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El Observador | Claudio Lottemberg

Por  Claudio Lottemberg

Comisionado para el combate al antisemitismo Congreso Judío Mundial
14 de diciembre 2025 - 18:39hs

El ataque que conmocionó hoy a Sídney no puede considerarse un evento aislado o episódico. Es consecuencia directa de un entorno global en el que el discurso de odio se ha normalizado, relativizado y, en muchos casos, legitimado por líderes que subestiman, o ignoran conscientemente, el poder destructivo de las palabras. Este fenómeno no se limita a Australia. Se manifiesta claramente en Europa, Estados Unidos y también en Brasil, conformando un preocupante escenario de trivialización del antisemitismo, un guion que la historia ya conoce.

El 7 de octubre representa un hito ineludible. El ataque perpetrado por Hamás no fue un episodio militar convencional, sino un acto terrorista de naturaleza genocida, cuyo objetivo explícito era la destrucción de Israel y el asesinato de judíos. Aun así, este evento abrió la puerta a un resurgimiento global del antisemitismo, patrocinado, directa o indirectamente, por líderes políticos y académicos, y movimientos ideológicos que comenzaron a justificar, relativizar o silenciar ante la barbarie. Israel tuvo que dar una respuesta que, en la práctica, equivaldría a aceptar su propia aniquilación, como si la repetición de un nuevo Holocausto fuera un precio moralmente aceptable.

Esta inversión ética no es abstracta. En Brasil, hemos presenciado en los últimos meses un aumento significativo de episodios explícitos de antisemitismo: sinagogas y escuelas judías han comenzado a operar bajo mayor seguridad; manifestaciones públicas han exhibido símbolos nazis y carteles que comparan a judíos con nazis —una perversión histórica de enorme gravedad—; y figuras públicas han relativizado el Holocausto o trivializado su memoria en discursos políticos. Todo esto ocurre en un país cuya Constitución se basa en la dignidad humana y el rechazo inequívoco del odio.

En Estados Unidos, los datos son aún más alarmantes. Instituciones judías —sinagogas, centros comunitarios y universidades— han registrado un aumento sin precedentes de amenazas, vandalismo y agresiones físicas. Los campus universitarios, que deberían ser espacios para el pensamiento crítico, se han convertido en escenarios de intimidación contra estudiantes judíos, con discursos que abogan abiertamente por la eliminación de Israel y lemas que evocan ideologías genocidas. En algunas ciudades, los judíos han comenzado a ocultar símbolos religiosos por temor a ataques, un comportamiento que recuerda inquietantemente a la Europa de los años 30.

La historia de la Segunda Guerra Mundial nos enseña que el genocidio no comienza con cámaras de gas, sino con palabras, caricaturas, desinformación y la deshumanización progresiva de un grupo. Lo que antes tardaba años en consolidarse ahora sucede en semanas, impulsado por la velocidad de las redes sociales. Mensajes fuera de contexto, imágenes manipuladas y cifras carentes de rigor histórico o factual circulan viralmente, creando una percepción distorsionada de la realidad y alimentando el odio.

Lo que vemos después del 7 de octubre es precisamente este mecanismo en funcionamiento. Cuando se minimiza el terrorismo, cuando el antisemitismo se disfraza de crítica política y cuando los líderes optan por el silencio o la complicidad, el resultado es predecible. El atentado de Sídney, así como los episodios registrados en Brasil, Estados Unidos y Europa, son el resultado final de esta bancarrota moral. La historia ya ha demostrado adónde conduce este camino, e insistir en ignorar estas lecciones no es solo un error intelectual, sino una verdadera amenaza para la civilización.

Temas:

Antisemitismo Terrorismo

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