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Qué miedo

Almagro dejó en claro su posición
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21 de septiembre de 2018 a las 05:04

Nicolás Maduro, el dictador venezolano, o quizás meramente el testaferro de la dictadura venezolana, de recolecta por el oriente recaló en Turquía, salió de paseo con su esposa por Estambul y almorzó en el restaurante más famoso del país, atendido por su propio dueño. Comió carne muy bien condimentada y pagó –dicen– algo más de US$ 500 por los dos: él y ella. No es tan caro para tratarse del mejor; los hay muchos más caros y entre sus clientes hay presidentes y gobernantes de rangos menores. Son invitados o pagan con el dinero de los contribuyentes. Lo pagamos nosotros.
No se trata entonces de una novedad, pero en el caso de Maduro se ha armado flor de escándalo. Me sorprende. Me anonada.
¿Qué se piensa que come Maduro en Miraflores: caraotas negras y arepas todos los días? Cualquier mesa de quesos y fiambres en las residencias de Diosdado Cabello, de los generales, de los ministros, jueces supremos, y allegados rojos rojitos, superan largamente los US$ 500 y muchos más.

Lo que duele es la bofetada al pueblo venezolano al que este señor mata de hambre. La burla. Esa parece ser la explicación. Pero Maduro los mata de otras formas también, los tortura, los obliga a emigrar, los mete presos, los prescribe, los roba. Les roba todo. Y además se burla cada vez que sale a la TV, hace declaraciones o arenga a su gente.
He ahí el riesgo de que el árbol tape al bosque, siempre presente y más cuando hay quienes están en eso: tratar de tapar el bosque.  
Cuando se señala la luna los tontos miran el dedo, pero es a la luna a la que hay que mirar. El caso, por ejemplo, de estas recientes declaraciones del secretario general de la  OEA, Luis Almagro, sobre eventual intervención militar.

Almagro sin pelos en la lengua ha desnudado y denunciado la dictadura venezolana. Ha demostrado que la OEA puede ser digna y que tiene instrumentos para exigir que sus principios –los democráticos y liberales– sean respetado. No se lava las manos. No dice que está atado. Recuérdese el triste papel de José Miguel Insulza. ¿Cuánto incidió su “presidencia” en el agravamiento de la situación venezolana? Sus miedos y el dialogo reclamado por el papa Francisco, en el momento oportuno para Maduro o por Rodríguez Zapatero –qué vergüenza–, ¿cuánto contribuyeron a precipitar la tragedia venezolana?
Pero Almagro resucitó la OEA. Y para colmo un hombre de izquierda, canciller del gobernante Frente Amplio uruguayo, socialista y progresista. Una cuña del mismo palo. Estaban esperando que pisara el palito; y Almagro lo pisó: dijo la mala palabra o algo parecido. Él aclaró el alcance de sus declaraciones, pero ya estaba juzgado. Es posible además que se haya “embalado”: en la frontera ante las víctimas de la dictadura, se le puede haber ido un poquito la lengua.

Rápidamente el Partido Comunista uruguayo pidió que se lo echara del Frente Amplio (Almagro fue electo senador por el grupo del expresidente José Mujica, de quien fue su canciller). El gobierno uruguayo, tan lerdo para algunas cosas, de inmediato. En una especie de función que cumple de legitimizador de la dictadura venezolana, sacó un comunicado, muy pobre, haciendo gárgaras contra la intervención. Maduro y su gobierno lo denuncian en la ONU. Lo venían preparando. Nadie debería extrañarse. 
Lo que sí sorprende y da pena es la actitud de algunos mandatarios que salieron a como rasgarse las vestiduras. Solo vieron o solo quisieron ver el árbol y mirar el dedo.

Almagro en su respuesta al planteo de los comunistas uruguayos no dejó dudas: “Un niño por día se muere de desnutrición en Venezuela, eso es una campaña de exterminio, ¿eso es lo que defienden? ¡Por favor!  Defienden dictaduras, defienden opresión, defienden represión, defienden tortura, defienden a los torturadores, defienden a los asesinos, defienden a aquellos que violan a los presos políticos”. Para que se tome nota: Almagro mostró el bosque y luna.  Agregó, además, “no sean ridículos, no sean imbéciles”

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