Su casa está llena de gente. Gente que recorre sus habitaciones, los impresionantes salones donde entretenían a las ilustres visitas, el patio de damero, el salón donde se casó su hija. Pero su casa, ya no es su casa.
La sede del Museo Romántico fue durante el siglo XIX y primera mitad del siglo XX, la residencia de la familia Montero-Graña. Conocida por sus contemporáneos como El Palacio de Mármol, la casa fue habitada por generaciones pero fue Matilde Regalía Montero la que vivió en ella durante más tiempo. Cineasta, pintora, intelectual, fue una de las mujeres más destacadas de su época hasta el día que le llegó la muerte con más de 80 años vividos.
Este sábado se inauguró en el centro del salón un altar en homenaje a Matilde y desde su figura al resto de las mujeres de su linaje que encontraron en el ámbito cultural su lugar propio.
“Decidimos montar este altar en este espacio porque aquí era el Salón Rouge, así se llamaba, y fue el lugar donde se proyectaron sus primeras películas y funcionaba aquí una tertulia de las más concurridas de Montevideo. Era una intelectual bastante destacada y para su época, bastante avanzada”, dijo a El Observador Ana Cuesta, referente del área educativa del Museo Histórico Nacional.
Un gran retrato al óleo es el centro del altar. A su alrededor un equipo de profesionales de diferentes instituciones armaron para su regreso al plano de los vivos: un pequeño proyector de la época, una paleta con restos de colores, prendas de la década de 1920 semejantes a los que usaba en la pintura.
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Dentro de las actividades de las mujeres burguesas de la época estaban la música y las habilidades domésticas. En memoria de ella, pero también de las mujeres que fueron formadas para ser buenas esposas y madres pero que encontraron en la cultura un espacio para el desarrollo de las capacidades personales que trascendía el rol doméstico se colocaron partituras, composiciones desu hija María Esther, y un piano en el que un hombre ahora toca Bohemian Rhapsody.
También hay otros elementos más asociados a la costumbre del ritual de Día de Muertos como comida, bebida, calaveritas de chocolate y algunos alebrijes y máscaras que hicieron liceales de Toledo y llevaron a los altares como símbolo de guías espirituales para las almas de los difuntos en su camino, junto a las 500 flores que recuerdan a las flores cempasúchil que guían a las almas hacia los altares.
La memoria de Matilde vuelve a habitar su hogar.
El director del Museo Histórico Nacional, Andrés Azpiroz, explicó que la institución viene estudiando y exponiendo sobre las prácticas rituales de la muerte en el Río de la Plata desde hace algunos años y este se dio la oportunidad de colaborar con la Embajada de México “En este período hacemos lo que llamamos las Visitas Misteriosas, que son unas visitas al museo en la noche. Nos parecía que era una buena cosa sumar la experiencia que tiene el pueblo mexicano”.
Cecilia Sánchez, encargada de Diplomacia Pública y Asuntos Culturales de la Embajada de México, se refirió al crecimiento de la celebración en los últimos años. “Hemos visto que va creciendo año con año. Ya el año pasado había muchísima participación, pero yo creo que este es el año en el que más se ha notado y eso nos tiene muy contentos”, expresó.
El altar es una de las tres intervenciones que integran la Calle de los Altares, una iniciativa de la Embajada de México en Uruguay junto al Museo Histórico Nacional y el Museo de Arte Precolombino e Indígena (MAPI). En cada una de las sedes ubicadas sobre la calle 25 de Mayo se montó un altar para trazar un recorrido de memoria pero también de celebración.
“Lo que estoy sintiendo es muchísimo cariño. Creo que los uruguayos tienen un buen oído para escuchar lo que los mexicanos tenemos para decir en el Día de Muertos. Entonces esta idea de celebración, esta idea de que el Día de Muertos no tiene por qué ser una cosa triste o lúgubre, sino que hay espacio para recordar a los que queremos con cariño y con festejo, como lo acabamos de hacer, yo creo que eso es una maravilla”, señala Sánchez.
Soraya Herrera es mexicana y hace 30 años que vive en Uruguay. Desde hace un tiempo observa con sorpresa el crecimiento de la celebración del Día de Muertos entre los uruguayos. “Es una fiesta impresionante. Nos sorprendimos hace como tres años, después de la pandemia, que había como cinco actividades el mismo día y no lo podíamos creer. Y hoy por hoy está incendiado. ¡Incendiado en todos lados! Muy bonito. Parece que va en aumento”, comenta.
En su caso, elaboró un altar dedicado a seis poetas uruguayas en el espacio cultural Tribu, que es otro de los centros culturales que se sumaron a la iniciativa en Montevideo, aunque también se armaron altares en Maldonado, Canelones y Rocha.
Tres cuadras separan la Casa Montero del MAPI. Adentro, un altar dedicado a dos personas vinculadas a la fundación y consolidación del museo: el exintendente y senador Mariano Arana y el artista plástico Thomas Lowy.
