21 de junio 2025
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21 de junio 2025 - 5:00hs

Son días intensos en la Comedia Nacional y para quienes siguen sus obras con atención. Con la distancia de unos pocos días, la compañía de teatro de Montevideo estrenó dos títulos a los que de verdad vale la pena echarle un ojo —La dama boba, en Sala Verdi, y Los pálidos, en la Zavala Muniz— y este sábado sacude su temporada con un espectáculo que de pique se antoja como un mojón del semestre: Las brujas de Salem, del dramaturgo estadounidense Arthur Miller, a cargo del director español Andrés Lima.

Este texto, un clásico contemporáneo que pone en escena la histeria colectiva del famosísimo pueblo de Salem, en la Nueva Inglaterra de 1692, por casos de brujería y satanismo, y que Miller escribió en la década de 1950 como una metáfora de la persecución que sufrió durante el macartismo, es uno de los predilectos de Lima. Él ya lo montó en 2017 en el teatro Valle-Inclán de Madrid y varios años después siente que su vigencia es, quizás, hasta más pertinente en 2025.

Lima, que pasó las últimas semanas ensayando y montando la estructura de esta obra extensa e intensa —son dos horas y media, con un intervalo— en la sala grande del Solís, no es un desconocido para la Comedia. La compañía hoy dirigida por José Miguel Onaindia ya lo tuvo en 2023 a cargo del montaje de Edipo Rey, un gran espectáculo que estuvo entre lo mejor de aquella temporada de clásicos. Ahora, el español vuelve con el entusiasmo intacto y un conocimiento todavía mayor de los actores que integran la Comedia. También con ganas de sacarle todo el jugo a una obra que define como "poliédrica" y donde, por ejemplo, sentará a setenta espectadores en los tribunales, sobre el escenario, para que sean parte del montaje.

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Así las cosas, el juicio empieza este sábado a las 20 horas y sus funciones irán hasta el 27 de julio. Sobre lo que se verá en el escenario, y lo que hay de fondo en esta obra fundacional del teatro contemporáneo universal, Lima habló con El Observador.

Las brujas de Salem afianza tu vínculo con Uruguay. Ya no es episódico, hay una relación con la Comedia que se mantiene. ¿Es así?

Sí, mi relación con la Comedia es muy bonita. Con el elenco he trabajado en profundidad en montajes y talleres, y los conozco bastante ya. Ya con Gabriel (Calderón) había algo que nos unía mucho. Y con toda la eclosión que nace con él, con Sergio Blanco y Marianella Morena. Ellos estrenaron varias veces en España, entonces este movimiento de ida y vuelta es muy fraternal y muy bonito. Y volviendo a la Comedia, este es un elenco muy comprometido con lo que hace, con la compañía pero también con lo que se cuenta. Manejar un elenco de diecisiete actores en una obra tan compleja como Las brujas de Salem, donde todos hablan a la vez, sin perder de vista qué es lo que quieres contar, además de cómo lo cuentas, no es tan habitual.

¿Ese compromiso lo notaste ya en Edipo Rey? Fue otro montaje grande y desafiante.

Lo primero que noté es que eran muy buenos actores. En el casting de Edipo ya me di cuenta de que eran muy dúctiles. Era un grupo especialmente bueno. A partir de ir conociendo las personalidades de cada uno, fui encontrando los personajes. Con ellos se fue generando algo que no tantas veces se da en teatro desde la primera semana, y es por el hecho de que es un elenco estable de teatro público.

¿En este montaje de Las brujas de Salem se mantienen las formas de trabajo con las que encaraste Edipo Rey?

Muchas. Esta vez había más dificultades para venir antes a ensayar, así que reclamé a muchos de los actores que estaban en Edipo. Los que no están es porque están haciendo otra obra. Digamos que la base del coro de Salem es el coro de Edipo. Y sobre la elección de la obra, no fue solamente por los motivos propios del texto. Es una gran obra, una que políticamente es muy interesante porque narra algo pasado, que a la vez es metafórico de lo que le pasaba a Arthur Miller cuando la escribió —la caza de brujas de McCarthy—, y a la vez rebota en la regresión actual que hay en Estados Unidos con Donald Trump, que es un líder apoyado por el nacionalismo cristiano. Esta regresión en los derechos civiles y humanos recuerda mucho a la caza de brujas en Salem. Me resulta súper pertinente que solo con poner la obra de Miller en escena, y aunque hable de 1692, se esté hablando de 2025. Siguen por debajo los mismos mimbres, las mismas bases de la reacción de la ultraderecha, del pensamiento más totalitario y represor a través del terror. Por otro lado, me gustaba la idea de montarla porque la primera vez en Uruguay hice Edipo, que habla desde el teatro clásico griego sobre una democracia y una comunidad que deriva en un sitio donde existe el terror y el abuso, y pasa lo mismo en Salem. Me apetecía, luego de haber hecho en mi primera visita una tragedia clásica, ahora hacer una tragedia contemporánea. La obra de Miller es muy inteligente y se basa mucho en el recorrido del héroe clásico, en este caso John Proctor, y el de una comunidad.

