Montevideo es tan pequeña que, a juzgar por las aplicaciones de tránsito, la distancia que separa a los puntos más distantes de la ciudad se recorre en solo una hora de auto. La capital uruguaya cabe once veces en la superficie de Nueva York, ocho en el área metropolitana de Buenos Aires y cinco en Ciudad de México. Pero en los diferentes barrios de esta “pequeña” urbe, los delitos se comportan tan disímiles como si se tratasen de ciudades bien distantes.
Las denuncias de robos contra la propiedad sin violencia —hurtos, como les llama el Código Penal— son más frecuentes en el sur de Montevideo, allí donde se concentran los servicios, las oficinas y los hospitales. Tanto es así que en el Centro, uno de los barrios con menos homicidios y menos delitos violentos, se denunciaron durante el primer semestre de este 2023, y siempre teniendo en cuenta el tamaño poblacional, casi cinco veces más hurtos que en Casavalle donde son más habituales los asesinatos.
Javier Donnangelo, director del Observatorio sobre Violencia y Criminalidad del Ministerio del Interior que es quien procesa estos datos, había dicho a El Observador que “los delitos contra la propiedad tienen un componente de oportunidad y son más dinámicos que aquellos que atentan contra las personas”.
No en vano, la avenida 18 de Julio traza la columna vertebral de los barrios en que la tasa de hurtos es más elevada. Es una arteria repleta de transeúntes que hablan por celular, que hacen compras o trámites, de comercios que abren y cierran.
Este mismo patrón se repite en los barrios residenciales y de colegios del Prado, Buceo, Malvín o el área hospitalaria de Parque Batlle.
Pero puede que, más allá de oportunismos, detrás de estos números exista un problema de registro. Una encuesta piloto que el Ministerio del Interior en 2022 había realizado entre los vecinos de Casavalle había demostrado que allí, por miedo o por descreencia en que el sistema solucione algo, solo eran denunciadas la tercera parte de las rapiñas que los pobladores dicen haber sido víctimas. Y todavía una cifra menor lo hace ante un hurto.
En aquellas zonas en que los habitantes tienen asegurados sus bienes —sobre todo los vehículos— es más frecuente que el robo sea denunciado para cobrar el servicio. En ese sentido, en la jurisdicción de la seccional novena (que incluye barrios como Parque Batlle), donde se suelen concentrar los autos de quienes acompañan a los pacientes internados en los hospitales del eje de bulevar Artigas, se registra la quinta parte de las denuncias de hurtos de autos.
Como mencionó el ministro del Interior, Luis Alberto Heber, hay un delito que no se puede ocultar, el homicidio, porque el cadáver está allí. Eso lo convierte en un indicador más fiable para la comparativa internacional. A diferencia del hurto, el homicidio está más focalizado en las periferias y los barrios con necesidades básicas más insatisfechas.
Casavalle, La Paloma y Manga son los barrios que están al podio de los registros de este delito. Pero como ocurrió el año pasado, y teniendo en cuenta que los números absolutos de homicidios son pocos cuando se los distribuye en una escala de barrios, la puja entre bandas criminales mueve rápido el foco: pasó en Peñarol ahora en Cruz de Carrasco.
Las autoridades políticas —las de ahora y las de antes— suelen decir que el aumento de los homicidios en una zona u otra es el resultado de la eficacia de la policía. Antes —léase en el gobierno anterior— el relato dominante era que la saturación policial, con programas como el PADO, iba desplazando a los delincuentes que encontraban suerte en otras zonas. Y ahora —en la actual administración— el discurso se centra en la desarticulación de bandas criminales.
Pero el criminólogo Spencer Chainey, director de la unidad de América Latina del Departamento de Criminología de la University College de Londres, explicó a El Observador que “el patrón de asesinatos en Montevideo no cambia tanto, sino que se asocia a áreas donde las personas tienen conflictos entre sí o entre grupos criminales rivales”.
Así como los homicidios se distribuyen entre los distintos departamentos, a la interna de Montevideo también existe una extensión: en 37 de los 62 barrios de la capital uruguaya se registró al menos un asesinato el pasado semestre.
“El delito con violencia contra la personas suele situarse más hacia la periferia, en zonas como Malvín Norte, Casavalle, el norte del Cerro”, explica la criminóloga Clara Musto, quien lideró un estudio sobre cómo se mueve el delito de rapiña en la capital.
En aquel estudio, Musto contaba que desde principios de los años 2000, acorde el consumo de drogas —en especial la pasta base— fue creando circuitos de microtráfico, las rapiñas fueron corriéndose del área más céntrica a las zonas más periféricas de la ciudad.
En ese sentido, agrega la criminóloga, “se observa que en aquellos barrios que tienen mayores tasas de desempleo, que concentran más necesidades básicas insatisfechas y en las que hay una proporción mayor de jóvenes es donde más crece la tasa de rapiñas”.
Los datos del primer semestre de 2023 no son la excepción. Hay más de 300 denuncias de rapiñas cada 10.000 habitantes de Casavalle, o 207 en un mismo tamaño poblacional de Bañados de Carrasco. Pero hay menos de 60 en Cordón o el Buceo.
Como de algunas rapiñas, al igual que los hurtos, no existe una georreferenciación perfecta, hay datos que el Observatorio no pudo asignarle a un barrio específico. Eso ocurre, sobre todo, cuando se da un robo en movimiento o cuando la denuncia se radica en un lugar distante a aquel donde se aconteció el delito.
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