La fecha es también una excusa para analizar el lugar que ocupa dentro del imaginario colectivo y de la historia del arte local, un repaso que arroja dos resultados distintos y complementarios: fue una figura como ninguna otra dentro de su universo, pero al mismo tiempo, la deuda con él sigue siendo enorme.
Todo diverso: todo uno
Joaquín Torres García nació hace exactamente 150 años. Hijo de una madre uruguaya y un padre español, pasó años formativos en esta tierra antes de emigrar a Europa donde fue testigo y parte de las vanguardias que fermentaban a la sombra de la modernidad y el desarrollo de las grandes ciudades. Tuvo gran incidencia en el noucentismo catalán, perteneció a la escuela de París, pero luego regresó. Fue pintor, maestro, escritor, escultor y teórico del arte uruguayo; padre de la Escuela del Sur, creador del Universalismo Constructivo y del Taller Torres García.
Joaquín Torres García, fue un antes y un después en la historia del arte uruguayo. Una figura que no solo pintó sino que pensó en arte. “Ha manifestado varias veces, cuando vuelve a Uruguay en el 34, que él no viene a enseñar a pintar sino a pensar el arte, a trabajar en el terreno de las ideas”, dice Aguerre a El Observador.
Pero no solamente en el campo artístico. Torres García desarrolló el Universalismo Constructivo con una dimensión estética, ética y filosófica. Una forma de entender la vida y el arte.
“Hay una concreción muy importante de Torres García, su propio ismo, que es el Arte Constructivo Universal, que es lo que concreta y definitivamente lo pone como un referente, le da un lugar en el mapa de las vanguardias artísticas del siglo XX”, explica Alejandro Díaz, director del Museo Torres García y bisnieto del artista.
Torres García instaura en Uruguay una nueva vanguardia del arte no con una mirada periférica a Europa, sino regional. Para Díaz, Torres es un referente de la vanguardia por su asombrosa capacidad de creación y producción, su vocación por enseñar y por aprender, su interés y capacidad por tejer redes.
“Es fundamental entender que él siempre está empujando las fronteras del arte, buscando nuevos territorios de creación, en diálogo con sus ideas sobre el arte, sobre el rol del artista y sobre el lugar que debería ocupar el arte en el mundo, en la sociedad. El arte de Torres García es profundamente humanista, profundamente comprometido con el proceso de lo humano”, dice.
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Joaquín Torres García en Montevideo
El arte es entonces, para Torres García, un medio de conexión con lo trascendente tanto para quién lo practica como para quien lo contempla.
“Para él el arte no es mera decoración, pasatiempo o juego de ideas, sino que establece un puente hacia lo profundo de la realidad y de uno mismo. Las obras de arte realizadas dentro de la idea del Universalismo Constructivo por lo general contienen símbolos que evocan arquetipos o fuerzas elementales del ser humano, potencias interiores que conforman nuestro ser. Esos símbolos pertenecen a tres órdenes: el plano físico, el plano anímico o emocional y el plano del intelecto y la intuición. En la obra constructiva esos diversos arquetipos además se ordenan mediante una estructura medida usando la sección de oro. Y es muy importante recordar que la idea de estructura implica que todas las partes están en conexión, que todas juntas conforman una unidad. Más de una vez Torres escribió una frase muy linda y muy actual que reza todo diverso, todo uno”
Pero además del aspecto filosófico, ético o espiritual de la doctrina torresgarciana hay un aspecto ineludible: al fin y al cabo, recuerda Díaz, el Arte Constructivo es y debe ser "arte".
"El propio Torres García escribe alguna vez que 'sin las calidades plásticas que le presta el arte, el Arte constructivo sería casi inferior a todos los demás'. O sea, no basta con 'pintar ideas', si no que tiene que haber magia en la pintura, calidad plástica para que las ideas canten”.
¿Qué pensamos cuando pensamos en el constructivismo de Torres García? "La mayoría piensa en esos constructivos de colores puros, pero la obra de Torres García es mucho más vasta que eso", dice la investigadora y especialista en la Escuela del Sur, Eugenia Méndez. "Es muy vasta, muy amplia. Y a su vez, es tan profundo su pensamiento y es tanto lo que publicó que yo creo que muy poca gente lo logra entender en profundidad".
"Las ideas de Torres supieron discernir que hay tres aspectos a considerar: el mundo material, el mundo de las emociones y el mundo mental que es el abstracto. Y las pinturas, tanto de Torres como del taller Torres García, responden a eso", señala.
Nuestro Norte es el Sur: el Taller Torres García
"He dicho Escuela del Sur; porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte, para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte".
Y es que Torres García volvió a hacer escuela desde Uruguay. Su taller-escuela se constituyó como un hito en el arte moderno latinoamericano. Una comunidad artística sin precedentes tanto en el desarrollo estético como teórico: la creación de un lenguaje artístico latinoamericano.
“Me atrevo a decir que es el artista que ha publicado más obra teórica en la región. Y de hecho, es un artista que al Uruguay todavía le falta reconocerle mucho", destaca Méndez, que valora la producción teórica del artista que dio más de 700 conferencias en Montevideo, publico libros y revistas como Círculo y Cuatrado o Removedor.
