Bañados de Carrasco es uno de los barrios más extensos de Montevideo y, a la vez, más deshabitados. Nada hace pensar que allí, en un área que hace menos de medio siglo se inundaba cada vez que se desbordaba el arroyo que lo limita con el departamento de Canelones, sea tierra de disputas.
Hace menos de dos meses encontraron en una cuneta un cuerpo calcinado. Cuarenta días antes los vecinos habían alertado a la policía por otro hombre que había sido asesinado en la vía pública. Y los datos oficiales del Ministerio del Interior confirman que este barrio es, con creces, el que ostentó durante el primer semestre del año la tasa más alta de denuncias por lesiones. Golpizas. Reyertas. Trifulcas.
Por primera vez desde que hay registros, la cartera de Interior empezó a publicar los datos de denuncias de delitos en formato abierto —una práctica que consiste en que determinada información y sus variables estén disponibles para cualquier internauta que quiera analizarlos. Es así que puede observarse al detalle las denuncias por lesiones, un delito que no suele figurar en los reportes semestrales y que está, en cifras absolutas, en el nivel más alto: 34 por día.
En ese “récord” de denuncias de lesiones —una afirmación que hay que matizar porque los movimientos en los últimos cinco años son leves, salvo una baja considerable en el pico de la emergencia sanitaria—, encuentra en Bañados de Carrasco un caso fuera de la norma. Mientras en la mayoría de los barrios de Montevideo hay entre 100 y 200 denuncias cada 100.000 habitantes en todo un semestre, en esta “tierra de disputas” superó las 2.000.
El Observatorio Nacional sobre Violencia y Criminalidad no conoce aún las causas por las cuales Bañados de Carrasco —y luego Paso de la Arena— tiene la tasa más alta de denuncias de lesiones. Pero algunos datos que publicó el propio Observatorio permiten descartar hipótesis.
En un extremo del barrio está ubicado el estadio de Peñarol. Podría pensarse que algunas denuncias están vinculadas a lo que pasa antes o después de los partidos de fútbol, cuando algunos uruguayos descargan su frustración a prueba de fuerzas. En definitiva, el Código Penal define a las lesiones como “cualquier trastorno fisiológico del cual se derive una enfermedad del cuerpo o de la mente”.
Pero la evidencia muestra que en este barrio en que está inserta la cancha aurinegra, la mayoría de denuncias de lesiones ocurren a primeras horas de la tarde los días de semana; y no cuando hay partidos.
En general, las denuncias de lesiones son más frecuentes entre las dos y las seis de la mañana de los domingos (en el horario de salida de los boliches), cuando la gente corta para el almuerzo en los días laborables, y tras la salida de las oficinas entre semana.
“La sociedad está cada día más violenta: se ve en el tránsito, en las redes sociales, en la ferocidad de los asesinatos”. Esta es una frase que —con leves modificaciones— se repiten cada tanto. Pero el psicólogo social Juan Fernández Romar dice que “es todo lo contrario”.
Porque si bien existe un “fenómeno de bandas, estilo pandillas, que se disputan los territorios y el poder”, la humanidad poco a poco se fue domesticando “y fue encontrando modos alternativos de tramitar la violencia”.
El psicólogo, profesor titular y uno de los académicos más destacados en su disciplina, explica que “basta ver las películas de los años 40 o 50 para observar cómo la cultura resolvía los conflictos. Ahora hay una especie de ideología planetaria en que empiezan a haber mediadores, en que países como India o Paquistán ya no permiten las lapidaciones a mujeres o donde países islámicos discuten, en lugar de ahorcar, a quien ofende al Corán”.
Fernández Romar es de los que sostiene que “a veces”, las personas sacan conclusiones sobre la violencia basados en una mirada cortoplacista, o atados a visiones políticas, cuando en términos cuantitativos, “hoy el humano lidia a diario con muchas más relaciones que antes, incluso virtuales, y por decantación con más posibilidades de resolver a través de la violencia… sin embargo, existe un aprendizaje sobre cómo canalizar las discrepancias”.
Como ejemplo, cuenta, en sus comienzos como docente, hace 30 años, “no era extraño ver que docentes universitarios se golpearan tras una discusión muy intensa, hoy eso es casi impensable”.
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