Ricardo Peirano

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Pocas pragmáticas Sancho...

Legislar con parsimonia y solo en casos de verdadera necesidad, y controlar más la gestión del Ejecutivo, sería un excelente propósito para el período que se inicia y una muestra de notable madurez política
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12 de febrero de 2017 a las 05:00
Se acerca el 15 de febrero, fecha que da inicio a un nuevo período de sesiones ordinarias del Parlamento, y ya casi todos los legisladores aprontan sus proyectos o procuran reflotar los que quedaron con media sanción en el período pasado (curiosamente hay uno sobre pago de nocturnidad que modifica otro aprobado por el propio Frente Amplio en la legislatura pasada, otorgando más beneficios, y que salió a luz sin iniciativa del Ejecutivo). Es que en la opinión pública en general, y entre los legisladores en particular, existe un consenso muy amplio de que la buena acción del Parlamento se mide por el número de leyes que se aprueban. Y así van comparando las que se aprobaron en este año con las del año anterior o las de toda una legislatura con la legislatura del período anterior.

Dicha concepción proviene, sobre todo, del derecho latino donde los parlamentos crean las leyes, a propuesta suya o del Ejecutivo. Y esa concepción se reforzó cuando se atribuyeron al Estado una mayor cantidad de funciones y de intervenciones en la economía y en la sociedad. Es menos grave en el derecho anglosajón, donde también las sentencias judiciales son fuente primaria de derecho y donde, en general, el estado no ha avanzado tanto sobre los derechos individuales y sobre la marcha de la economía.

Por estas latitudes, corremos en la primera categoría y entonces nos apresuramos a redactar y aprobar leyes y el partido de gobierno se preocupa enormemente por la pérdida (saludable para la república porque implica necesidad de diálogo con la oposición y de tener en cuenta otros puntos de vista) de la mayoría automática en la Cámara de Diputados. Hay algunos proyectos de ley –varios que mejor nunca hubieran sido votados– con media sanción del Senado que ahora no tienen garantizado su transformación en ley y la Cámara de Diputados se ha convertido en un lugar de debate.

Lo más inquietante para el partido de gobierno es, con todo, cómo sacar adelante la famosa Rendición de Cuentas de mitad de año. Rendición de Cuentas que de tal no tiene casi nada (bastaría un solo artículo en el que el Poder Ejecutivo informara al Parlamento cuánto recaudó y en qué gastó durante el ejercicio 2016) sino que más bien es una suerte de nuevo presupuesto donde se incorporan anualmente todas las demandas políticas, en especial las que aumentan el gasto público.

Luego de que 2016 cerrara con un déficit del 4% del PIB, el más elevado de los últimos 27 años, es evidente que los límites para muchas fantasías parlamentarias están seriamente limitados. La bancada oficialista quiere aumentar el gasto en educación de 4,8% del PIB actual al nunca justificado 6%. Y también se quieren aumentar otros gastos sociales. La salud es uno de ellos y el creciente déficit del Fonasa que al decir del vicepresidente Sendic es una inversión, en contraposición con el MEF que considera producto de errores de gestión, seguramente estará en la batalla legislativa.

Lo que sorprende es que Ejecutivo y Parlamento lleven agendas tan distintas y que Presidencia y el MEF tengan que recomendar "prudencia" a la bancada oficialista. Parece como si la bancada oficialista fuera de un partido distinto del presidente. Y parece raro que sea el Poder Ejecutivo quien recomiende prudencia al Poder Legislativo cuando originalmente la función esencial del Parlamento era controlar el gasto del Ejecutivo. ¡Cómo han cambiado las cosas! Ahora los presidentes son los prudentes y los legisladores son los dilapidadores. Y además, están poseídos de una profunda vocación legisferante, por la cual quieren solucionar o regular mediante la ley la vida de todos los ciudadanos, reduciendo los espacios de libertad y privacidad. Y muchas veces, para peor, apelando a normativas confusas de origen internacional.

Por ello es de suma actualidad el consejo que le dio Don Quijote a su fiel escudero Sancho Panza cuando se hizo cargo del gobierno de la ínsula Barataria: "Pocas pragmáticas (es decir, pocas leyes y decretos) Sancho, pero que sean buenas". Un consejo de gran utilidad: legislar con parsimonia y solo en casos de verdadera necesidad, y controlar más la gestión del Ejecutivo. Sería un excelente propósito para el período que se inicia y una muestra de notable madurez política. Y si se aprueba una Rendición de Cuentas de un artículo, mucho mejor aun.

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