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Petru Valensky: "Los artistas podemos tener nuestra ideología, pero nos debemos a todos los públicos"

El actor, humorista y conductor de televisión habló sobre su participación en Esperando la carroza —que agotó funciones y tiene reposición confirmada para el 2023—, del humor sobre la política y su vínculo con el público
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22 de octubre de 2022 a las 05:04

Tenía el sí preparado incluso sin saberlo. Y escuchó el título de la obra que le proponían y se tiró de cabeza. No había otra reacción. El tiempo y el público, además, le dieron la razón.

Petru Valensky (64) puede jactarse ahora de haber sido parte de dos títulos mitológicos para la escena teatral uruguaya. De paso, puede jactarse también de haber visto, función a función, las salas llenas, los aplausos amontonados, los vítores y la platea sin espacio para un alfiler. Primero fue ¿Quién le tema a Italia Fausta?, una topadora que estuvo 25 años en cartel. Ahora es Esperando la carroza, que rompió la taquilla de la Comedia Nacional y agotó todas las funciones varias semanas antes de su estreno. Arriba del escenario está el actor, humorista y conductor de televisión. Es Mamá Cora, el mismo personaje que hacía Antonio Gasalla en la película de Alejandro Doria, y lo hace completamente suyo.

Porque ahí va, Petru, con una peluca blanca y la joroba remarcada. Se pasea por los pasillos de la Sala Verdi, se mete entre los espectadores y hace lo suyo, que de paso es coherente con su trayectoria: si algo ha caracterizado a Valensky es la interacción con la gente. Estar cerca. Él busca el contacto, quiere provocar la risa y estar allí para verla a pocos metros. En algún punto, se alimenta de eso, le hace bien, busca seguir en esa línea. Y Esperando la carroza, una obra a la que llegó invitado por la Comedia Nacional y que ya tiene confirmada una reposición para 2023, le está dando la oportunidad perfecta.

¿Qué vínculo tenía con Esperando la carroza antes de ser parte de la obra?

Soy fanático de la historia, de la película. La obra no llegué a verla. Cuando me convocaron para hacerla, me llamó Gabriel Calderón y antes de que me dijera qué personaje iba a hacer, con quién, cuándo o en qué lugar, le dije que sí. 

¿Por qué cree que se volvió una especie de ícono del humor?

Pero fue una obra muy resistida cuando se estrenó en el teatro, la destrozó la crítica. Unos años después la hizo el Teatro Circular y fue un éxito: empezó a agotar con meses de anticipación, como pasó ahora en la Comedia. Pasó lo mismo además con la película, y hasta con varias de las historias que rodean a la película. Creo que nos refleja mucho como sociedad. Estos personajes pueden vivir en mi barrio, en tu barrio, es un clásico espejo de eso. Y por eso es que casi no hubo tiempo para sacar las entradas ahora. Salió la noticia a las 9 de la mañana de que hacíamos una función el Día del Patrimonio en el Teatro de Verano, y a las 9.30 quedaban pocas entradas. Y en la Verdi ya venían agotándose. 

Hay un espaldarazo del público a ese humor que no parece envejecer.

Es impresionante. Además de divertirse, termina la obra y todo el teatro queda de pie en todas las funciones que hemos hecho. Llevamos 10, y todas agotadas. Creo que la gente tiene necesidad de reírse. Hoy en día, después de todo lo que hemos vivido, la sociedad está un poco cansada del dramón diario, y la risa es sanadora. Yo me siento feliz de poder llevarla. Ahora me voy a Estados Unidos a hacer mis espectáculos y ya están pidiendo las entradas. Debe ser algo mundial la necesidad de la risa, necesidad de despejar la cabeza.

¿Cómo trabajó para delinear a esta Mamá Cora que le tocó interpretar? Gasalla dejó la vara alta, pero usted se despega de esa interpretación.

Sí, trato de hacerlo. No quería que se pareciera a lo que hizo Antonio, pero hay elementos que los unen. Por ejemplo, que Mamá Cora es ternura. Si bien tiene esas lagunas en la cabeza, es tierna y cómplice del público. Y mira tanta televisión, todo el día, que ella mezcla la realidad con todo lo que ve.