Ahora quedan sus herramientas, sus lentes y lápices sobre el altar. Botellas de vino, vasos con agua, un puñado de sal y libros que ellos mismos escribieron.
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Dos personas todavía lo observan como a un objeto extraño y distante. De lejos y con las manos cruzadas detrás de la espalda. Una distancia respetuosa. Al lado del altar dos breves textos explican el vínculo de las figuras con el museo.
Este domingo a las 16:30 se inaugura el altar en el Espacio Cultural de la Embajada de México (25 de Mayo 512) con música en vivo, un taller de son jarocho y pan de muerto .
La tarde en Ciudad Vieja se concentra sobre la peatonal y muere entre las calles vacías. Pero la ventana de la esquina de Cerrito e Ituizangó muestra un altar al barrio. Un espacio de memoria en el que los vecinos colaboran, un poco más, cada año. Sobre la fachada de la casa pintada de negro e intervenida en sus muros se puede leer: La lucha social también es la memoria de lxs que ya no están y se fueron anhelando un mundo mejor.
Jorge Galaviz es uno de los fundadores del colectivo Pinches Artistas, un espacio autogestionado que lleva más de cinco años en Ciudad Vieja. Mexicano, artista visual y gestor cultural, vive en Uruguay hace 15 años y observa lo que describe como un proceso de “hibridación cultural” en la ciudad con las tradiciones mexicanas.
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“Esto viene por varias líneas. Una, obviamente, desde el lado comercial que tiene que ver con el cine y ciertas películas. Dos, el tema de las migraciones. La gente dentro de sus lugares de convivencia ha expandido lo que sería la parte de la celebración de los Santos Difuntos o el Día de Muertos”.
Esa expansión, sugiere, es cada vez más visible en el barrio. Los vecinos se acercan e intentan interiorizarse con la tradición. “Acá en el barrio la gente te pregunta realmente sobre el significado: te preguntan el por qué de los altares, cuál es la importancia, y cómo se tienen que decorar o qué elementos tiene que tener el altar. Lo que han ido entendiendo es la idea de celebrar de otra manera la muerte con los difuntos”.
Ahora incluso los propios vecinos comenzaron a llevar fotografías de sus seres queridos para poner en el altar del colectivo de artistas, pero también empezaron a tener la costumbre de cocinar aquello que despierta la memoria de quien murió. “De cierta manera es compartir. Día de Muertos es eso: compartir con tu difunto. Eso hace un cambio a cómo se celebra el 2 de noviembre en Uruguay”, comenta Galaviz.
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Hace un par de años los vecinos les pidieron que no se fueran a ningún lado y celebraran ahí con ellos. Este sábado están en pleno movimiento, en la preparación del festejo para el barrio.
Este domingo el colectivo Pinches Artistas celebra el Día de Muertos desde las 13:00 hasta las 23:00 con la participación de bandas locales, teatro, son jarocho, juegos para niños y películas a cargo del festival de cine Puentes al Sur.
En las paredes pintaron calaveras que se repiten en el altar. La simbología del Día de Muerto, explica el artista, está estrechamente ligada al arte gráfico y más específicamente a la técnica del grabado. El hombre clave en esa historia es el ilustrador José Guadalupe Posada. “Empezó a ilustrar y empezó a hacer cierta caricaturización, con un poco de sarcasmo, de las notas políticas en los diarios. Empezó a meter la cuestión de la muerte con ironía. Ahí empezó la iconografía del Día de Muertos. La Catrina, que es un personaje que se adjudica a Diego Rivera, es de Posada que representa la clase pudiente como la Calavera Garbancera”.
Un artista, un altar (a la uruguaya)
La quiero a morir, la canción de DLG, suena intensa y contagionamente sobre la vereda de la calle Río Negro. Se cuela desde las ventanas abiertas de una casa de altos y lo impregna todo. Sin embargo, la puerta de la casa de Ánima Espacio Cultural parece un portal a otro tiempo, otro lugar, otro Montevideo. Una casa montevideana donde suenan las composiciones para piano de Felisberto Hernández.
“Esta música debía haber sonado en esta casa, porque eran muy amigos. Susana fue una gran impulsora económica y emocional para la carrera de Felisberto. Seguramente él tocaba sus composiciones acá”, la que habla es Deborah Rucanski, parte del colectivo de artistas que gestiona ahora la que supo ser la casa de Susana Soca, que fue declarada Monumento Histórico Nacional.
Esa fue la casa que Francisco Soca compró para formar a su familia junto a Luisa Blanco Acevedo. “Acá nació Susana Soca, su única hija, que fue poeta, escritora, editora de una revista literaria que se llamó Entregas de la Licorne y mecenas del arte”.
En la década del 50 en esa misma casa organizaba tertulias literarias y conferencias de historia del arte de las que participaban los grandes intelectuales de la época. “En esta casa estuvo Borges, Onetti, Ida Vitale, Albert Camus cuando visitó Uruguay. Susana hizo una recepción de honor en la casa. Es una casa que ya tiene una historia cultural bastante importante y que es muy poco conocida”.
