Ricardo Peirano

Ricardo Peirano

Reflexiones liberales > Uruguay

Una historia de esperanza

Una semana muy agitada, a nivel nacional e internacional, da muchos temas para escribir pero esta vez prefiero centrarme en algo que no es de estricta actualidad
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17 de abril de 2016 a las 00:00

Una semana muy agitada, a nivel nacional e internacional, da muchos temas para escribir. De la tragedia de Dolores al inicio del impeachment que concluye hoy en Brasil. Pero esta vez prefiero centrarme en algo que no es de estricta actualidad. Ayer sábado, en El Observador, el periodista Leonardo Luzzi publicó un artículo impactante llamado “La señora de la prisión”. Cuenta la historia de Graciela Barrera, madre de un hijo que fue asesinado hace siete años en la zona de Los Aromos. Le dispararon dos veces para robarle cuando hacía un reparto en camioneta. El asesino nunca fue encontrado. La madre, cuenta Luzzi, no encontró consuelo, pero encontró un camino para canalizar su dolor: ayudar a los presos. Y por eso casi todos los jueves va a la cárcel de Punta de Rieles a charlar con ellos. No es fácil entrar, no es fácil caminar y no es fácil dialogar con los reclusos que ven a esta señora como “sapo de otro pozo”. Graciela solo busca que los reclusos que allí se encuentran sepan que hay otro camino y que las familias de las víctimas sufren y sufren de por vida. “Hay una vida distinta para hacer. Mi hijo no puede salir de donde está, pero ustedes sí.”

El diálogo es muy emocionante entre esta buena señora, que quiere otro camino para los reclusos, y los propios reclusos que van reconociendo sus errores, pero que muchas veces no encuentran otro camino, ni trabajo, ni ayuda para zafar de la droga. Algunos quedan sorprendidos con el coraje de Graciela y le dicen que otras personas en su misma situación los odian o los discriminan. Pero no dejan de reconocer el valor de Graciela y su intención de ayudarlos más que condenarlos o estigmatizarlos.

Esta historia me remontó a una charla que le escuché a Ernesto Talvi, director de Ceres (Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social) en la ciudad de Pando hace cosa de un mes en el marco de un ciclo de conferencias que se está dando por todo el país y que se llama Encuentros Ciudadanos. La charla se centró en la presentación de formas concretas y viables para mejorar la educación secundaria de jóvenes que viven en situación de vulnerabilidad o en contextos críticos (que suelen ser sinónimos). Pero al final de la charla, Talvi contó una experiencia muy parecida a la de Graciela Barrera. Tuvo la oportunidad de visitar la Colonia Berro y de reunirse con varios menores recluidos allí, entre los que se encontraban algunos “famosos” por el delito cometido. Y tuvo una charla muy tensa, pero muy positiva con estos jóvenes, y el diálogo fue muy similar al de Graciela en Punta de Rieles. Que nadie salía a matar, que solo matan cuando algo se complicaba o cuando estaba en juego su vida, que no sabían hacer otra, que eran un desecho de la sociedad, que a nadie le importaba nada de ellos. Cuando Talvi preguntó si no estaban arrepentidos, muchos comenzaron a bajar la vista, como forma de reconocimiento tácito. Cuando les preguntó si serían capaces de empezar de nuevo, se encontró con las mismas respuestas que en Punta de Rieles: que no había trabajo o nunca habían trabajado o estudiado, que tenían que luchar contra la droga, etcétera. Pero casi ninguno rechazó el otro camino, aunque no fuera tan fácil.

A la salida de la reunión con esos reclusos, Talvi contó que tuvo una charla con la directora de la Colonia Berro o del pabellón donde estaban estos muchachos, no recuerdo bien, y le comentó que, a juzgar por su reacción durante el diálogo, le parecía que muchos de ellos eran rehabilitables. Algo parecido a lo que ocurrió durante la charla de la señora Barrera en Punta de Rieles, aunque allí los reclusos eran mayores de edad. Talvi, con asombro y alegría, contó la reacción de la directora: ¿Rehabilitables? De ninguna manera. Para ser rehabilitables tendrían que haber estado “habilitados” en algún momento. Y nunca lo estuvieron. Estos chicos tienen que ser “habilitados” primero.

La explicación de la directora impactó a Talvi y a todos los que estábamos presentes en la conferencia. Tenía toda la razón: ¿cómo se va a rehabilitar a quien nunca se ha habilitado? Y, especialmente, no ha sido habilitado por una buena inclusión familiar y una buena inclusión en un sistema educativo eficiente, que le dé los instrumentos para instalarse en la vida y en el mercado laboral. Ese es el gran debe que tenemos como sociedad: habilitar a nuestros jóvenes dándoles una educación de calidad. El viejo proverbio chino: enseñar a pescar antes que dar un pescado. Educación versus asistencialismo. Es mucho más fácil asistir, pero mucho más efectivo y más justo educar.

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