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Sergio Guarteche: "Los narcos operan a piacere en Uruguay"

Dice que el Ministerio del Interior y la clase política desoyeron todas las advertencias de su hermano, Julio Guarteche, y que hace años se alertó de que Uruguay estaba en camino a convertirse en un país como El Salvador o Guatemala
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25 de agosto de 2018 a las 05:00
Es frecuente que en el gobierno y las jerarquías policiales se recuerde al desaparecido comisario Julio Guarteche, fallecido en 2016, como un héroe: el oficial que reformó y modernizó la policía del Uruguay. Sin embargo, su hermano Sergio, retirado en febrero tras una larga y también destacada carrera policial, sostiene que el legado de Julio no es respetado. Sergio Guarteche fue policía desde 1971 hasta hace seis meses. Se retiró como jefe de Policía de Durazno. Antes dirigió la Jefatura de Policía de Canelones y la Policía Comunitaria y de Gestión de Calidad del Ministerio del Interior.

¿Los únicos policías de la familia eran su hermano Julio y usted?
No. Éramos nueve hermanos: cinco mujeres y cuatro varones. Los cuatro hombres salimos policías. Nuestro padre era comisario y él nos transmitió la vocación, el deseo de servir y la pasión por la policía. Mi hermano Julio pagó esa pasión con la vida. Su pasión por el trabajo no le permitió desenchufarse nunca. Cuando trabajé con él en el Ministerio del Interior, como director de la Policía Comunitaria y de Gestión de Calidad, yo siempre le decía: "O te vas con honores o te entierro con honores". Lo enterré con honores. Lo veía todos los días, hecho pedazos, y no aflojaba, no aflojaba. Se aferró a un trabajo que, lamentablemente, lo desgastó.

Puso su vocación por sobre su salud.
No tomó en cuenta las prioridades. Yo le decía: primero la salud, después la familia y después el trabajo. Porque por el trabajo perdemos primero la salud y después la familia. Los policías no tenemos la preparación para ver cómo nos estamos desgastando. Estoy leyendo un libro sobre inteligencia emocional. El autor dice que los policías somos sobrevivientes emocionales: sufrimos un desgaste tremendo y no nos damos cuenta.

Usted fue jefe de Policía de Durazno desde 2015. En febrero de este año el ministro del Interior anunció que lo cesaban en el cargo. ¿Le dolió cómo terminó su carrera?
No. ¡Al contrario! Mi pasaje por la Policía fue algo extraordinario, muy satisfactorio. Yo pongo en primer término lo que he hecho, lo que he logrado, aunque nadie te lo reconozca. La madre Teresa de Calcuta decía: "Si eres exitoso tendrás falsos amigos y enemigos verdaderos". Mi gran satisfacción es haber hecho muchísimas cosas por la Policía y haber ganado muchísimos amigos, tanto entre el personal superior como en el subalterno. Ese es el mayor tesoro que yo me llevo: haber servido a la comunidad y haberle dado mi apoyo a mucha gente honesta.

¿Quería retirarse?
¡Qué le parece! Desde 1971 trabajando, ya era suficiente. Uno siempre quiere dar más, pero tiene que tomar en cuenta la experiencia de otros colegas, como mi hermano, que murieron dentro de la carrera.

Fue policía hasta hace seis meses. ¿Cómo definiría el actual momento en materia de seguridad?
Hoy el mundo se enfrenta a un terrorismo delictivo, que avanza y que decretó la pena de muerte. Los delincuentes actúan despiadadamente, con nuevas modalidades. El crimen cobra la vida de 11.500 latinoamericanos cada mes. El costo del crimen representa el 3% del PIB del continente. América Latina es la región más homicida y criminal del mundo. En Uruguay, el delito, la violencia y el desorden social aumentan en todos los rubros. No hay lugar del país que no haya sido alcanzado por esta realidad. Hay zonas que viven en la anarquía social.


¿Cómo llegamos a ese punto?
Hay determinantes de la seguridad que están fuera del alcance de la policía, como la disolución constante del ámbito familiar y la pérdida del sentido de pertenencia y de la vida. Hoy se hacen cosas negativas para ser visible socialmente. La pérdida de respeto al principio de autoridad es un gran indicio de involución social.

¿Y dentro del ámbito que sí está al alcance de la policía?
Se ha debilitado mucho la lucha contra el narcotráfico. Se ha dicho que ha fracasado y nos hemos cruzado de brazos. Julio, mi hermano, hizo grandes procedimientos y desbarató grandes organizaciones, capturando aviones, vehículos, propiedades de gran valor, mucha droga y armas. Gracias a eso muchos millones de dólares entraron al Estado. Esos procedimientos lograron que esos criminales no se afianzaran en Uruguay. Hoy, en cambio, la ciudad de Salto tiene cinco barrios tomados por los narcos.

