro y tras tres triunfos seguidos, luego de un flojo comienzo con Luis Cubilla, cuando él no había sido citado, estuvieron cerca de clasificar.

“Fue un partido durísimo. Maneiro tomó el timón en medio de la competencia y citó a Gustavo Méndez, Cedrés, Ricardo Canals y a mí. Había que ganar en Brasil y fue increíble. Fue el encuentro que vi más gente en una cancha, impresionante cómo estaba el estadio, no se escuchaba a los compañeros. Aguantamos todo lo que se pudo, pero lo sufrimos muchísimo ante un equipazo de Brasil. Fue uno de los partidos que más impotencia sentí en una cancha porque era muy difícil hacerse de la pelota. Ellos tenían equipo muy aceitado, una presión bárbara, y por algo fueron campeones del mundo. Entre otros, jugaron Raí, Zinho, Bebeto, Romário, Mauro Silva y Dunga. ¡Tremendo! Lo nuestro fue mucho sufrimiento e impotencia. Son de esos partidos que no te olvidás más, te da una vergüenza increíble y para dejarlo en el olvido”, agrega.

Romário celebra con Raí uno de sus goles a Uruguay en las Eliminatorias para el Mundial 1993; Álvaro Gutiérrez lo sufre

La lesión que lo dejó fuera de la posibilidad de ir a Cagliari, estuvo a punto de dejarlo sin disputar la Copa América 1995 con Uruguay. Entonces surgió una anécdota para contar.

“Esa lesión me complicaba. Hice toda una preparación con la selección, la inauguración de los estadios del interior,  siempre entrenando con el profe Rossano que era el segundo de (José) Tejera. Y Pichón (Núñez) tomó la decisión al final y me metió con el número 21, entré con lo justo, y el número 22 fue para el Gallego Ferro que era el tercer arquero. Tanto el Pichón como Morena, me esperaron hasta el final porque pensaban que podía ser un jugador importante”, cuenta.

Dorta, con el número 21, es el primero de abajo en el equipo celeste que jugó la final ante Brasil y ganó la Copa América 95

Y sigue: “En la última charla en el viaje de retorno desde Rivera, el Pichón me dijo que al llegar a Montevideo, me hacían una resonancia magnética con el Dr. Voituret y si me salía bien, quedaba en el grupo. Rezaba para que los estudios fueran buenos y por suerte salió todo bien. Psicológicamente además me dio un efecto bárbaro para soltarme para jugar. El estudio lo hicimos de madrugada y fue un logro tremendo para mí”.

Con 23 años jugar como titular toda la Copa América “fue muy especial. Teníamos presión, un lindo grupo, después del lío con los repatriados. El Pichón era la persona justa para unir a todos. Estuvimos a la altura y conseguimos el título”.

Dice que para él “fue muy especial también porque llegué sobre el final al grupo por mi lesión. El último penal de Manteca (Martínez) nos dio la gloria y una alegría inmensa”.

Uruguay concentró en Los Aromos y compartió habitación con Aguirregaray y Bengoechea, dos compañeros de Peñarol. “Éramos los dueños de Los Aromos por haber estado muchos años ahí. Le hacíamos alguna broma a algún jugador de Nacional para que vieran lo hermoso que era Los Aromos, sobre todo, a Ruben Sosa porque era de los más demostrativos, aunque todavía no estaba tan identificado porque no había jugado en Nacional”.

Diego López, Sergio Martínez con la Copa, José Herrera y Diego Dorta, campeones de América 1995 con Uruguay

Recuerda que “la salida de Los Aromos hacia el Estadio Centenario, era tremenda. Lleno de gente que te daban unas ganas tremendas para jugar. Me acuerdo de los festejos por 18, el partido bravísimo contra Colombia con (Freddy) Rincón, (Carlos) Valderrama, Leonel Álvarez. Fue durísimo, sufrimos mucho en el primer tiempo. Tuve un choque con (René) Higuita que salió jugando hasta mitad de la cancha, lo barrí y nos llevó a levantar un poco al público, y capaz que anímicamente nos hizo revitalizar el equipo. No cobraron ni falta, pero llevó a que Higuita simulara y se armó un alboroto con un tumulto”.

Con Independiente de Avellaneda, ganó la Supercopa

Con el paso del tiempo, tras dejar el fútbol, fue representante de futbolistas y formó un grupo junto con el Pato Aguilera, Emiliano Salomón, Daniel Fonseca y José Perdomo. “Le hicimos un poco de roncha a Paco Casal. Manejábamos a Lucero Álvarez, a Luis Suárez, al Bochita Cardacio y a Martín Cauteruccio, entre otros. A Suárez lo íbamos a ver con el Chueco, ya que vivíamos más el día a día. Ya mostraba el carácter que tenía y se molestaba cuando no jugaba”, cuenta.

Diego Dorta en el presente como gerente deportivo de Albion, junto al técnico elegido: Walter Pandiani

Diego hoy trabaja como gerente deportivo de Albion. “Es una SAD que paga en fecha, pagan bien, trajimos a (Walter) Pandiani como técnico y es un equipo que por condiciones de laburo, está bueno que vuelva a Primera. Ojalá que se pueda dar esta temporada”.

No pasó inadvertido en el fútbol, no fue uno más. Se transformó en el mentor de muchos que llegaron después. Un elegido que se hizo amigo de la pelota.

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