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Si Doctor Sueño falla, ¿por qué no volver a El Resplandor, la película que inició todo?

"Doctor Sueño" retoma el personaje de Danny Torrance y el Hotel Overlook, pero no llega ni a pisarle los talones a la película de Kubrick de 1980
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10 de noviembre de 2019 a las 05:05

Pedaleo y pedaleo, Danny Torrance atraviesa la moquete romboide en un triciclo que va más rápido que el McLaren de Lewis Hamilton. Pasan las habitaciones, los pasillos vacíos, pasa el hotel, pasa cualquier cosa que se atraviese en su camino. Pero en el recorrido hay una parada: la habitación 273. Y Danny frena. Piensa. Baja. Mira la puerta de madera. Agarra el picaporte. Contiene el aliento. Ve a las gemelas en un mínimo frame mental que se le cruza como un relámpago. Y Danny se lo piensa mejor. Se sube al triciclo. Se aleja pedaleando. Nosotros soltamos el aire. Tenemos la piel erizada. Escalofríos. ¿Y pasó algo? No, no paso absolutamente nada. ¿O sí?

El resplandor tiene casi 40 años –los cumple en 2020– y uno pensaría que después del tiempo, de los avances, las parodias, las alabanzas y los homenajes, su efecto estaría diluido. Lavadito entre tanta nueva y buena oferta del género. Pero no. Ni cerca. Sigue siendo una inyección de perversión y horror de respuesta inmediata, su impacto es automático y aparece desde el momento en que la ominosa orquesta de vientos y cuerdas advierte al espectador y a la familia Torrance que en el Hotel Overlook las cosas se van a poner jodidas. 

El resplandor es imbatible. Nada puede contra ella. Se juntaron tres maestros y crearon algo inmortal. Con el pulso mágico de Stanley Kubrick, las pinceladas básicas de Stephen King y la locura humanizada que imprimió Jack Nicholson, la película permanece como una de las grandes joyas de las últimas décadas del siglo XX, al punto de que ha trascendido y se ha convertido en algo más, algo que –chistes aparte– resplandece con cada nueva revisión. La mística que la rodea, las leyendas en torno a lo que quiso o no quiso decir el director y el ya conocido enojo de King con el resultado final son, además, mojones que han elevado su estatus a clásico de culto. 

Por eso es imposible hacer o pensar en una secuela. Imposible. Al menos en una secuela que esté a la altura. El propio King quiso hacerlo en una nueva novela –Doctor Sueño, publicada en 2013– y ni él, que es dueño de la historia, logró llegar a sus propios talones. Sí, es un buen libro y le da más carne al personaje de Danny en su faceta de adulto traumado, pero al lado de la historia original resulta hasta infantil. Son, en definitiva, cientos de páginas escritas únicamente para seguir facturando. Y eso mismo sucede con la película homónima que la adapta, que se acaba de estrenar en cines en Uruguay y que funciona como continuación a la película de 1980. 

Con Doctor Sueño, esta secuela que protagoniza Ewan McGregor y dirige Mike Flanagan, sucede algo curioso: nunca importa realmente lo que pasa con los personajes –los nuevos y los viejos– y solo funciona cuando comienza, muy sobre el final, a tocar las mismas teclas que la película original. Es una película mucho más interesante cuando se sumerge en el Overlook otra vez, cuando se apropia de sus fantasmas y los coloca en primer plano, que cuando intenta reflotar su propia historia, que ya en el libro era media floja y acá por momentos produce hasta cierto rechazo tragicómico.  

Cuando Flanagan comienza a calcar las escenas de Kubrick en una suerte de homenaje casi pornográfico, es inevitable sentirse entusiasmado. ¿Qué estamos viendo? ¿Una nueva película o un sucedáneo de un éxito inalcanzable? Al final, y a pesar de que el filme tiene buenos sustos –Flanagan ya probó que sabe hacer buen terror en Oculus o la serie La maldición de Hill House–, uno se queda con la duda: ¿si esto no tuviera nada que ver con El resplandor, se sostendría? La respuesta, claro, es negativa. Y por eso, ante una nueva entrega que más vale perder que encontrar, siempre es mejor volver a la raíz. 

