Mundo > POR LEONARDO HABERKORN DESDE BERLÍN

Ostalgie de las cosas que han pasado

Testimonios de quienes entonces vivieron de cada lado y sobre la tarea de reunificación de un mismo pueblo, que continúa
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09 de noviembre de 2019 a las 05:04

Gabriele Wojtiniak tiene 66 años, el pelo canoso y lentes verdes que combinan con una chalina. Gabi, como se presenta, canta en el Coro del Encuentro, un proyecto que integra a través de la música a alemanes e inmigrantes, la mayoría de Siria. El coro está abierto a nuevos miembros, siempre que lleguen en parejas: un local y un extranjero. Cantan canciones germanas y orientales. Ensayan, se conocen, se divierten.

Wojtiniak habla español porque estuvo casada con un exiliado político boliviano.

El Coro del Encuentro es una de las mil facetas que Berlín muestra en los festejos del 30 aniversario de la caída del muro, un hito mundial que marcó el fin de la Guerra Fría.

La charla gira en torno a la inmigración siria y la música como vehículo para acercar culturas, pero una pregunta cambia el eje de la reunión: cuando cayó el muro, ¿hubo algún proyecto similar a este coro que ayudara a unir a alemanes orientales y occidentales?

La pregunta sorprende. Susanne Kübler, una de las coristas, que ya era adulta 30 años atrás, responde: “No conozco nada que haya sido comparable. Nosotros empezamos a hablar y a descubrir la vida del otro”.

Sonja Müseler, otra integrante del coro, recuerda el desasosiego que sintió tras aquellas primeras conversaciones con los del otro lado: “Descubrí que el cuidado del medio ambiente no les importaba nada. Sentí miedo”.

Gabi Wojtiniak, la hispanoparlante, vivió en la Alemania comunista: “Fueron más de 45 años de historia diferente, suficientes para crear una mentalidad distinta. No es un tema superado”.

Franja de la muerte

El muro de Berlín se levantó en 1961 y persistió hasta el 9 de noviembre de 1989, tres meses después de que Wojtiniak huyera de Alemania Oriental. Rodeaba la parte occidental de Berlín, que era un enclave de la capitalista Alemania Federal en medio del territorio de la comunista Alemania Oriental.

Desde Berlín Occidental se podía viajar a cualquier lugar del mundo. El muro tenía la función de impedir que los habitantes de Alemania Oriental abandonaran su país y la zona del mundo que entonces dominaba Moscú.

En el Memorial que hoy recuerda el muro, donde se conserva parte de su estructura original, Gerhard Sälter, director de su departamento de Investigación y Documentación, explica que el muro fue mucho más que un muro. Era una “franja de la muerte”. No había un muro sino tres. Además del infausto, había otros dos que impedían llegar hasta él. Había también un foso, cercas de púas, trampas antitanque, reflectores, una zona de arena para detectar las huellas de los intrusos, torretas de vigilancia y guardias que disparaban a matar.

Sälter narra que 140 personas murieron intentando cruzar la franja de la muerte o en accidentes o tragedias derivadas de su existencia. A estos muertos se los recuerda en el memorial con una estela de hierro que tiene el nombre de cada uno, la fecha de su deceso y la foto de la mayoría de ellos, pero no de todos. Faltan algunas. “No pudimos conseguirlas todas”, dice. “En algunos casos, la policía visitaba a la familia del muerto y le confiscaba las fotos”. Era una manera de dificultarles denunciar lo ocurrido. 

A pesar de la franja de la muerte, unas 5.000 personas consiguieron escapar de muchas maneras diferentes. Unos 90 lo lograron como topos, cruzando en túneles. Se hicieron 12, pero solo tres llegaron a ser usados. Por el túnel más exitoso escaparon 57 personas en 1964. Quienes lo construyeron vivieron seis meses bajo tierra.

Ser descubierto intentando huir de Alemania Oriental, llamada en forma oficial República Democrática Alemana, suponía entre uno y tres años de cárcel. La RDA, que al momento de la caída del muro tenía 17 millones de habitantes, tuvo 250 mil presos políticos durante su existencia. 

