Espectáculos y Cultura > Columna

Romeo en la alcoba del mundo

Se cumplieron 40 años de la muerte de Elvis Presley, rey del rock and roll
Tiempo de lectura: -'
17 de septiembre de 2017 a las 05:00
Así como hay quienes se acuerdan nítidamente de lo que estaban haciendo cuando mataron a John Fitzgerald Kennedy o se vinieron abajo las torres gemelas de Nueva York, otros pueden hacer un racconto perfecto del momento cuando oyeron la noticia de la muerte de Elvis Presley. Yo me estaba preparando para ir al cumpleaños de una amiga, hoy convertida en afamada periodista cultural, y mientras oía la radio Panamericana, Hamlet Faux, con voz entrecortada, apabullado por la emoción, dio la terrible noticia. Cómo podía ser posible, pensé, si Presley estaba y era todavía joven, lleno de vida y voz, que para su caso era lo mismo.

Pero fue muy posible. Las causas de su muerte llegaron en cuentagotas, además, de manera confusa, tal cual la historia posterior se encargó de destacarlo. A tanto llegó la mala información, esparcida casi de forma intencional, que incluso médicos conocedores del caso llegaron a decir algo que terminó siendo equivocado.

De la muerte de Presley fueron cómplices distintas causantes, entre las que figuraban su adicción a los barbitúricos, su casi permanente constipación que le arruinó las vías digestivas, y el uso desmesurado que hacía de las bebidas alcohólicas, que terminó agigantando su hígado, dejándolo a la miseria.

Quiso la coincidencia, actuando en nombre del destino, que los tres emblemas mayores de la cultura popular estadounidense del siglo XX –Marilyn Monroe, Presley y Michael Jackson– sufrieran de insomnio, y para intentar sobrellevarlo recurrieran a cócteles de somníferos que les permitían pegar los ojos, al menos por unas escuetas horas. Los tres murieron jóvenes, a los 36, 42, y 50 años de edad, respectivamente, y los últimos minutos de sus vidas se convirtieron en material para la fabulación.

Para salvarse de la edad que lo esperaba, Elvis Presley se salió del tiempo por anticipado. Murió a los 42 años, el 16 de agosto de 1977. Otro caso de eternidad antes del ocaso. Salió callado del ritmo rumbo a un más allá cinco estrellas, donde el bis era él. De acuerdo al parte forense, murió a causa de una crisis cardíaca. Hay quienes creen que se le fue la mano con los somníferos. Si es así, su muerte fue como quedarse dormido: lo último que tenía puesto era un pijama azul.

Otros piensan que sigue vivo para no morirse y dicen además que lo vieron por muchos lados. Y Presley, por todos lados de él, estaba gordo, perdiendo el pelo y con hambre. Es decir, luciendo como ser humano. Por lo visto –y lo es, pues pudieron verlo– se parecía a una persona real. Para eso fue rey.

En uno de sus aforismos, Oscar Wilde escribió: "Son personalidades y no principios los que mueven a la era". La era de Presley todavía es. Bill Clinton dijo que Elvis, Franklin Delano Roosevelt, la hamburguesa y la televisión fueron los principales protagonistas del siglo XX. El siglo XX todavia no ha terminado.

Cuando estuvo más visible que ahora, Elvis demostró tener un extraordinario don de ubicuidad. Estuvo en todas partes: en los corazones de la gente, en las portadas de las revistas, en las tiendas de discos y hasta en las caras de los demás. En su persona sin adversarios, un mensaje biosocial ocupado por respuestas catárticas invitaba a ser husmeado. Con su gramática somática construyó una estrella propia y no tuvo que pedir prestado a nadie, pues también él mismo, en las prioridades del comportamiento, estuvo de visita.

El rostro contribuyó a su profesión y su cuerpo fue bandera de todos los sentidos, espejo para camaleones que quisieron habitar las apariencias. Tan democrático fue que hasta dejó que el mundo se le pareciera. Y su fábrica sigue produciendo imágenes. En Las Vegas todos los años hacen un concurso de imitadores de Presley y siempre lo gana alguien parecido a él: el bis de Elvis.