Es un personaje que refleja, además, el lugar que la sociedad les deja a sus integrantes más adultos.

Es el reflejo de lo que pasa cuando los viejos estorbamos. Es una realidad que ocurre. ¿Qué hacemos con los abuelos? Los metemos en una casa de salud. Y eso los abuelos lo sienten. Pero se refleja por intermedio del humor.

¿Cómo evalúa su vínculo con el público, que ya lleva unos cuantos años?

Por lo que escribe la gente, es bueno. Siento que estoy muy conectado con la gente, y me gusta. En la tele, lo estoy con los que están del otro lado. Y en el teatro, con los que están en la platea. Me gusta ser cómplice de los espectadores en las funciones, ese juego público-actor. Hoy hay mucha soledad, mucha gente sola a la que se le puede sacar una sonrisa. 

¿El humor del Uruguay ha cambiado en los últimos años?

Bueno, ha cambiado a partir de que se han adquirido derechos, que es algo que celebro. Ya no hago el café concert de los setenta o los ochenta. En esa época hacía Johnny, maltratame u otros sketches que se quedaron en un cajón porque se ganaron derechos que, de nuevo, celebro. Si hoy hiciera ese tipo de humor sería muy incómodo, y no solo eso: sería incorrecto. No debería hacerse. Y además, hoy por hoy no me gusta la idea de repetirlos.

¿Cambiaron, entonces, las cosas de las que se ríe?

Uno madura con los años. Cuando me preguntan de qué me río, digo primero que lo hago todas las noches, o de mañana cuando me levanto, porque uno tiene que arrancar pum para arriba. Mientras desayuno pongo a Gasalla, Tortonese, Urdapilleta. Viéndolos a ellos me río, paso divino, y lo mismo cuando me voy a acostar. Es una rutina que hago para estar de la mejor manera. Los he visto hasta el cansancio, pero sigo yendo a ellos. Siempre les encuentro un detalle, alguna cosita nueva.

¿Cree que hoy nos reímos menos que antes? Da la sensación de que la seriedad es lo que predomina.

Lo que pasa es que venimos de una pandemia que nos cambió, pero que nos cambió de verdad. Nos cambió la cabeza, la manera de relacionarnos. Y después está la situación del mundo y del país. A veces cuando estás con necesidades, o cuando hay problemas serios, no te dan ganas de reírte, porque estás sumergido. Yo siempre les recomiendo a mis amigos que lo hagan. Siento que si a la gente le saco una hora u hora y media de risa, es sanador. 

¿Y sanador para usted también?

Sí, claro. Totalmente.

Que hacer reír lo sanaba ¿es algo que descubrió temprano en su vida?

Fue un proceso. Yo vengo de una época dura. En el 82 por hacer esto caí preso. Y ahí descubrí que la risa es buena, y que también lo es el agradecimiento de la gente por hacerlos reír. Es lo más satisfactorio de todo.

El éxito de Esperando la carroza recuerda en algún sentido a otro título icónico del teatro nacional que lo tuvo como protagonista durante años: ¿Quién le tema a Italia Fausta? ¿Dónde ve el legado de esa obra hoy?

Lo veo en algunos artistas. Hay alguien que es seguidor de la Italia Fausta de toda la vida y que le encanta, que es Luis Magallanes, que hace el personaje de Dulce Polly, pero hay otros que también siguieron ese camino. Nosotros, al morir Luis Charamelo no pudimos seguir haciéndola, pero fueron más de 25 años y ahora no pasa una semana sin que alguien me la recuerde, me pregunte cuándo volvemos o cuándo se hace otra vez. Es increíble. Y es un humor que hoy sería superlight. Volviendo a Esperando la carroza, después de lo del Teatro de Verano le comenté a Juan Antonio Saraví, que fuimos compañeros de Decalegrón durante muchos años, que desde Italia Fausta no sentía un éxito como este. Y es verdad, es así. Sacudió la escena de la ciudad. Es increíble, además, con el bombardeo de espectáculos que tiene Montevideo. 