¿No se lucha contra el narcotráfico?
Dígame usted qué gran operativo hubo en los últimos años. ¿Qué gran narcotraficante ha caído? Cierran una boquita, agarran gramos, cuando el narcotráfico trabaja con toneladas. Hoy Uruguay es terreno fértil para el narcotráfico. Los narcos operan a piacere. No desde hace tiempo, ¡desde hace tiempazo!

¿Vamos camino a ser como los estados de América Central tomados por las pandillas de traficantes?
Sí. En 2005 participamos en el curso de planificación estratégica en Madrid. Había 17 países latinoamericanos. Todos los jefes de policía expusieron la realidad de su país y los que más destacaron fueron los de Centroamérica. Nos hablaban de sicariato, extorsión, corrupción y de organizaciones que ganaban espacio en el territorio político, para así afianzar sus negocios en el narcotráfico. Nos decían: "Esta realidad les va a llegar, prepárense". Desde entonces he visto con inquietud como nuestro proceso se agrava. Hoy la realidad expuesta por nuestros colegas centroamericanos ya está acá. Pero en 2006 con mi hermano discutimos esto con las autoridades y no aceptaron que nos fuera a suceder. Nos decían: eso no va a pasar acá "porque esto es Uruguay".

Perdimos 10 años.
Sí. Julio pidió que todas las autoridades dieran el ejemplo y se hicieran un test de control de drogas. Le respondieron con ironía, diciéndole que no eran deportistas, ignorando el gran poder de corromper que tiene el narcotráfico. También pidió el allanamiento nocturno para combatir las bocas de droga y le dijeron que no, que era inconstitucional. Hoy, tarde, se dan cuenta de esta necesidad operativa. Buscando que se entendiera que la seguridad es un problema de Estado y no de gobierno, Julio produjo un documento para presentar a las autoridades de todos los partidos, para que vieran hacia dónde íbamos si no se cambiaban las políticas de seguridad. Los convocó y no fueron. Ninguno. Muchas veces Julio compartió conmigo que íbamos con todo éxito en camino de convertirnos por decisión propia en un país como El Salvador o Guatemala. Y lo dijimos mucho antes que Layera. Se lo dijimos a nuestros colegas y a la prensa también. No nos escucharon.

¿Hoy se asumió esa realidad?
No. Aún no se ha tomado conciencia del riesgo que corre, no solo la paz social, sino el sistema democrático. Los violentos, sin temor a enfrentar a todo un sistema penal, se van adueñando de los espacios públicos y de la paz social. El ministerio ha hecho un gran esfuerzo, pero está a la vista que no ha sido suficiente. No se han evaluado en su justa medida los factores determinantes ni la gestión de riesgo. Hoy, en el peligroso proceso de pérdida de autoridad, se corre el riesgo de ataques a personalidades públicas y privadas, como vemos en países como México: jueces, políticos, fiscales y periodistas. Estamos muy cerca de esa realidad.

Esto es muy grave. ¿Está seguro?
Sí. Ya tenemos el ejemplo de la amenaza de muerte al exfiscal Zubía, entre otros.

Además de no combatir lo suficiente a los narcos, ¿qué más hace mal la policía?
Se trabaja en lo urgente y no en lo importante. Perseguir y atrapar delincuentes se transformó en lo principal. Es importante. Pero más importante es la prevención. Tenemos un sistema disuasivo-represivo, y necesitamos una política criminal focalizada en la prevención. Esto no es fácil de aceptar por quienes quieren resultados a corto plazo. Por eso los planes estratégicos no perduran en el tiempo. Tampoco se hace una justa medición de los riesgos, algo que se logra con gestión de calidad.


Usted fue responsable de gestión de calidad del Ministerio del Interior.
Sí, y fusionamos esa técnica con un tema muy importante, que se ha dejado de lado por el Ministerio del Interior: la Policía Comunitaria, abandonada por ignorancia y desconocimiento de su valor. La están aplicando todos los países, porque han visto que el sistema represivo ha fracasado. Hoy la policía trabaja a partir de un círculo vicioso. A través de un hecho consumado, investiga, detiene, procesa y manda a una persona a la cárcel. La Policía Comunitaria, en cambio, trabaja en un círculo virtuoso: establece que hay que prevenir un hecho y se anticipa para que esos hechos no se conviertan en delitos.

Hubo un momento, hace unos años, en que se hizo un esfuerzo en ese sentido.
Pero luego pusieron al frente de la Policía Comunitaria a gente con mentalidad de policía tradicional, y eso la llevó al fracaso. Layera, el actual director de la Policía Nacional, no quiere una policía comunitaria. Me lo dijo en la cara. El problema es que si no aplicamos un trabajo policial cercano a la comunidad, conociendo la realidad, no habrá éxito. Una policía comunitaria no es una debilidad, al contrario. El policía comunitario es un pacificador social que le da una gran rentabilidad a la sociedad. ¡Estamos tan errados tratando de tapar lo urgente y no haciendo nada en lo importante!