Con su envergadura de estrella global, Elvis Presley transformó al rock and roll en el idioma de la cultura popular, en una acepción nada aséptica del esparcimiento de masas. Nacido en el suelo premonitorio de una dimensión siguiente, descubrió la manera de recombinar una herencia musical –el sonido de una época hacia adelante– cuya fuerza de gravitación pasó a sentirse completa tras el matrimonio del "espíritu del pasado con la tragedia del presente", como dijo un ejecutivo de la RCA.

Su estilo fue la cuna de varios. Lo mismo que el Ford Thunderbird –en la película American Graffiti aparece uno–, Presley representó la postal de una década no completamente restaurada, la de 1950, el facsímil de un sonido diaspórico que transitó de una piel a otra sin encontrar interrupciones.

Ese crisol de blanco y negro –su voz lo fue– permitió que la música se convirtiera en resguardo y respuesta de todas las cosas que el siglo XX aún desconocía. Perpetuador de juventudes, el R&R se transformó en un culto de vida y la voz de Presley fue su banda sonora. Siempre amenazando desaparecer tras su propia apariencia, subía al escenario a capturar el eco de una devoción trastornada por sentimientos básicos. Culto a un hombre cuya refinación gastronómica no pasó de un sándwich frito de manteca de maní y banana, y de una hamburguesa doble con queso. Con eso en el plato su menú estaba completo.

Su último concierto fue el 26 de junio de 1977 en el Market Square Arena de Indianapolis. Uno de los asistentes lo recuerda: "Mi memoria dice que Elvis probablemente estaba pasado de peso". Sin necesitar el dinero, apenas buscando que su estrella no tocara el piso completamente –había pasado de moda–, Presley encontró en los conciertos una coartada para escapar de la soledad.
Cada posdata le daba forma al ser incompleto. El mito y la persona áurica, bañadas con un oropel kitsch, terminaron arrinconados en el espacio vacío que había quedado delante. El fenómeno no podía autoayudarse; la falta de él, ese era su problema.

La voz había madurado, pero el alma estaba envejecida. Ya no había lugar para la cara bella, aquel rostro que contribuyó a su profesión. La barriga con aspecto de salvavidas y una papada que ni siquiera los cuellos altos de las camisas pudieron disimular recordaban que el tiempo próximo había llegado y que la profundidad sideral de la vida iba en dirección contraria al pasado.

Sobre el escenario, Presley fue Romeo en la alcoba. Su seducción resultaba inevitable, incluso para quienes apenas podían imaginarlo. Parecía un ventrílocuo en cuyos labios el mundo hizo hasta lo imposible para no callarse.

En fotografías aparecía apretando el micrófono, como si este fuera la cuerda floja que lo ataba a la realidad y representara algo más que el tamaño de una ampliación sonora. Con la complicidad del micrófono, llevó la apoteosis a cualquier sitio, recordándole al público, justo en ese momento, como dice en Suspicious Minds (su canción preferida), que todos estamos cautivos "en una trampa". Y todos a su alrededor lo estuvieron, cómplices en la celada, encapsulados en un nirvana adoptado fácilmente por los sentidos.

Ejercicio de ritos y coincidencias, Elvis Presley no puede llamarse fenómeno porque la palabra fenómeno supone algo inexplicable, algo extranjero a toda lógica. Lo suyo puede explicarse, y la razón se anima a entenderlo. Su voz era una pieza única, y su entonación inimitable. Cantó como los dioses, aunque nadie sabe si los dioses cantan ni el idioma en que lo hacen.

Comentarios

Registrate gratis y seguí navegando.

¿Ya estás registrado? iniciá sesión aquí.

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 345 / mes

Elegí tu plan

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Te quedan 3 notas gratuitas.

Accedé ilimitado desde US$ 345 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 345 / mes

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Elegí tu plan y accedé sin límites.

Ver planes

Contenido exclusivo de

Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.

Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá

Cargando...