Fantasmas internos

En la década de 1970, King ya tenía en Carrie y El misterio de Salem’s Lot en el bolsillo, dos éxitos que le auguraban una promisoria carrera como escritor. Pero ambos se habían situado en zonas de Maine, su estado natal, y ahora quería salir de fronteras. A fines del otoño de 1974, el escritor y su esposa se alojaron en el hotel Stanley en Colorado, a pocos días de su cierre invernal. Se quedaron una sola noche y fueron los únicos huéspedes. Durmieron en la habitación 217, que en teoría estaba embrujada. 

Tres años después se publicó El resplandor. Muchos de sus elementos estaban enredados con la vida de King de aquel momento: su Jack Torrance era un escritor con problemas económicos, una tendencia autodestructiva impulsada por el consumo abundante de alcohol y un bloqueo creativo infernal. A eso, King le sumó su estadía en el Stanley y así nació la premisa: una familia aislada por la nieve en medio de un hotel diabólico que los va consumiendo. Unos años después de la publicación de la novela empezaría la producción de la película, que la agarró un Kubrick con ganas de meter un taquillazo después de la magra cosecha de Barry Lyndon, su anterior producción.

Lo que sigue son, básicamente, problemas varios, sobre todo entre director y autor. Al final ambos quedarían enemistados para siempre y King repudiaría la película toda su vida. Entre las miles de cosas en las que no estuvieron de acuerdo fue en la selección de Jack Nicholson para interpretar al protagonista. A King no le gustaba porque decía que su anterior película, Atrapado sin salida, lo había dejado muy identificado con la locura. Kubrick lo mandó a freír espárragos.

Y qué suerte, porque Nicholson es uno de los responsables directos de que la película –que se puede ver en HBO GO y NS Now– sea esto. Su viaje a los infiernos se va cimentando con pequeños destellos de locura que se adueñan poco a poco de sus facultades y que lo ponen detrás de un único objetivo: sacrificar a su familia para el hotel, que al final lo dominará completamente. Miradas colgadas y cargadas de insania, teclas de una máquina de escribir que marcan el pulso de los fantasmas que lo manejan, demonios que emergen y lo nublan a medida que el invierno se cierra sobre el edificio; esas son sus marcas registradas. Y sí, también el hachazo en la puerta y la frase posterior. Su “here’s Johnny” pasó a formar parte de la cultura popular, junto con la mirada aterrorizada de la actriz Shelley Duvall que, dicen, era genuina –se cuenta que Kubrick maltrató bastante a la pobre y que, entre otras cosas, le hizo repetir 127 veces la escena del bate de béisbol–.

La crítica no trató muy bien a El resplandor en su estreno. De hecho, el crítico Roger Ebert hasta decidió ignorarla y no comentarla en su programa de TV. Sin embargo, con el tiempo eso cambió y hoy no podemos más que admirar la manera en que Kubrick trabajó el suspenso a través de pequeñas pistas y migajas, cómo implementó la steadycam para generar los ambientes vacíos de toda humanidad y esas simetrías siniestras que siguen a los personajes por todos lados. Tampoco podemos evitar elogiar y regodearnos en la manera en que, sin que nos demos cuenta, el director hace que las sombras nos envuelvan en ese hotel claustrofóbico y demencial en el que los ascensores chorrean sangre y las bañeras guardan demonios. Cuando queremos acordar, somos partícipes de la demencia de Jack Torrance.

En estos días, Stephen King ha elogiado mucho a Doctor Sueño. Es lógico; la película reconcilia la visión que él tuvo en la novela y la une a lo mejor de la película de 1980. Sin embargo, teniendo en cuenta que la película crece cuando se conecta con el título precursor, estos aplausos del maestro generan un poquito de suspicacia. ¿Van a la nueva película de Flanagan o son un visto bueno tardío a la obra maestra de 1980? Él, en su interior, lo sabe. Y quizás Kubrick, donde quiera que esté, también.

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