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Un debate sobre Venezuela dejó la coalición de gobierno argentino al borde de la ruptura

Los partidarios de Cristina Fernández de Kirchner expresaron su indignación por la estrategia de Alberto Fernández de mostrarse moderado y “market friendly”. Reclamos de cambios ante la crisis financiera
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10 de octubre de 2020 a las 05:00

El voto argentino en las Naciones Unidas, sumándose a la declaración que condenaba la violación de los derechos humanos en Venezuela, fue la gota que derramó el vaso: en el gobierno ya nadie puede ni quiere disimular la fisura entre el kirchnerismo y el peronismo tradicional que sostiene a Alberto Fernández.

De inmediato renunció Alicia Castro, la ex embajadora ante la Venezuela de Hugo Chávez, quien estaba ahora designada para asumir la representación ante Rusia. Alegó que la postura argentina era indigna. Y su renuncia provocó un debate, en el que se sumaron varias voces de referentes kirchneristas.

Por caso, Hebe de Bonafini, presidente de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo, fue por demás expresiva: “Les pido perdón a (Nicolás) Maduro y al pueblo venezolano, estamos avergonzados de nuestro canciller”.

Otros dirigentes dijeron que el voto argentino implica un alineamiento con Estados Unidos y que deja abierta la puerta para una invasión militar a Venezuela. Y el líder piquetero Luis D’Elía se quejó de que el gobierno argentino no denunciara con la misma dureza violaciones a los derechos humanos en otros países de la región.

Como siempre, todo el ámbito político interpretó que lo que estos dirigentes estaban haciendo era expresar la opinión de la mismísima Cristina Fernández de Kirchner, que por su posición de vicepresidenta no quiso salir personalmente a marcar una desavenencia con Alberto Fernández. Pero lo cierto es que nadie puede creer que la embajadora Castro pueda tomar una decisión de tal magnitud y hacerla pública en una carta sin tener al menos el aval de Cristina.

La pelea no solamente se dio en términos de principios sino también de estrategia electoral. Es así que el encuestador y consultor político Artemio López calificó la medida diplomática como un error estratégico, dado que la mayoría de los votantes del Frente de Todos –la coalición gobernante– tiene una mala opinión sobre la política exterior americana mientras en sentido contrario se expresan los votantes macristas.

Casi como para reafirmar esa opinión, cuando se conoció el voto argentino, un comunicado del PRO, firmado por Patricia Bullrich, felicitó al presidente Fernández por haber “rectificado su posición y reconocido las violaciones a los derechos humanos en Venezuela (como lo venimos sosteniendo desde hace más de una década), acompañando a nuestros socios del Grupo Lima y las democracias del mundo”.

La mención al Grupo de Lima es la última estocada que la interna oficialista precisaba. Para el kirchnerismo, ese bloque regional es sinónimo de alineamiento con Estados Unidos. Y parece ya olvidada la adhesión de Fernández al Grupo de Puebla al inicio de su mandato, cuando insinuaba que el gobierno estadounidense volvía al apoyo a los golpes de Estado, por la situación de Bolivia.

La búsqueda de apoyo externo

En definitiva, esta crisis no hace más que dejar al descubierto lo que todos los argentinos sospechaban: que en una situación de debilidad y con la economía al borde del colapso, el presidente Fernández está priorizando su propia supervivencia política, aun cuando eso implique el costo de pelearse con el ala más radicalizada de la coalición.

No es casual que este realineamiento de la política internacional ocurre justo cuando llegó a la Argentina una nueva misión del Fondo Monetario Internacional (FMI), que está considerando la posibilidad de poner a disposición del país un monto por 5.000 millones de dólares como forma de oxigenar las deterioradas reservas del Banco Central.

Por raro que parezca, hoy una de las principales aliadas de Fernández es Kristalina Georgieva, la directora del FMI, quien ya le había hecho el favor de mostrarse favorable a la postura argentina durante la negociación con los acreedores por el canje de la deuda. Y ahora, luego de un contacto telefónico entre ambos, decidió salir a dar un fuerte mensaje político: en una entrevista con CNN, Georgieva negó que el organismo fuera a demandar un ajuste en un momento en que el país está doblemente golpeado por la recesión y la pandemia.

“No venimos a Argentina con la idea de ver cómo podemos ajustar aun más el gasto en estos tiempos”, fue la frase de la búlgara. Claro que eso no significa que el FMI sea indulgente con el gobierno argentino ni mucho menos que comparta sus decisiones. Más bien al contrario, trascendió que los funcionarios de la misión entregaron un documento en el que diagnostican la situación como extremadamente frágil y que si no hacen demandas duras de corrección es, justamente, para no agravar la debilidad política del presidente.

