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Uruguayos en el monte Everest

Un grupo de uruguayos amantes de las montañas se adentran en un viaje a lo más puro y primitivo del ser humano, a través del esfuerzo, la tenacidad y las ganas de conquistar cada uno su montaña
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16 de marzo de 2018 a las 05:00
[Por Paola Nande]

Cuando el desafío es más grande que uno mismo, el corazón palpita, la adrenalina corre por las venas y el alma aventurera se activa. Plantearse ir al campamento base del monte Everest supone más que un viaje a la montaña: es un viaje a la montaña más alta del planeta. Con una altura de 8848 msnm, el monte Everest se encuentra ubicado en la frontera entre China y Nepal, en la cordillera del Himalaya. Se accede a él a través del Tibet o de las rutas icónicas de Nepal, un país con una cultura milenaria, de picos nevados, sherpas (pobladores nepalíes que trabajan como guías de montaña), yaks (animales de carga), monasterios y mantras. Su capital, Katmandú, se caracteriza por la gran cantidad de templos, palacios budistas e hinduistas, que todos los años atraen a miles de turistas, muchos de ellos deportistas en busca de altas emociones.

Para ascender a la cumbre es necesario estar preparado tanto física como mentalmente, tener experiencia en montañas de menor altitud, conocimientos de rescate, de primeros auxilios y reconocer cuáles son los principales síntomas del mal de altura. El Everest es una montaña de alto riesgo y el peligro puede presentarse en cualquier momento y manifestarse a través de sus vientos, tormentas de nieve y posibles avalanchas. Ser consciente del peligro que conlleva el desafío es lo primero que un montañista tiene que tener claro. El entusiasmo, la constancia, la fuerza de voluntad y el hecho de estar mentalmente entrenado para afrontar las diferentes situaciones de fuerte presión y fatiga que se presentan en la montaña son factores claves para preparar un reto de estas características.

Un antes y un después

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Para ir el Everest no es necesario ser un montañista experimentado o un profesional de las alturas. Aunque el reto requiere de un buen estado físico, entrenamiento y una mente preparada, el desafío de llegar hasta el campamento base a 5.364 msnm es apto para los amantes del trekking, las montañas y los grandes desafíos.

A 16.200 km de distancia y sobre el nivel del mar, nueve uruguayos decidieron embarcarse en ese viaje que marcó un antes y un después en sus vidas. Alejandra, David, Sebastián, Andrés, Dardo, Gustavo, Juan, Mabel y Jorge son un grupo de compañeros, amigos y hermanos, que la vida unió a través del deporte, la pasión por las carreras de montaña, la aventura y las actividades al aire libre, donde la edad (entre 24 y 58 años) nunca fue una limitante para compartir aventuras. El trail running es el deporte que los une y que todos practican desde hace más de 10 años. Han participado en carreras y trekking de montaña en lugares como Aconcagua, Cordón del Plata, Mont Blanc y sierras de gran altura en Brasil.

De la mano de la empresa de turismo Destinoriente, especializada en viajes de aventura y en destinos exóticos, les surgió la posibilidad en 2017 de ir hasta el campamento base del Everest. "El Everest siempre fue como algo imposible, que solo podían hacer unos locos bravos, pero cuando surgió la idea de ir hasta el campamento base junto a estos locos y amigos, ya no parecía tan imposible", cuenta Andrés Silva, uno de los aventureros.

Para prepararse físicamente para los más de 5.000 msnm continuaron con sus rutinas habituales: entrenamientos de entre una y dos horas diarias, subidas y bajadas al cerro de Montevideo, caminatas con mochilas sobrecargadas, gimnasio, buena alimentación y chequeos médicos de rutina para no sortear nada. Tras varias reuniones, charlas informativas y organización logística, el 22 de octubre del 2017 el grupo con el nombre "Equipo Uruguay 2017 - Everest Base Camp Trek" iniciaba el viaje de sus vidas y una de las experiencias más emotivas y maravillosas: conocer la montaña más alta del mundo.