Ya que menciona a Decalegrón, ¿siente que el humor en televisión ya no tiene espacio?

Los últimos años de Decalegrón llegaron cuando surgió Tinelli. Antes de eso, la gente estaba encantada con el programa, se juntaba toda la familia los lunes a verlo. Llegó Tinelli, sus primeros programas, y el público empezó a pedir que fuera todo así. Es más, vino la querida Beatriz Salomón y duró un programa, porque la gente nos enloqueció. Se baja Decalegrón en 2002 y no pasó un mes que nos pedían que volviéramos. Ahí comprendí que la necesidad de tiempos de la gente es diferente. El público quería esa velocidad de Tinelli, quería ese humor, pero cuando le dejamos de dar lo otro, pidió lo anterior. Es curioso. Hasta hoy lo comentamos. 

Tinelli también dejó de lado el humor hace ya un tiempo.

Sí. Es que ya está Tinelli.

¿El humor en televisión podría tener más lugar, entonces?

Creo que hace falta. Los 10 años que hicimos Las Coito con Fito Galli fueron un bombazo. Al punto de que el canal cuando hizo el testeo de audiencia en todo el interior, porque no llegaban los datos a Montevideo, se sorprendió. Era impresionante. Con Fito llenábamos los clubs. Esas cosas faltan.

¿Podrían volver Las Coito a la televisión de hoy?

¡Claro! Tengo unas ganas de traer a Fito para acá para poder hacerlo. Sería una vuelta y sería un bombazo. Las Coito rompieron todo. Nos hicieron la propuesta al mediodía y a las cinco de la tarde estábamos grabando. Lo llamé a Fito y le dije “traete una peluca y venite”. 

Esa espontaneidad era parte de la gracia.

Nuestro libreto eran los diarios. Hoy abrís el diario y está Astesiano, Talvi, el Boca Andrade, están todos ahí. Ahí tenés el libreto. El caso Astesiano daría mucha tela para cortar.

En una entrevista reciente recordó el episodio que vivió cuando se supo que había firmado por la reforma de la seguridad propuesta por Jorge Larrañaga para las últimas elecciones. Allí decía que los artistas debían ser apolíticos. ¿Por qué?

Los artistas podemos tener nuestra ideología, todo el mundo la conoce, pero nos debemos a todo el público, a todos los hinchas. Encasillarte con un cuadro de fútbol o un partido político, por eso, es absurdo. Además, fijate lo que me pasó con esa firma para la campaña de Vivir sin Miedo. Fue terrible, fue un garrón impresionante que me comí. Hace algunos años, cuando no había la fisura que hay hoy, por ahí se podía (hablar de política). De hecho, en la Italia Fausta yo lo hacía mucho. Pero hoy, con esta grieta que hay, que existe y es verdadera, no se puede. Me pasa que hago un sketch del personaje de la Doris, que es muy ignorante, y a veces tiro cosas que escuché del gobierno o de otros partidos, y tengo una catarata de gente de acuerdo y en desacuerdo. Y está bien, pero el tema es que estos últimos están en desacuerdo mal. La agresividad e intolerancia que hay es tremenda. Yo solo tengo Instagram, pero sé que Facebook y Twitter son cloacas donde la gente se saca todo de adentro y lo vuelca ahí. Y ahí ni el humor ayuda. Lo peor es que la gente se lo transmite a las nuevas generaciones, que absorben todo eso.

Ha dicho que se siente como uno más, que le cuesta dimensionar el éxito o la fama. ¿Por qué? Ya el hecho de mencionar el nombre “Petru” hoy evoca su figura. Eso marca algo.

Lo que pasa es que por mi personalidad y mi forma de ser me costó mucho aceptarlo. Me cuesta mucho todavía, pero sé que es así. Hace un tiempo hice un sketch con Susana Giménez, y le pregunté “Cuando te acostás de noche, ¿sos consciente de quién sos?”. Y me dijo algo que me quedó: “No quiero pensar en eso, no puedo pensar en eso”. Y es Susana Giménez. Para ella debe ser hasta un mecanismo de defensa. Obviamente lo es.

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