Andrés Lima

Una comunidad tomada por una suerte de histeria colectiva.

Sí, Salem habla mucho de la relación directa entre el ciudadano y la ciudad, la polis. Es muy política, ambas obras lo son en un sentido amplio. Porque este tipo de shock que hace tambalear los cimientos de las sociedades se daban antes por golpes de estado, ahora los votamos en las urnas. Donald Trump sale presidente gracias a una mayoría ultraconservadora. Y eso da para pensar. Pienso en Tebas, en Salem, en Uruguay, en España. En Europa es tremendo. Hay 18 millones de votantes de ultraderecha radical, cosa que no había sucedido nunca, ni siquiera con el auge del nazismo. Eso me hace preguntarme hacia dónde vamos y qué estamos haciendo.

¿Es la confirmación de la vigencia de lo discursivo de las grandes obras?

La humanidad a veces da la impresión de que no progresa, o que progresa en un sentido extraño. La nuestra, directamente, vive en función del interés, de lo productivo, del consumo. Como decía Pasolini, la sociedad consumista de hoy es la sociedad fascista del siglo XX. Vivimos muy abocados a una imagen, a una manera de preservar el individualismo y los derechos de una clase dominante donde el extranjero rápidamente es deportado, donde los derechos civiles de las mujeres o los ciudadanos en general están muy recortados, donde todo lo que no sea moralmente aceptado por la clase dominante es rechazado. Es algo sobre lo que el artista de cada momento se preocupa. El teatro se enfrenta normalmente a eso.

Montaste por primera vez Las brujas de Salem en Madrid en 2017. ¿Qué pasa cuando una obra te acompaña a lo largo del tiempo? ¿Cómo es la relación entre un director y un texto cuando pasan los años, se vuelve a él, se trabaja con otros actores, en otros lugares?

No me suele gustar mucho volver a montar obras, lo he hecho en dos ocasiones creo. Pero hay obras que hablan especialmente de lo universal y el paso del tiempo hace que evolucionen contigo. Eso me ha pasado con Las brujas de Salem. Es una obra a la que le tengo mucho cariño, sobre todo porque es muy buena y tanto los conflictos sociopolíticos que se plantean, como los personales, son muy potentes. A veces se ve más el terror de una sociedad en la relación de pareja de los protagonistas que en la escena del tribunal, que es soberbia. La edad de uno amplía la visión de las cosas y te permite profundizar en ellas, entonces da gusto volver. Evidentemente mi visión de ahora no es la misma que la del 2017. La de ahora, para mi gusto, ha ganado en profundidad respecto a la relación entre los personajes, y tiene una visión más personal de lo que cuenta la obra en el sentido político de la ficción.

¿Cómo es el manejo de la intensidad en escena? Porque es una obra extensa.

Es extensa e intensa. Y cuanto más intensa, menos extensa parece. Son dos horas y media, más un descanso, pero se pasa volando. Las obras que plantean un grado no solo de arquitectura teatral sino que dan pie a los actores para establecer una relación emocional entre ellos y con el público me gustan mucho. Y Salem, que narra la histeria colectiva de un sitio, necesita de eso. Lo primero que le dije a los actores fue que teníamos que intentar comprender qué es una histeria colectiva, porque se dice rápido pero solo se produce bajo estados de shock. El pueblo de Salem está como bajo el efecto de un terremoto o de un tornado. La gente se vuelve loca y se ven comportamientos extremos. El terror y la violencia están presentes todo el rato. Y no es algo que venga de fuera; lo más impresionante es ver cómo lo generan ellos desde sus tripas y desde su instinto de supervivencia. Porque ni los habitantes de Salem, ni el pueblo alemán en 1933, eran gente mala. No creo que haya gente buena o mala. Somos seres complejos que ante un ataque tenemos la necesidad de sobrevivir. En ese sentido, hay quien se sacrifica por la idea, quien la traiciona y quien se reúne como las moscas para salvarse. Yo creo que el teatro está para mostrar momentos excepcionales de la vida, del ser humano en colectividad o individualidad, y eso es lo que hace que sea especialmente intensa la tragedia. Las brujas de Salem es una tragedia.

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¿Cómo es tu relación con Arthur Miller como autor?

Somos muy buenos colegas (se ríe). Me hubiera gustado conocerlo. No soy un intelectual, no conozco todas las variantes de su obra, pero todo lo que le he leído, y sobre todo Panorama desde el puente y Las brujas de Salem, son obras que demuestran una sabiduría, un talento no solo intelectual sino intuitivo que hace que te veas reflejado inmediatamente. Es uno de esos autores con los que estableces una relación de amistad cuando los lees.

