Una novela sobre narcos y violencia en el barrio

Estado fallido, tierra de nadie, país de narcotraficantes y sicarios, son algunas de las expresiones que comúnmente se usan para describir la situación social actual de México, desde donde constantemente llegan noticias de crímenes aberrantes. No se encuentra explicación para tanta barbarie: es como si el monstruo hubiera nacido adulto de la noche a la mañana y nadie supiera muy bien por qué.

Para rastrear al padre de la criatura hay que viajar al pasado y a Colombia, donde durante décadas ocurrió lo mismo que sucede hoy en México, solo que elevado a la décima potencia.

En las calles de Medellín, de Cali y en la selva tropical se derramó más sangre de la que se puede calcular, como bien lo explicita Gilmer Mesa en este La cuadra, un libro a medio camino entre la novela y el testimonio, que estremece por su contundencia al describir la reproducción en cadena de la violencia, siempre amparada por la pobreza, la falta de educación y las carencias afectivas.

Con un lenguaje sencillo pero de profunda significación, el autor traslada al lector a 1980 y 1990, años en los que la violencia comenzó a hacer estragos en la sociedad colombiana. Mesa describe con lujo de detalles la vida intestina de un barrio humilde de Medellín y a través de los personajes que presenta traza un fresco dantesco, de enorme potencia literaria, que estremece por la sobriedad del narrador que actúa como un médico forense que ya lo ha visto todo.

Lo bueno es que esa frialdad formal, discursiva, ese mirar con los ojos abiertos y atentamente a un cadáver destrozado por 47 balazos, no hace que pase desapercibida una sensibilidad que aflora cada dos páginas, sobre todo, a la hora de describir las complejas relaciones familiares que se desarrollan dentro de los hogares una vez que las luces se apagan.

La cuadra late a través de sus personajes: niños que solo quieren ser tan fuertes y tan malos como sus hermanos mayores, madres que educan a base de azotes con cadenas o fustas, padres ausentes que regresan borrachos a moler a palos a la familia entera, chicas que son engañadas por sus novios y violadas en grupo, vecinos que roban a vecinos y capos mafiosos que viven como reyes hasta que una bala los alcanza.

La ausencia del Estado, la corrupción policial y judicial, los intereses creados, también son abordados por el autor, que no duda a la hora de señalar culpables, aunque se cuida bastante de no dividir la cuestión en buenos y malos pero sí establece diferencias.

Por algo el primer personaje que presenta es Kokorico, un sicario como tantos pero especialmente malvado, al que describe maravillosamente como uno de esos casos irrecuperables, donde la crueldad parece ser genética, ya que no hay motivos de peso para que se transforme en un monstruo.

Mesa está admitiendo, sin decirlo, que uno de cada diez puede ser un caso perdido. Pero los que siguen, los otros nueve, los Mambo, Claudia, Chicle, Denis, el Calvo o el propio narrador protagonista de la novela son todos ejemplos de hasta qué punto el medio social puede condicionar un destino.

Es interesante observar también cómo muchas de las cosas que se narran en la novela hoy se repiten como calcadas por toda Sudamérica. Los narcos que cubren los gastos del barrio para encumbrarse y frenar delaciones, gente que no conoce el centro de la ciudad porque no sale nunca de su calle, la pasta base como instrumento para formar sicarios obedientes, la promesa de un mañana mejor a costa de arriesgar la vida en un minuto, la tortura diaria de vivir una vida que no es vida.

La cuadra es una excelente novela, dura, cáustica y emocionante.