Gabriel Pereyra

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Un poco tarde, pero perdón

Sobre las injusticias de la Justicia y el proceder de los periodistas
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20 de mayo de 2016 a las 11:04
Todo parece indicar que el actual Código del Proceso Penal (CPP) tiene los días contados y con su base ideológica asentada en la santa Inquisición, dejará de funcionar el año próximo para pasar a ser un proceso acusatorio. No es intención de esta columna abordar las características del nuevo CPP pero sí señalar que algunas de las aristas más agudas del actual proceso son las que generan que unas 6.000 personas procesadas (algunas de ellas presas) no sepan si la Justicia los hallará culpables o no. Años pasan sin saberlo. Y muchos pasan años detenidos y luego, cuando todo el largo y burocrático proceso judicial concluye, resulta que eran inocentes.

Jueces y fiscales que saben que el CPP es un arma capaz de causar las más profundas injusticias, no dudan en usarlo de manera despiadada, sin el más mínimo cuidado con los derechos individuales de los ciudadanos. A veces por irresponsables (si hay una demanda contra el Estado por una prisión indebida, a ellos no los afectará patrimonialmente), a veces por falta de coraje para dejar en libertad a personas cuyo encarcelamiento preventivo es aplaudido por amplios sectores de la sociedad (y cuya liberación sería vista de manera antipática).

Pero todo ese es un problema de los magistrados. El hecho es que a la hora de mensurar sus acciones y conociendo, al igual que ellos aunque seguramente con menos detalles técnicos, las injusticias a las que se presta el CPP, los medios de comunicación, o sea los periodistas que los hacemos, también actuamos en ocasiones con una displicencia lindante con la complicidad. Si sabemos que el código es injusto, cada fallo tomado bajo sus premisas debería ser mensurado con cuidado. Si sabemos que hay jueces que tienen el martillo fácil, luego de cada fallo los periodistas deberíamos medir bien qué vamos a estampar en negro sobre blanco.

La propia jerga que usamos tiende a sumar para el lado de la injusticia. Sabemos bien que la palabra procesado ya connota culpable cuando no tiene nada que ver. ¿Está mal usar ese término? No, pero tampoco nos tomamos el trabajo -tedioso pero no por eso menos justo y necesario- de aclarar lo que haya que aclarar. Admitámoslo: no es lo mismo decir "fulano fue procesado" que decir "la Justicia decidió iniciar una investigación para saber si fulano es responsable...". Claro, como muchas veces sin saber aún si fulano es responsable el juez lo comienza a indagar y ya lo manda preso, es inevitable que la información sobre su apresamiento connote en la gente algo que no es, la culpabilidad de fulano.

Pero hay veces que la actitud de los medios sobre las personas sometidas a proceso se sale decididamente de cauce. Cuando aún tenía en mi memoria el caso del médico Diego Magga, señalado por muchos medios como "el doctor muerte", acusado falsamente de aplicar eutanasia a sus pacientes, saltó en 2012 el caso de los dos enfermeros señalados como responsables de matar a varios pacientes.
Si bien uno había admitido actuar en consecuencia, no existieron nunca pruebas concluyentes que lo demostraran. Sin embargo, muchos medios los tildaron de "enfermeros asesinos". Estuvieron tres años presos y otro año más libres pero aguardando el fallo de un tribunal de apelaciones que los exonerara de toda responsabilidad, algo que ocurrió en los últimos días. Posiblemente el caso termine en la Suprema Corte de Justicia pero el fallo no cambiará por la sencilla razón de que no hay ni una sola prueba que los incrimine.

Durante cuatro años fueron los "enfermeros asesinos". ¿Qué uno de ellos reconoció haberlo hecho? ¿Si alguien va ante el juez y dice ser el asesino de Kennedy diríamos que apareció "el asesino de" o que "hay alguien que dice ser"? Aquí no, aquí le hicimos caso a su declaración y fueron "los enfermeros asesinos". Y resulta que no eran.

Esta columna tiene dos objetivos: compartir con los colegas respetados y respetables la idea de repensar la cobertura judicial o al menos tenerla entre las áreas especialmente sensibles que debemos leer y releer una y otra vez antes de publicar; y en segundo lugar pedir disculpas, porque en la época en que ocupé la mesa de redacción de El Observador -y luego de chequear en estos días la información que dimos en aquel momento- no como una acusación ni como una conclusión, pero sí como una referencia, constaté que aparece varias veces el término "enfermeros asesinos". Y nunca debió aparecer, o, mejor dicho, nunca debí permitir que apareciera. Hoy me lamento, pero es tarde, como imagino que será tarde para que esos hombres inocentes puedan recuperar en todo sentido estos cuatro años en que para muchos fueron simplemente "los enfermeros asesinos".

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