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22 de junio 2024 - 5:00hs

“Uno más para atender”…diría uno si se tomara con ironía un tema que no da ni para ironizar ni para pasar por alto: la educación. La última edición del Monitor Educativo que se conoció esta semana reveló muchos datos que vale la pena analizar para tomar medidas urgentes. Esta vez quiero profundizar en las inasistencias, uno de los tres fenómenos que los propios expertos destacaron como preocupantes. En 2023, el 64% de los alumnos que asisten a Primaria tuvo “asistencia crítica”, al igual que el 83% de los niños que asisten a Educación inicial.

Los parámetros internacionales que toma el Monitor como vara determinan que se considera crítica la inasistencia al 10% o más de las clases. El informe destaca que asistir regularmente a clases es uno de los "requerimientos básicos para la continuación de los procesos de aprendizaje y para la adecuada integración de los niños a la escuela".

En 2023, además, el promedio de días asistidos en educación primaria fue de 149,4, menos que los 152,2 días de 2022 y menos aún que la cifra registrada en 2019, de 160,4 días. Del total de los días lectivos promedio, “25% de los niños de primero a sexto faltó más de 34 días (20% de las clases), mientras que el 50% de los niños faltó más de 22 días (13% de las clases)”. Un cuarto de todos los niños que van a la escuela faltaron más de un mes a clase.

Es muchísimo, no solo por las consecuencias académicas comprobadas que generan las inasistencias, sino también por la instancia de integración social que es en sí misma la escuela. Los parámetros y los apuntes del Monitor son sensatos. Lo que carece de cualquier sensatez son las elevadas cifras de niños que faltan a la escuela.

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El análisis de por qué faltan, sin embargo, no solo tiene que ver con la sensatez. También se relaciona con otras cuestiones tan importantes y tan cotidianas como la realidad que viven miles de familias en las que un niño tiene que cuidar a sus hermanos, o un niño casi no puede salir de su barrio porque el barro le llega a la rodilla, o una madre y un padre (en muchísimos casos, solo una madre) deciden que el niño ese día no sale de casa porque la inseguridad en ciertas zonas rampea. O simplemente porque el niño es chico y si un padre o responsable quiere acompañarlo en el ómnibus, el boleto del adulto hay que pagarlo con plata que nunca sobra.

Lo anterior se explica así en datos del Monitor: “En 2023, la inasistencia fue más alta en Montevideo respecto al interior, en los grados más bajos en comparación a los más altos y en los niveles de contexto sociocultural más vulnerables frente a aquellos menos vulnerables”. La inasistencia sube cuanto más bajo es el nivel socioeconómico en el que vive el escolar.

Preocupa, también, que este indicador que ya no venía bien, siga deteriorándose. De 2022 se pasó de 19,7% a 22,6%, dice el informe, y si se compara el año prepandemia (2019) y 2023, "se tiene que la cantidad de niños en esta situación pasó de casi 26.000 a más de 54.000".

¿Por qué cada vez más quiénes más necesitan de la escuela faltan a la escuela? Además de las realidades que antes describí y otras que tal vez ni imaginamos, la propia pandemia generó una falsa sensación de que se puede faltar sin demasiadas consecuencias. La directora general de Primaria, Olga de las Heras, cree que la creencia de que algunas faltas no afectan el aprendizaje, permanece en las familias. "Un día, dos días menos en el mes tiene repercusión en los aprendizajes de los niños.(...) Menos asistencia a clase es proclive a que el niño tenga menos oportunidades de aprender más", dijo.

Todo esto no pasó de un día para otro, no es sólo causa de la pandemia y no afecta solamente a los escolares y preescolares, sino a todos los niveles de la educación. Si alguien quisiera tomar el tema como caballito de batalla electoral, debería considerar que esto viene de lejos, con bajas y poca altas. Entre 2009 y 2015 hubo un período de descenso de la asistencia insuficiente (de 40,8% a 24,3%). Este 24,3% es el valor más bajo de la serie, porque luego la cifra creció entre 2015 y 2017, cuando llegó a 33%, mientras que en 2017 y 2019 se dio la tendencia contraria, con la baja a 31,1% en el año previo a la pandemia.

En 2012, casi todos los medios publicaron la historia de Mario Rodríguez, el “niño cero falta”, un término que hacía referencia a la campaña que en ese momento llevaba adelante Unicef con el gobierno uruguayo para incentivar la asistencia. Entonces tenía nueve años y fue elegido entre 1.500 postulaciones. Entre primero y cuarto nunca había faltado a clases. Vivía en una zona rural y caminaba tres kilómetros para ir a la escuela Nº 94 del departamento de Lavalleja, donde en ese momento no había locomoción que pasara por su casa.

Menos de dos años después Mario y su mamá volvieron a los medios, pero por una razón bien distinta. Ambos habían estado internados por un cuadro de desnutrición, en febrero de 2014. Hubo algo de polémica, la madre dijo que no les habían dicho que eso era desnutrición, y hubo muchas donaciones.

El caso específico de este niño emblemático sirve, al menos, para confirmar que la asistencia tiene mucho que ver con la realidad diaria del niño y de su familia. En 2016 Mario no iba al liceo ni a la UTU. Antes soñaba con ser veterinario.

La asistencia crítica es una sentencia de abandono de la educación difícil de esquivar y esto lo saben tanto autoridades como expertos. Por eso hizo bien Ceibal en activar en 2023 un plan piloto por el cual se enviaron tres cartas (papel) personalizadas a los domicilios de 27.354 familias de alumnos de 1° a 3° de escuela, de una muestra representativa de 210 escuelas de varios departamentos.

En esas cartas se transmitía la importancia de que los niños asistan a la escuela y se recordaban las faltas del alumno del año anterior, que son una buena forma de predecir las inasistencias que tendrá en los años siguientes, y se recordaban las faltas que tenían a medida que avanzaba el año.

Este año, la ANEP comenzó a enviar cartas a más de 50.000 familias, de alumnos de 1° a 3° de contexto vulnerable que faltaron 16 días o más en 2023. Ya recibieron una primera misiva y recibirán dos más. En ellas se incluye un gráfico que pasa de amarillo a rojo cuando el niño tiene 10% o más de inasistencias.

Las cartas ayudan y las campañas ayudan. Tal vez llegó el momento de que jerarcas, políticos y docentes se pongan de acuerdo para que la próxima reforma educativa -que a esta altura es constante- incluya, sin discusiones, más escuelas de tiempo completo y, ojalá, algún sistema de transporte especial para los escolares más vulnerables.

¿Cuánto cuesta construir y dejar en funcionamiento más de estas escuelas que le aseguran a los padres al menos siete horas de cuidado? ¿Y cuánto costará organizar una forma de que a los niños que faltan mucho se los pase a buscar casi casi que por la esquina de su casa? Los uruguayos queremos saber cuánto cuesta porque de eso depende no solo el futuro del niño que falta sino también el de toda esta sociedad, en la que el nivel educativo es, indiscutiblemente, una de las pocas variables que asegura el empleo y una vida con ingresos dignos.

Temas:

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