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Martín Viggiano

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Una vuelta de rosado, por favor

El rosado fue por años el malo de la película, al que se refería de manera despectiva, como si no fuera vino. Fue uno de los perdedores de la reconversión
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25 de septiembre de 2012 a las 00:00

Por Valentín Trujillo

Hubo una época, que podríamos llamar “prehistórica” del vino uruguayo, donde el consumo de vino rosado -también llamado “clarete”- era masivo. Recuerdo encima de la mesa de mi abuelo, a principios de los ‘80, las botellas de vino Manchego (recuerdo incluso el loguito, con un molino y cuatro aspas). El rosado era el vino común, el que tomaba quien tomaba vino.

Luego el vino uruguayo se reconvirtió, varió, se estilizó y ya nada fue igual. Dentro de la avalancha de cambios que sufrió el sector comenzó a cundir una fuerte estigmatización hacia el vino rosado, que vaya a saberse por qué no entró dentro de esa revolución aerodinámica.

El rosado fue por años el malo de la película, al que se refería de manera despectiva, como si no fuera vino. Fue uno de los perdedores de la reconversión.

Pero en el mundo las cosas suceden de otra manera y finalmente repercuten en Uruguay. Para pintar con una cifra la situación: 60% del consumo de Inglaterra es de vino rosé. Y los tipos son formadores de opinión.

Desde hace un par de años varias bodegas nacionales incluyen en su abanico de ofertas rosés de alta gama, reconociendo el valor de esos vinos.

El rosado salió del ámbito cerrado de un tamaño en particular (las damajuanas de 3, 5 o 10 litros) y ahora se embotella en estilizados envases de 750 cc, con calidad VCP.

¿Cuáles son buenos ejemplos de lo antedicho? La bodega de Laguna del Sauce, Alto de la Ballena, tiene un Rosé con una mezcla de 60% cabernet franc y 40% merlot, con uvas cosechadas antes de la uva para tinto, para conseguir mejor acidez, textura y color.

El Blancs de Noirs, de Bodegas Joanicó, el tannat rosé de Finca Narbona y un original corte de chardonnay y pinot noir, de bodega Marichal, son otras excelentes muestras de un rosado vernáculo que volvió por sus fueros.

Toda bodega que se precie de sí tiene ahora, aparte de un espumoso y un dulce natural de cosecha tardía, un rosado para ofrecer. Se puede tomar todo el año, pero el verano es su estación ideal, por el aporte de frescura y liviandad.

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