Una recorrida por los crímenes a la italiana

En una posdata de 1952 para una edición de El Aleph, Jorge Luis Borges explica la génesis de su cuento La espera y sobre el final confiesa: "El sujeto de la crónica era turco; lo hice italiano para intuirlo con más facilidad". Gracias al comentario del argentino se entiende perfectamente el peso que tiene una idiosincrasia, una nacionalidad o una cultura determinada en el imaginario colectivo.

El punto resulta más que evidente cuando se termina de leer cualquier novela policial escandinava y a continuación se abre una italiana como Las alas de la esfinge, de Andrea Camilleri. Son la noche y el día por donde se las mire. De un lado drama, frialdad, actualidad y violencia extrema; del otro comedia, calidez, tradición y mafia.

Heredero directo del español Manuel Vázquez Montalbán, creador del mítico Pepe Carvalho, es imposible no sentir empatía con la literatura de Andrea Camilleri y especialmente con el comisario Montalbano, su personaje más famoso.

En esta nueva entrega de la serie están todos los elementos que le dieron fama y que hacen que cualquier lector latino se identifique inmediatamente con todo lo que se dice y todo lo que sucede en Vigàta, pueblo ficticio situado muy al sur de Italia donde trabaja y vive el comisario.

La novela presenta un caso de asesinato que más tarde se revela como parte de una compleja trama de trata de blancas, con chicas que son traídas de Rusia para prostituirse en los clubes nocturnos de Sicilia, bajo la amenaza que de que si no cumplen con sus deberes sus familias pagarán las consecuencias en origen.

La aparición del cadáver de una chica rubia y escultural al borde de un curso de agua le permite a Camilleri tratar asuntos importantes como al pasar. "En la época de los griegos el Salsetto era un río, pero en la época de los romanos se convirtió en un torrente, en un riachuelo durante la unificación de Italia, después, en la época del fascismo en un arroyo de mierda, y finalmente, con la llegada de la democracia, en un vertedero de basura ilegal".

Párrafos tan inteligentes como el anterior se entremezclan a cada rato en una trama que como siempre no es especialmente brillante por los enigmas, sino que busca la recompensa en el camino. Los interrogatorios, las pulseadas con los superiores, las macanas de los subalternos, los diálogos con los delincuentes de poca monta o directamente con miembros de la mafia, son la mayor fuente de placer.

El otro punto fuerte de la novela es el humor que se hace presente a cada rato. Cuando no es el ayudante Catarella con sus problemas de dicción, es la relación extremadamente tirante entre Montalbano y su superior inmediato. Cuando no es la anciana chusma que dice que lo vio todo a pesar de que no ve nada, es el altercado que tiene el comisario al ser detenido junto a su ayudante por exceso de velocidad y hablar por teléfono al volante.

La novela crece en interés cuando se devela que una organización benéfica está sacando a las chicas de los cabarets para darles otras opciones laborales, pero varias de esas muchachas luego desaparecen misteriosamente. A esto se suma la presión que debe soportar Montalbano, ya que hay hombres poderosos detrás de esa organización que no quieren que la investigación avance.

En medio de las pesquisas hay espacio también para hablar del propio comisario, ese hombre optimista por naturaleza que comienza a hacerse mayor sin haber consolidado su situación con Livia, sin haber podido tener un hijo y cada mañana un poco más harto de sí mismo y de los demás.

Las alas de la esfinge no es una maravilla, pero cumple con creces cuando se trata de entretener al lector y hacerlo viajar un rato por los sabores y los encantos de la vieja Italia.