El muro también les costó la vida a ocho soldados de la RDA, muertos por quienes intentaban escapar. 

“No se hablaba de eso”

Gabi Wojtiniak abandonó Alemania Oriental en agosto de 1989 tras esperar cuatro años por un permiso para viajar con su hija. Nunca más volvió: “Cuando me fui, ya había terminado con ese país”.

En la Alemania comunista había sido periodista. Dirigió una película sobre los chilenos que llegaron a Alemania Oriental escapando de Pinochet. No todo era malo, cuenta. Para la mayor parte de la gente la vida seguía: había que hacer cola para comprar comida y había menos marcas para elegir, pero hambre no se pasaba. Trabajo, vivienda y educación estaban asegurados. 

“Había cosas buenas, pero otras no” relata. Podías llevar una vida normal, siempre que te mantuvieras exactamente en el camino previsto. Si te apartabas un poco, ya no”.

Lo más duro para Wojtiniak era el racismo contra su marido boliviano. Al principio era solapado, luego fue más violento y cotidiano. Muchas veces en la calle le decían: “Puta de los extranjeros”.

Oficialmente no existía el racismo en Alemania Oriental. “Se lo negaba y no se hablaba de ello. Lo que teníamos era la Solidaridad-de-los-Pueblos-del-Mundo”.

Gabi Wojtiniak escapó tres mese antes de que cayera el muro

Aquel racismo estaba vinculado con la actitud que reinaba respecto al nazismo. Mientras a partir de 1968 en Alemania Occidental los hijos comenzaron a cuestionar a sus padres por lo que habían hecho en la segunda guerra mundial y el holocausto, y el tema comenzó a discutirse en toda la sociedad, en Alemania Oriental eso jamás ocurrió.

“Nunca se habló de la guerra, ni de lo que había pasado”, dice Wojtiniak. “No se hablaba de eso en la secundaria. No era un tema”.

“Hay que diferenciar”

El día que cayó el muro, el PIB per cápita de Alemania Occidental era diez veces mayor que el de Alemania Oriental. El 98% de los hogares tenía teléfono. Del otro lado, apenas el 9%.

“La caída de muro fue algo histórico. Un evento que cambió la vida de miles de alemanes y tuvo consecuencias para la libertad de casi toda Europa del Este. Pero todavía tenemos una cantidad de problemas, es muy obvio”, dice en español Niels Annen, viceministro de Relaciones Exteriores.

Tras la reunificación, la economía de los antiguos territorios comunistas creció más que el resto del país, pero aún hoy sus cinco lands los estados federados que componen el país son los que tienen el PIB per cápita más bajo. El desempleo es mayor. De las 100 mayores empresas, solo dos están en la antigua RDA. Allí están los bastiones electorales de la extrema derecha. Y también, aunque parezca contradictorio, un sentimiento de nostalgia por el régimen perdido. Hay una palabra en alemán para definirlo: Ostalgie, una mezcla de Este y nostalgia (ost y nostalgie).

El viceministro Annen pone un ejemplo: recientemente un político de izquierda que ganó las elecciones en el land de Turingia, que fue parte de Alemania Oriental, se negó a calificar al régimen comunista como un estado “injusto”.

“¡Y por supuesto que fue un estado de injusticia! - dice - “Eso no quiere decir que la gente haya vivido allí de una manera indigna. La gente que vivió la mayor parte de su vida en la RDA se levantaba de mañana, iba a trabajar, cuidaba a sus niños. A veces el discurso sobre la caída del muro les hace sentir que deben defender su vida. Yo sé que la mayoría de mis compatriotas del Este vivieron una vida normal, pero hay que diferenciar: eso no justifica la dictadura de los comunistas del Este”.

Annen sostiene que, a pesar del festejo general por los 30 años de la caída del muro, en el Este hay una parte de la población que no celebra. “Tienen una actitud muy fuerte, una identidad que se creó entonces. Y ese el mayor desafío para nosotros: crear una identidad verdaderamente nacional que no existe todavía”.