Además, esto ocurre mientras Fernández se embarcó en una campaña de apoyos por parte de mandatarios europeos, como ocurrió esta semana en la conversación telefónica con el primer ministro holandés, Mark Rutte, a quien expresamente pidió que incidiera en favor de Argentina en el debate interno del FMI.

En ese marco, el gobierno necesita recomponer rápidamente su relación con Estados Unidos, luego de haber protagonizado una disputa diplomática sobre la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo, donde aspiraba a nombrar un funcionario argentino, una iniciativa finalmente frustrada.

Divergencias con la estrategia de la moderación

Pero el kirchnerismo no se ha mostrado receptivo a esas necesidades del presidente y a su voluntad de ganar apoyo internacional y enviar señales “market friendly”.

Por el contrario, las críticas se van acumulando y apuntan a que, lejos de buscar una moderación, un corrimiento al centro y una postura dialoguista con el sector empresarial, Fernández debería radicalizar su postura e ir a la confrontación.

Basan su argumento en que todas las apelaciones a la cooperación por parte de los “poderes concentrados” han terminado en fracaso.

Y paradójicamente, la dureza de su diagnóstico coincide con lo que expresan los economistas más ortodoxos de la City financiera: es decir, que todas las medidas económicas que se vienen anunciando no son más que parches que no lograrán estabilizar la situación.

Hoy, con un récord de la brecha entre el dólar paralelo y el tipo de cambio oficial, se habla con insistencia sobre lo inevitable de una crisis financiera aguda, que termine en devaluación y una estampida inflacionaria.

El “súper cepo” que restringe el acceso al dólar no sólo no frenó la sangría de reservas del Banco Central sino que generó el nerviosismo de los ahorristas, que en dos semanas se llevaron 1.000 millones de dólares de los bancos.

Y la siguiente tanda de anuncios, que buscaba, mediante un estímulo impositivo, una mayor liquidación de divisas por parte de los exportadores agroindustriales, tuvo una respuesta más bien modesta: entraron unos 100 millones de dólares, cuando se calcula que hay retenida mercadería por unos 7.000 millones.

Un reclamo de ir al choque

Desde el punto de vista del kirchnerismo, la situación es clara: Alberto Fernández está errando el diagnóstico y el rumbo, y pagará cara su moderación política. Cristina nunca habla de estos temas en público, pero siempre se las ingenia para hacer saber su opinión de manera indirecta.

Por caso, meses atrás había recomendado una nota periodística en la que un editorialista del diario Página 12 criticaba el hecho de que el presidente hubiera invitado a los directivos de las cámaras empresariales a compartir el festejo por el día de la independencia.

Luego, hizo saber que no estaba de acuerdo con la marcha atrás de Fernández en su intento por estatizar Vicentin, la principal exportadora argentina de cereales. El presidente se preocupó cuando vio la reacción negativa de las clases medias rurales, pero el kirchnerismo consideró que se había desperdiciado la oportunidad de tener injerencia en el crucial negocio agroexportador, principal generador de divisas del país.

Y ahora, con la constatación de que las medidas económicas no están dando resultado, el tono de la confrontación interna viene subiendo.

Por caso, el exsecretario de comercio Guillermo Moreno advirtió que el gobierno “va derecho al fracaso” y que había agudizado la crisis que heredó de Mauricio Macri.

Y llamó la atención la crítica de otro influyente del universo K, Roberto Navarro, quien en un editorial particularmente duro pidió un urgente cambio de rumbo de la gestión y la renovación del gabinete.

"El gobierno no se resigna que no habrá paz, que tiene que pelear y para pelear tiene que cambiar funcionarios y alianzas, si este gobierno cambia le va a ir bien, si no va a perder las próximas elecciones, tiene que decidir qué quiere ser, un menemismo que pacte la distribución regresiva de la renta, pero tenga paz o una lucha total para lograr una distribución del ingreso más justo, una de las dos cosas. Esto del medio es todo pérdida, tenemos lo peor de ambos modelos, injusticia y guerra, se armó un equipo para la paz y estamos en guerra", dijo el comunicador.

Por raro que parezca, quienes están pidiendo con más insistencia un cambio de figuras en el gabinete del ministro son los kirchneristas que la oposición macrista. Y la posibilidad de una fisura en la coalición de gobierno es un tema del cual ya se habla sin tabúes.

Hay, naturalmente, un tema crucial que nadie sabe cómo resolver: si hay una ruptura no será solamente entre dos facciones, sino también entre el presidente y su vice, Cristina Fernández de  Kirchner.

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