Mapocho, una novela con personajes antológicos en torno al cauce de agua que atraviesa Santiago

Pienso y desordeno al azar algunas obras que cuentan un río. James Joyce en el Finnegans wake personifica el río Liffey, que parte en dos Dublín, en una mujer. Mark Twain tuvo en su Missisipi una pira bautismal y la definición de un destino. Claudio Magris le tomó el pulso al Danubio. El gran Peter Ackroyd, incluso, escribió una biografía del Támesis. El río Congo no fue el mismo luego de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Tampoco el discreto y tangencial Jarama, después de la pluma de Rafael Sánchez Ferlosio. Más cerca, Juan José Saer expurgó con tinta la densidad barrosa del río Paraná y, como Carlos María Domínguez en Las puertas de la tierra, sondé con la palabra la anchura metafísica del Río de la Plata. 

Por todo esto, quizás, tenía una predisposición favorable hacia Mapocho, la novela debut de la escritora chilena Nona Fernández, nacida en Santiago en 1971. Se editó originalmente en 2001, y desde entonces ha provocado una gran reacción en la literatura trasandina. Chile ganaba con Fernández una nueva voz, sutil y a la vez vehemente, una voz original cargada de personalidad. Quizás el respeto y la altura que ganó Fernández se mantuvo dentro de los márgenes de su país, porque una década después, en 2011 la prestigiosa Feria del Libro de Guadalajara la nombró como “uno de los secretos mejor guardados de la literatura latinoamericana”. En 2016, Fernández obtuvo el premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La dimensión desconocida, y a partir de entonces su firma gana, salvando la redundancia, otra dimensión.  

Mapocho es la historia del río, la de la ciudad de Santiago y la de un país, a través de un cauce angosto hasta que se desborda por las lluvias o los deshielos, y se lleva puestos trozos de la historia chilena, desde la colonia hasta la posmodernidad. Por allí desfilan junto a las orillas del río turbio Pedro de Valdivia, el cacique Lautaro, los líderes patriotas, hasta los lobos grises de la dictadura de Pinochet y la ciudad deformada y poco reconocible de las últimas décadas. 

Al mismo tiempo, Fernández introduce a tres personajes que trenzan secretamente sus vidas: la Rucia (rubia) y el Indio, hermanos trágicos e incestuosos, y Fausto, un profesor de historia chilena con ansias suicidas, fiel improbable de una balanza en la que los platillos solo pesan fantasmas. La historia es osada y las decisiones de la autora revuelven el limo del río y del libro.  

El año pasado, Fernández y la editorial chilena Alquimia decidieron publicar la llamada “edición definitiva” de Mapocho. En el prólogo, la autora narra las condiciones en que escribió Mapocho, encerrada en un apartamento en Barcelona, un sitio que “hizo las veces de puente, de baranda, de mirador”, en el que se asomó desde las distancia a “las sucias y malolientes” aguas del río. Desde la propia fundación de Santiago el río está vinculado a la madre, como fuerza que fluye desde los Andes pero que se carga de tragedia al contacto con los hombres, desde el inicio hasta el presente. Con esa rabia contenida, desde la distancia física pero la cercanía emotiva, Fernández desembocó una novela soberbia, que nunca pierde la tensión literaria a pesar de sus cambios de foco y perspectiva. Además, permite conocer a una de las abanderadas de la nueva narrativa chilena, para sanamente romper barreras geográficas invisibles. Combo completo.