¿Qué te genera representar fuera de España? ¿Cómo es encontrarse con otras visiones del mundo a partir de obras que están hablando un lenguaje universal?

A mí me encanta trabajar fuera de España y me gusta especialmente Sudamérica por la sencilla razón de que hablamos el mismo idioma. Los matices que encuentro en el acento uruguayo, las maneras de hablar, me encantan, me muero de risa. Es una manera de expresar el español más bella, la suavidad que aportáis en el acento hace que el decir no sea tan duro. En España el castellano es muy seco. A mucha gente le gusta, a mí también, pero cuando oigo los textos aquí en Uruguay me conmueve. Es música. Y no solamente eso, sino también la experiencia vital que tenéis como país. A mí Uruguay me gusta especialmente porque es un sitio muy fraternal, muy afable, muy tranquilo, y es ejemplo de muchas cosas. Es un país que después de una dictadura y de momentos muy convulsos fue capaz de elegir a un presidente como José Mujica, que ha estado en la cárcel 12 años, que ha sido acusado de terrorismo. Que la sociedad se ponga de acuerdo y diga "este es el hombre que puede guiarnos", y que él mismo haga un ejercicio de fraternidad con quienes lo votaron y quienes no, es importante. Es un sitio que quiero y del que aprendo.

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Hay un imaginario colectivo en torno a Las brujas de Salem se haya visto la obra, se conozca el texto, o no. ¿Cómo impacta eso a la hora de enfrentarse a la puesta en escena?

Tú lo has dicho: está en el imaginario colectivo. En el inconsciente colectivo, incluso. Son obras que han hablado ya de algo, que han sido muy críticas y por todo eso hay un montón de espectadores, de hijos y nietos de espectadores, que saben hacia dónde se dirige. Y de hecho lo bueno de la tragedia es que muchas veces sabemos cuál es el final. Entonces nos preocupa qué es lo que ha pasado, no cómo se llega, y eso lo hace eterno. De esa forma una obra sobrevive. Y después nunca sabes. Shakespeare fue un pelotazo en su momento, desapareció casi tres siglos, no lo montaba nadie, y a partir de los románticos vuelve a ser un exitazo en todo el mundo. Es un misterio y depende del mundo y de cómo evoluciona. Después los temas no son tantos: el amor, la muerte, la violencia, pocas cosas más. Pero los clásicos son tan poliédricos que dan para montarlos de mil maneras y nunca se agotan.

Y en ese sentido, ¿qué significa que Las brujas de Salem sea un clásico contemporáneo? ¿Y qué es lo que hace a un clásico, un clásico?

En el caso de Arthur Miller seguramente ha sido el contacto con el público el que lo ha hecho un clásico. En el teatro solamente la asistencia del público te avala. Porque hay obras importantísimas a las que la crítica ha intentado destruir y, sin embargo, el público en el fondo sabe. Pero creo también que en Miller va más allá del éxito. Él hace grandes espectáculos que te dejan pegado a la butaca. El propio Bertolt Brecht lo decía: la primera función del teatro es entretener. Brecht lo lograba, Miller lo lograba. Para mí, lo más importante de Las brujas de Salem es el espectáculo. En ese sentido, el paso del tiempo para esta versión, que estaba escrita para un público de los años 60, ahora cambió mucho. El teatro se ha vuelto mucho más ecléctico y eso permite tener más herramientas para ayudar a que lo que se cuenta sea servido como espectáculo. Por ejemplo: para que el espectador tenga una visión de lo que está sucediendo, y al mismo tiempo para que sepa que eso va a seguir sucediendo mientras no le pongamos remedio, inauguro la función con la canción Y.M.C.A. de Village People, que es la misma con la que Donald Trump inauguró sus mitines, y que fue la música oficial de su campaña. Es una visión irónica por parte de la puesta en escena, pero es real. Al ritmo de Y.M.C.A. se están recortando derechos muy importantes. Es paradójico cómo esta sociedad norteamericana, que es el puntal de la versión más ultra del neoliberalismo fagocita o es capaz de digerir el pop, el rock o cualquier cosa que sea vendible y exitosa a su favor. A Bruce Springsteen le pasó lo mismo con Born in the USA en la campaña anterior, pero él se negó. Si no hay una postura particular de decir "no, en mi nombre no", este tipo de sociedad que es muy devoradora, como Saturno con sus hijos, lo va a hacer. Y tiene éxito por eso. Es la sociedad del espectáculo y sabe cómo usarlo. Nosotros, como críticos y artistas, debemos saber utilizarlo mejor, y lograr una sociedad del espectáculo que nos muestre la verdad de las cosas.

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