¿Tan así es?
Tenemos un sistema preventivo debilitado, que se muere de hambre, famélico, al que no se le da ningún recurso. La represión en cambio tiene muchos sectores asignados: Puma, Guardia Republicana, PADO. Todo es represión y disuasión. Va el PADO para un lado y los delincuentes se van para otro. Es una sábana corta. No disminuye el delito, no protegen a nadie, solo consiguen desgastar al personal. Yo voy seguido a Montevideo. El otro día en la avenida Millán vi tres policías: estaban cansados, con los pies contra la pared, haciendo nada, sin contacto real con la población. Los vi en Lezica también, muertos de frío caminando de a tres. ¿Qué hacen? Nada.

Las comisarías han perdido importancia.
Sí, y es otra cosa que impactó muy negativamente. Sacaron todo el personal, no hay nadie. Lo vimos en un video de una persona que entró en una seccional y no había nadie. Una vergüenza. La comisaría es el corazón de la acción policial y es el referente institucional para la población. Y sacamos al comisario, no tenemos a nadie... es otro grave error que se está cometiendo.

¿Qué hay que hacer?
Cambiar toda la política. Hoy en Guatemala el ejército está en la puerta de los supermercados. Esa realidad, tarde o temprano, la vamos a tener. ¿Con qué los vamos a detener? Ya hoy estamos entrando a los barrios con blindados. Falta trabajo a largo plazo. El proceso de baja de la violencia en Nueva York duró 10 años y fue acompañado de un férreo sistema de tolerancia cero, y de medidas complementarias focalizadas en desmantelar el apoyo logístico que alimentaba el crimen organizado y doméstico. Se recuperó la paz y el orden en el subte tomado por las pandillas. Se evacuaron edificios enteros ocupados ilegalmente, se reinició un proceso de urbanización moderno, y muchas medidas más.

¿El camino pasa por la mano dura?
Muchos la exigen. En Guatamala y El Salvador se aplicó, y solo crearon una bacteria resistente. Julio decía: para defender a la sociedad no se necesita una mano dura, se necesita una mano justa.

¿La prédica de su hermano fue desoída?
Totalmente. Una vez en México los narcotraficantes tiraron granadas en una manifestación política y mataron mucha gente. Julio me preguntó si había visto quién había causado eso y yo le dije que sí, habían sido los narcos. Y él me dijo: no, no fueron los narcos, fueron los negligentes y corruptos que permitieron que los narcos crecieran.

¿Qué futuro nos espera en materia de seguridad?
Hoy existe un combo que alimenta un panorama nada alentador. Hay 130 mil jóvenes que no estudian ni trabajan. ¡Hay entre 6.000 y 7.000 hijos de presos! Hay entre 400 y 600 presos liberados por mes, con un nivel de reincidencia que supera el 50%. Los planes sociales no han dado sus frutos, algo que ya es reconocido por las autoridades. Y hay un incremento de la violencia armada, el narcotráfico y nuevas modalidades, como el ciberdelito. Eso nos sugiere que hay mucho para trabajar en forma cooperativa entre autoridades y ciudadanía para poder minimizar el impacto y amenaza del delito y la violencia.

Chalecos antibalas y gestión de calidad

Sergio Guarteche siente orgullo de algunos logros concretos. "Yo no estuve en la Policía por estar, siempre quise agregarle valor y fortalecerla. Me siento orgulloso de haber logrado que se le otorgara chaleco antibalas a todos los policías, lo que ocurrió cuando era ministro (Luis) Hierro López. También de haber introducido el lenguaje de señas en 2006 y de haber ingresado el modelo de capacitación ciudadana, a través de la Escuela de Seguridad Ciudadana, que es una herramienta fantástica".

Guarteche lamenta, sin embargo, que aquel proyecto ya no tenga el apoyo que una vez tuvo: "Me enteré de que hay una orden de que no se haga más la Escuela de Seguridad. Es lamentable. Muy lamentable. En la Escuela se empoderaba a la gente al darle herramientas para su cuidado personal".

Otra gran preocupación de Guarteche fue que la policía tuviera una gestión de calidad moderna. "Introduje este concepto en la Policía en 2007 en Canelones y en 2009 ganamos el premio de la OPP en calidad a la atención ciudadana".

Como jefe de Policía de Durazno logró que esa dependencia fuera la primera institución pública en ser certificada con la norma ISO 9001 versión 2015. "Lamentablemente, y por motivos que no puedo explicar, eso nunca fue resaltado por el Ministerio del Interior".

"Una presencia ausente"

"Todos hemos visto que hay notorias debilidades en la preparación de los nuevos policías. No hay una formación adecuada. ¡Les falta disciplina y compromiso!", dijo Sergio Guarteche. "Tienen cero enfoque de integración y contacto con la población. Hay una presencia policial ausente en las calles: están, pero no se relacionan con la población. No informan ni se informan de lo que pasa en la zona o barrio".


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