Luego de 36 horas de viaje, entre vuelos y escalas, el equipo arribó a Katmandú en medio de un tránsito caótico donde furgonetas y motos luchan por encontrar un espacio, las vacas se pasean por las calles, y la tierra y el polvo vuelan por los aires. Ese mismo día se dedicaron a terminar de armar sus mochilas, buscar provisiones y el equipo faltante. Al día siguiente iniciaron el viaje en camioneta a Phaplu, un pueblo a tan solo 250 km de distancia, en un viaje de más de 12 horas por caminos intransitables. Para ese entonces, algunos integrantes del equipo ya comenzaban a notar los efectos de la altura.

Aclimatarse

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El trekking de 10 días hasta el campamento base, con paradas en distintos pueblos y refugios, comenzó en Ringmo, un pueblo a 10 km de Phaplu. Para llegar a una buena aclimatación y alcanzar en óptimas condiciones el campamento, necesitaban de varias instancias de ascensos y descensos. El segundo día de trekking mantuvieron un ascenso constante que los llevó hasta Karikhola, donde tuvieron la oportunidad de visitar un templo budista y conocer innumerables estupas, monumentos espirituales que generan paz y tranquilidad. Esta primera etapa fue la más dura y técnica, no solo porque el camino era largo, sino porque debían acostumbrarse al peso de la mochila, de unos 15 kg.

Todos los sentidos estaban a flor de piel, viajando a través del tiempo, la cultura, los aromas y las texturas. En el camino tuvieron la oportunidad de encontrarse con una ceremonia religiosa donde los monjes rendían tributo a un ser fallecido obsequiando una bolsa de comida a cada caminante que pasaba por el lugar. "Fuimos protagonistas de una expresión pura de religiosidad de este pueblo, de un modo para nosotros totalmente inesperado", cuenta uno de los integrantes, Jorge Xavier. La caminata se extendía hasta los 3000 msnm en Karilá, para luego descender a los 2700 msnm hasta Paiya, lugar donde pasarían la noche.

Los siguientes días de trekking fueron constantes ascensos con pequeños descensos, hasta que finalmente hicieron el ingreso a la zona budista tibetana. Para ese entonces ya se encontraban en un lugar con montañistas de todas partes del mundo, sherpas y porteadores (quienes trasportan las cosas en las expediciones) con enormes cargas, mulas, yaks y símbolos religiosos que adornaban el lugar.

Namche Bazaar, a 3440 msnm, era el punto a mitad de camino y el último lugar comercial donde podían procurarse cualquier cosa que les faltase. A partir de ahí comenzaba la parte más dura del ascenso. El equipo hizo una pausa y lleno de emoción se sumergió en un fuerte abrazo antes de emprender nuevamente la marcha hacia Portshe a 3850 msnm, un pequeño pueblito agrícola ubicado en una altiplanicie protegido de los fuertes vientos gracias a las montañas de su alrededor. El camino pasaba por el memorial que recuerda a quienes perdieron la vida en la tragedia sucedida en 1996 (ver recuadro). Cada trekking duraba entre cuatro y seis horas, dependiendo de la dificultad del camino. A medida que tomaban altura, el clima era más frío, por lo que la llegada a cada refugio no debía superar la hora 14. "Sobre los 4000 msnm el frío era reinante, al extremo de que a partir de las 15 se vuelve muy difícil permanecer al aire libre", señala Xavier.

La posibilidad de conectarse a internet en cada refugio mantenía a la familia y amigos tranquilos. Las buenas vibras y el ánimo viajaban de un continente a otro en cuestión de segundos. Las tardes al resguardo del frío se prestaban para largas charlas, té con jengibre y algunos mates, mientras esperaban la cena con comida típica nepalí, como el dal bhat a base de arroz con verduras y lentejas, o platos a base de papas y huevos.

