La panceta es una de mis debilidades. Los panchos con panceta. Los chivitos con panceta. Las hamburguesas con panceta. La pizza con panceta. La panceta es para la melodía que enriquece mis sentidos. Creo que bacon es la primera palabra en inglés que aprendí. Entre las innumerables palabras que escuchaba de niño al ver series dobladas al castellano, la primera que reconocí fue 'tocino'. Por esos tiempos mi madre hacía puchero y mi pregunta de rigor cuando me servía el plato era, “¿le pusiste panceta?”. Rara vez me daba el gusto, pero igual le quedaba riquísimo, como todo lo que cocinaba.
A mí también me gusta cocinar. Cuando mi familia y amigos prueban lo que preparo, suelen decir: '¡Qué rico! ¿Qué le pusiste?'. A lo que respondo: 'Pregunta incorrecta', y guardo silencio. El secreto, ya se pueden imaginar cuál es. Mientras otros echan en sus ollas sus pergaminos, yo echo en la mía jamón y panceta.
Siempre he sabido, por sentido común y considerando su origen, que la panceta no es un alimento saludable. Lo sabemos todos, ¿no? Después del sabor del chocolate, el del tocino es el sabor más adictivo de todos.
Ahora bien, ¿por qué en Estados Unidos muchas familias incluyen panceta frita en su desayuno? Es un ritual que vemos a diario en películas y series de ese país: mamá o papá preparando panqueques con panceta para que los hijos vayan a la escuela con 'toda la energía'. Uno al lado del otro en el plato. Desde los tiempos hoy remotos en que veía 'Lassie' al llegar de la escuela, la escena se repite, como si el alimento fuera el más saludable del mundo. ¿Nos quieren hacer creer que es buena, al igual que Popeye lo hacía con la espinaca?
Sí, nos quieren hacer creer que es saludable, aunque no lo sea. El origen de esa creencia tan falsa se debe a una campaña de marketing. En los años 1920, Edward Bernays, el padre de las relaciones públicas, lideró una estrategia para aumentar el consumo de panceta en EEUU. Y no se imaginen a un señor mayor. Bernays tenía apenas 28 años cuando logró convertir la panceta en un componente casi sagrado del desayuno estadounidense. Un ejemplo brillante, aunque cínico, del poder de las relaciones públicas y la manipulación del comportamiento del consumidor. Historia ideal para una serie de Netflix, o mejor aún de Max. ¿Y quién interpretaría a Bernays? Tom Holland o Timothée Chalamet, sin dudas.
En aquella época, el desayuno estadounidense no era tan distinto al nuestro: café, jugo y alguna que otra tostada. Sin embargo, Beech-Nut, que hoy conocemos como una empresa de alimentos para bebés, en la década de 1920 se dedicaba a vender panceta y buscaba aumentar sus ventas. La clave no estaba en mejorar la calidad del producto, sino en cambiar la percepción pública sobre lo que debía ser un 'buen desayuno'.
La empresa contrató al joven Bernays, sobrino de Sigmund Freud, quien llevó a cabo una estrategia astuta: envió cartas a 5.000 médicos preguntándoles si un desayuno más 'sustancioso' era mejor para la salud que uno ligero. Como era de esperarse, la mayoría coincidió en que un desayuno de mayores proporciones daba más energía para afrontar el día.
Bernays usó este resultado para generar atractivos titulares en diarios y revistas, destacando que los médicos recomendaban desayunos con más proteínas y calorías. Beech-Nut promovió la combinación de huevos con panceta como desayuno ideal, alineado con las recomendaciones médicas. En poco tiempo, la idea de que un desayuno debía ser grande y energético se convirtió en estándar cultural. Así nació la clásica imagen del desayuno americano con huevos revueltos, tostadas y, por supuesto, panceta.
Lo interesante es que este cambio no se debió a una mejora en el producto ni a una demanda natural de los consumidores, sino a una estrategia de persuasión basada en la psicología y en el supuesto respaldo de la comunidad médica que, claramente, fue manipulada.
Pocos ejemplos muestran tan bien cómo el marketing y las relaciones públicas pueden redefinir lo que consideramos 'normal' o 'saludable'. Y si bien hoy en día sabemos que desayunar panceta de manera diaria no es lo más recomendable para la salud, la imagen de un desayuno con huevos y panceta frita sigue tan campante que ahora se ha internacionalizado, y es figura regular en los buffet matutinos de las grandes cadenas de hoteles.
Las escenas que vemos actualmente en el cine no son casualidad. Detrás hay mucho más que una tradición: hay una estrategia de marketing que comenzó en 1920 y que sigue funcionando.
Más allá de todo, si la vida se acorta por la ingesta regular de panceta, que al menos quede crocante y dorada, por haber sido preparada a medio fuego para realzar su textura y sabor.