El viceministro tuvo la expectativa de que las nuevas generaciones lograran derribar ese muro invisible que aún subsiste. Pero no ocurrió. Y es consciente de que muchos jóvenes expresan su descontento y frustración votando a la extrema derecha: “Alemania es un país rico, muy exitoso y estable, con una economía que puede resistir los desafíos de una manera muy impresionante. Pero todavía tenemos mucho trabajo por hacer”.

“No era una dictadura”

Tres alemanes cenan en un apartamento que fue lindero con el muro y no logran ponerse de acuerdo.

Beate Wonde tiene 65 años y habla de Alemania Oriental, donde nació, creció y estudió. Entonces era joven y tenía una barra de amigos. Discutían mucho de literatura, cine y política. Si la prensa oficialista (la única) decía que una película era mala, ellos corrían a verla porque seguro era buenísima. Los libros que cada uno leía los comentaba para los demás. “Pero todo teníamos que decirlo entre líneas, nada se podía decir en forma directa. ¡Era muy emocionante!”.

Wonde participó de los reclamos de libertad y apertura. Pero la caída del muro no trajo el mundo que había soñado. Se decepcionó al descubrir que muchas veces las críticas de películas y libros en Alemania Occidental estaban influidas por un afán mercantil y eran tan insinceras como las de la RDA. También supo que dos integrantes de su barra de amigos eran espías de la temida policía secreta comunista, la Stasi, y que delataban cada cosa que ella decía y hacía.

Pero, a pesar de ello, Wonde añora aquel tiempo. Y niega que Alemania Oriental haya sido una dictadura. “No lo era”, enfatiza. 
¿Cuál sería la palabra para definir aquel régimen?

Wonde no la encuentra.

“Era una dictadura”

La cena es en el hogar de un matrimonio “mixto”: André Leopold, de 45 años y ex alemán oriental, y Birgit Ostermeier, de 42, alemana occidental.

Leopold recuerda que cuando niño miraba la televisión occidental, que estaba prohibida en el Este. Sus padres siempre le advertían que jamás se lo dijera a sus maestros, porque no se sabía quién podía delatarlos. No es que fueran a ir presos por eso, pero las familias caían en desgracia y pasaban a ser sospechosas.

Leopold dice que la caída del muro fue lo segundo mejor que le pasó en su vida, después de conocer a su esposa. Todos ríen. Su Ostalgie es menor que la de Beate. “El socialismo fue una  intento de hacer una mejor sociedad, pero en la forma que lo implementó Alemania Oriental fue una dictadura. No creo en aquel socialismo, pero tampoco me conformo con lo que tenemos hoy. Tenemos que seguir buscando un mejor modelo”.

Su esposa Birgit Ostermeier la agradece a Alemania Oriental por su esposo. Sostiene que los hombres educados en el desaparecido país tratan a las mujeres de un modo mucho más igualitario. 

Por lo demás, el rumbo que tomaron las cosas tras la caída del muro, le encanta: “La forma en que vivimos juntos, en paz, con la gente caminando feliz por donde antes eran asesinados a tiros, todo es muy hermoso. Berlín es una ciudad de esperanza, ¡es un símbolo para el mundo de que las cosas pueden cambiar!”.

“En realidad, nada”

Está por comenzar el ensayo del Coro del Encuentro. Los músicos afinan sus instrumentos y las mujeres que contaban sus recuerdos de cuando cayó el muro, poco a poco se van retirando de la conversación y sumándose al coro que ya comienza a entonar sus primeras canciones.

Ahora están cantando una versión de Jingle Bells con letra en árabe. Hay alemanes de jeans y sirias de hiyab

La única integrante del coro que se queda conversando sobre el muro es Gabi Wojtiniak, la documentalista de la antigua RDA que estuvo casada con un boliviano. 

Hace unos minutos un periodista le preguntó:

¿Extraña algo concreto de la antigua RDA? 

Wojtiniak hizo unos segundos de silencio. Por fin respondió:

En realidad, nada. 

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