La meta

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A las 7.30 de un sábado, el Equipo Uruguay 2017 - Everest Base Camp Trek iniciaba el ascenso rumbo a Gorak Shep, último refugio donde dejarían el equipo pesado para retomar el trayecto con una mochila liviana directo al campamento base. Sobre el mediodía, los nueve uruguayos junto al equipo de Destinoriente pisaban el campamento base, cumpliendo uno de los desafíos más grandes de sus vidas y pasando a ser parte de las innumerables historias del monte Everest. Entre abrazos, risas y lágrimas de emoción se felicitaron los unos a los otros por el logro, la superación y el trabajo en equipo. Cada uno se tomó un momento de introspección y agradecimiento, dejando dibujos, cartas, inscripciones en piedras y banderitas nepalíes. "Llegar al campamento base todos juntos fue un momento indescriptible, una mezcla de sentimientos y emociones. Fue coronar muchos días de esfuerzo, de sobreponerse al cansancio y a los efectos de la altura, en una intensa convivencia que nos llenó el corazón y el alma con las vistas de los picos nevados", resume Juan Olascoaga, otro de los montañistas.

Pero el desafío no terminó ahí: al otro día seis integrantes del equipo que se sentían bien tuvieron la oportunidad de hacer cumbre en Kala Patthar a 5.545 msnm, una cima que se encuentra muy cerca del refugio, mientras los otros tres integrantes que sufrían un poco del efecto de la altura, aguardaban su regreso. El descenso final les llevó otros tres días, con lo que completaron 13 días de trekking, en un viaje que los llevó a lo más primitivo del ser humano y a conquistar cada uno su propia montaña.

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Mal de altura

Vivir en la altura supone lidiar con determinados síntomas que dificultan la actividad física. A medida que se toma altura la presión atmosférica disminuye, el aire "se enrarece", el oxígeno escasea y los primeros síntomas, como la fatiga y la lentitud comienzan a aparecer. Para combatirlos es necesario hacer una buena aclimatación y así evitar el llamado "mal de altura" o "mal agudo de montaña", un estado fisiológico que puede ser más o menos grave. Como consecuencia se presentan síntomas como dolor de cabeza, falta de apetito, fatiga, taquicardia e insomnio. Estar bien hidratado durante todo el día ayuda también a aclimatarse, así como subir y bajar a dormir a diferentes alturas.

Llegar a la cima

Las dos primeras expediciones al Everest fueron realizadas por los británicos en 1921 y 1922, pero lograron alcanzar la cumbre. En 1924, la tercera expedición británica, conformada por George Leigh Mallory y Andrew Irvine, se tornó misteriosa: ambos hicieron un ataque final a la cumbre, pero desaparecieron entre las nubes y nunca más fueron vueltos a ver. Luego de 75 años, el cuerpo de Mallory fue hallado a 8.155 m lo que deja en duda si llegó a la cumbre. Finalmente, el 29 de mayo de 1953 el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa nepalí Tenzing Norgay se convirtieron en los primeros montañeros en alcanzar el punto más alto del mundo. Para quienes quieren llegar a la cima hoy, el costo estimado supera los 60.000 dólares.

Tan maravilloso como dramático

Más de 200 cadáveres se encuentran en el Everest, pero tan solo 50 han sido hallados y muchos de ellos se usan como puntos de referencia durante el ascenso. La temporada más trágica de la historia del Everest fue en mayo de 1996, cuando murieron 12 personas, ocho de ellas en un solo día, al adelantarse una tormenta de nieve pronosticada. Entre ellas se encontraban Rob Hall y Scott Fischer, ambos directores y guías de montaña de las más importantes compañías de expedición comercial de ese momento. La película Everest (2015) narra la tragedia ocurrida ese día, y el libro Mal de altura escrito por el periodista Jon Krakauer (uno de los montañistas que logró hacer cumbre en esa expedición y descender a tiempo) es una lectura obligada para los amantes de la montaña.

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