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Tránsito maldito

Viví ocho años en Estados Unidos, entre 2003 y 2011, y aunque parezca mentira todavía me cuesta acostumbrarme al tránsito
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13 de mayo de 2018 a las 05:00
La del peatón en Montevideo es una de las tantas causas perdidas que he defendido sin éxito en mi vida. Siempre me pareció curioso cómo las mismas gentes que en su vida de a pie muestran buena educación, resulta que se suben a un auto y se convierten en unos energúmenos sin asomo de vergüenza.

La norma es que el más débil debe esperar al más fuerte y funciona así, desde el ómnibus al peatón, pasando por el camión, la camioneta, el auto, la moto y la bicicleta.

La primera reacción es la bronca contra cualquiera que haga algo que provoque una demora o una incomodidad. Parecería que todo es urgente y que cualquier gesto de amabilidad es síntoma de debilidad. Eso es así en Montevideo desde que me conozco, hace ya medio siglo. Pero ahora, que una porción tan grande de la población maneja algún vehículo automotor, es una versión del infierno.

Yo aprendí a manejar en Montevideo y me enseñaron que el peatón tenía preferencia en las esquinas. Lo tomé de la misma manera que cuando me enseñaron a pronunciar la elle en la escuela: eso está en la categoría del "debería ser" o "tal vez en algún lugar lo sea". No acá. Mi experiencia me había enseñado la realidad: en Montevideo el peatón solo tiene preferencia con un semáforo en verde de frente, si exceptuamos a los autos que doblan.
Parecería que todo es urgente y que cualquier gesto de amabilidad es síntoma de debilidad

De hecho, los peatones en Montevideo no tienen preferencia ni siquiera en la vereda. Si se asoma un auto, pasa primero. Y cuando un automovilista quiere ser cortés y deja pasar al peatón, este se confunde y hasta pasa con miedo. Incluso en las cebras, los autos no disminuyen la velocidad y solo paran si el peatón se atreve a cruzar a pesar de todo.

Para mí siempre había sido así. Pero entonces me mudé a Miami, donde el auto solo tiene preferencia en la autopista. Abajo, en la calle, el peatón es sagrado. Cuando alguien va a cruzar, el conductor lo ve a la distancia y disminuye la velocidad de forma gradual, sin estridencias.

Otra cosa increíble que pasa en Miami es que nunca se obstruyen las bocacalles. Es una maravilla. Una vez se lo comenté a un taxista y me preguntó: "¿Y cómo hacés?" Yo tenía la respuesta preparada: "Ponés un cartel diciendo que no se puede y el importe de la multa". En Miami es entre US$ 200 y US$ 400, depende del cruce, y lo dice en el propio cartel.

Y otro capítulo en el que haría falta un mínimo de decencia y de sentido común es el de las motos. A mí me quedó la frase de una venezolana que dijo, hablando de su experiencia de inmigrante reciente en Montevideo: "En Caracas les tienes miedo a los que van en moto. Aquí son repartidores de pizza".
Yo pensé que pronto se acostumbraría y que empezaría a deplorar a los repartidores de pizza y sus motos con o sin luces, a contramano y por la vereda. Parecería que el consenso de los automovilistas es que la solución es prohibir las motos y bicicletas.

En el tránsito estas últimas son consideradas como "colmo de males". Pero, en realidad, el problemas del tránsito son los jóvenes, que se creen inmortales, y los viejos, que perdieron los reflejos, y los taxistas y los omnibuseros y las mujeres y los recientes conductores y los que tienen libreta hace décadas y los turistas y los inmigrantes.

En el caso del tránsito, los que suelen pedir "mano dura" con la delincuencia son los mismos que se quejan de las multas y de la "tolerancia cero". La hipocresía es tal que llega a esquizofrenia, y cuando quieren cruzar la calle exigen respeto de los que están al volante.

A mí me parece claro que es cuestión de tiempo de aprendizaje. Es una lástima que no se pueda aprender de los demás y haya que hacer la fatigosa experiencia. Vaya a saber cuántas décadas nos costará entender que hay que tener un poco más de paciencia, que hay muchos autos; qué se le va a hacer.

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