El altar de Susana Soca es parte de un recorrido de altares en el marco del primer Festival de la Muerte. Un proyecto que se extendió durante toda la semana con actividades vinculadas a la simbología de la muerte y la forma en la que nos vinculamos con ella en Uruguay.
“Es linda la celebración de la muerte también, recordar a esas que hoy ya no están. Particularmente en el caso de Susana es una mujer que es muy poco recordada. De hecho hay mucha gente que no la conoce, que escucha su nombre por primera vez o que sabe una sola cosa aunque ella tuvo una vida cultural muy variada. Era lindo armarle un altar y dedicarle un momento para recordarla y tenerla presente en su casa”, dice Rucanski.
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En el centro del altar hay una foto de Susana junto a su perro Matt, tomada en las escaleras de esa misma casa. A su lado un jarrón con flores violetas, un ejemplar de su revista literaria y otro de su poemario,En un país de la memoria. Soca no publicó sus escritos en vida, dejó los manuscritos en manos de su secretario antes de morir trágicamente en un accidente aéreo volviendo de París.
“Hay una cosa muy curiosa: ella tuvo una premonición de que algo le iba a pasar. Entonces se empezó a despedir de los amigos y la gente no entendía nada. Antes de partir a ese viaje, en Montevideo, le dio los manuscritos a su secretario y le dijo si a mí me pasa algo tenés la libertad de publicar esto”.
En el centro de la mesa, cubierta con un delicado mantel blanco, está uno de sus poemas manuscrito. La sombra. Algunas hojas secas en referencia a sus poemas, un unicornio de bronce. Pero quizás lo más sorprendente sea un ejemplar de Doctor Zhivago –la novela de Boris Pasternak– que parece un olvido, un descuido o una confusión. Hasta que se conoce la leyenda.
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“Esa es una de las historias fantásticas de Susana”, adelanta Rucanski. “Ella fue muy fan de la escritura de Boris Pasternak, que ganó el Premio Nobel de Literatura y era ruso. Ella aprende ruso para leer su poesía y después consigue escribirse con él, se enviaban cartas, y viaja a la Unión Soviética para intentar conocerlo”.
Pasternak preso de la censura soviética y “exiliado en su propia tierra” habría mantenido un intercambio epistolar con la uruguaya que intentó acercarse a él. “Le hace llegar a Susana los manuscritos de Dr. Zhivago para que ella los saque de la Unión Soviética y los pueda publicar. Entonces hay toda una historia de que ella se trajo esos manuscritos y que los tuvo escondidos acá. Finalmente fue una editora italiana la que logró publicarlos”.
La ruta de altares dedicados a diferentes figuras de la cultura nacional del Festival de la muerte trajo a la vida cotidiana de los lugares el recuerdo de estas personas. Desde Rosa Luna hasta Delmira Agustini, de HomeroRodríguez Tabeira a Lágrima Ríos o de Eduardo Mateo a Mario Benedetti.
Un circuito de cafés, bares y centros culturales que homenajearon la memoria de los artistas a su manera. De alguna forma, se trata de tomar el espíritu de la celebración mexicana y hacerla dialogar con nuestras propias costumbres y expresiones.
En la casa donde vivió el locutor y conductor televisivo Homero Rodríguez Tabeira este sábado hay personas tomando café y comprando libros. En la ventana que une el patio y el interior de la casa está su foto y un retrato del hombre que le cantó la suerte a miles de uruguayos cuando dijo cinco números en cada sorteo del 5 de Oro o el que hurgó en el conocimiento de tantos otros con preguntas y respuestas en Martini pregunta en la década de 1980.
La intervención sobre los vidrios de Macoco Café convive con la gente que no sabe que allí vivió durante largos años uno de los rostros más recordados de la televisión.
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Carla Colman
Lo mismo sucede en la pequeña sucursal de Café Doré, donde suena la música de Gustavo Pena. "El Príncipe" está en una fotografía junto a un puñado de lavanda, una guitarra y dos cigarrillos en un cenicero. En la mesa de enfrente al altar un hombre termina un café y lee, casualmente o no, El Príncipe (el tratado político de Nicolás Maquiavelo).
“Un montón de cosas que pasaron que hacen que tengamos el altar de Gustavo Pena”, dice Pablo Corrado, dueño del local, y explica que se sienten identificados con la música del uruguayo y señala que hace tiempo que vienen trabajando sobre la temática de la muerte en diferentes encuentros en el café.
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Carla Colman
“El uruguayo no tiene mucha cultura de esto y también está bueno de que alguno que no tiene ni idea entre y lo vea. Esto es parte de una apertura: hablemos de la muerte”, agrega.
Un cortejo fúnebre pasa por la puerta. Las flores blancas reflejan delicadamente la luz de la tarde tranquila y a su paso todo es silencio.