El Taller Torres García (TTG) tuvo su primera sede en la casa del maestro, Abayubá 2763, antes de trasladarse al subsuelo del Ateneo de Montevideo.
Artistas como Julio Alpuy, José Gurvich, Gonzalo Fonseca, Elsa Andrada, Anhelo Hernández, Lily Salvo, Berta Luisi o Augusto y Horacio Torres se formaron en esa casa.
"De este núcleo duro de artistas, algunos siguieron al pie de la letra las enseñanzas de Torres y otros se fueron separando con el tiempo. Fueron haciendo su camino, no negando el legado sino haciendo su propio camino. Y eso es interesante también porque tiene que ver con lo que decimos de 'aprender a pensar'. No era un tema imitativo", destaca Aguerre.
El director del MNAV sostiene que, sin duda alguna, Torres tiene sus adherentes y tiene sus detractores. "Pero lo que no podes obviar como artista desde Uruguay es no conocer la obra de Torres", afirma.
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Museo Torres García
“Hay mucho por reconocer a Torres y a sus discípulos, porque fue una gran escuela de gran nivel. A veces se piensa que los artistas se parecen mucho en la estética y eso responde a que es una escuela, pero si uno los mira detenidamente no son iguales. Son todos originales porque se manifiesta su propia impronta en cada uno de ellos”, considera Méndez, quien fue curadora de las exposiciones Ellas. Mujeres de la Escuela del Sur y Maestro y compañeros de Gurvich en el TTG.
La investigadora además destaca que la enseñanza del maestro continúa en marcha. Tanto en el legado de sus obras, como sus numerosos escritos y el trabajo de los artistas que preservaron su enseñanza, algunos de los que incluso continúan enseñando bajo las mismas ideas. “Por supuesto que todo legado, como algo vivo, se va transformando. No se transforma en todo, simplemente es una tradición que se continúa y va recibiendo aportes de los propios artistas”, agrega y señala algunos nombres como los de Gustavo Serra, Daniel Batalla, Ana Rank, Marcelo Larrosa, Federico Méndez, Nino Fernández, Luis Balbuena, Ricardo Pickenhayn, Nicole Vanderhoeght, Juan de Andrés o Gabriel Bruzzone.
En ese taller se conocieron Augusto Torres y Elsa Andrada, los padres de Marcos Torres, quien atiende la llamada de El Observador desde los Estados Unidos para hablar sobre el legado de su abuelo.
Lo primero que comparte es una imagen. "Imagínese –dice– crecer rodeado de gente muy cariñosa, enormemente talentosa e inteligente. Todo eso es lo que consteló Torres García en torno a nuestra familia".
El nieto del artista destaca que entre las escuelas del Uruguay el Taller Torres García sigue siendo la más difundida y explica que se debe a ciertas razones metodológicas.
“Era un pedagogo excelente, con mucha experiencia para enseñar a niños y adultos. El taller tenía criterios muy claros porque el maestro tenía un sistema específico para enseñar gradualmente cada paso. Aparte de eso tenía criterios de temas universales –aunque hablar de lo universal en el siglo XXI no es lo mismo que cuando Kant lo hablaba en el XVIII– y cosas muy generales como la importancia de la vida humana, la dignidad humana, el movimiento cósmico, las leyes de la naturaleza como la la luz y la sombra, el devenir y las proporciones de la geometría sagrada. Son elementos fundamentales en la enseñanza constructivista que son sistémicos y se aplican metódicamente en la transmisión del oficio de artista”, destaca.
Marcos Torres es claro: “Poco a poco Uruguay va consiguiendo un estilo estético propio, que tiene una especie de centro de gravedad estético que justamente lo constituye el Taller Torres García”.
El fuego
El fuego lo asoló todo. Durante la noche del 8 de julio de 1978 comenzó un inmenso incendio que arrasó con tres salas del museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. Esa noche se perdieron 73 obras de Joaquín Torres García. Según los expertos y la familia del artista, el núcleo duro de su obra se quemó por completo. Y es imposible pensar en el legado de Torres García, sin pensar en lo que ya no tenemos.
Como una enorme sala expositiva vacía.
“Es una de las heridas más grandes. Se perdió para siempre, lo devoró el fuego. Eso implica una pérdida que todavía no terminamos de asimilar ni de calibrar, pero además da cierta orfandad. Hay buenas obras, sin duda, pero faltan 73 obras que son el núcleo duro de Torres que formaron parte de la exposición de los 100 años aquí en el museo en el 74”, explica Aguerre.
Las piezas habían sido parte de la retrospectiva de Torres García en el marco de su centenario y luego enviada al Musèe d’Art Moderne de la Ville de Paris en para la muestra Torres-García: construction et symboles. Pero el problema fue el regreso. Tres años después, Brasil ofreció hacerse cargo de los costos para exhibir la obra del gran maestro constructivista en el Museo de Río de Janeiro.
Nadie esperaba que sus obras fundamentales fueran consumidas en una noche, junto a otras 150 cuadros que se perdieron por completo y otros 930 que fueron seriamente dañados entre Picasso, Van Gogh o Miró.
“Fue una gran pérdida que responde a la ignorancia y la desidia humana. A malas gestiones, malas decisiones y desconocimiento”, considera Eugenia Méndez.
El MNAV expone ahora en tres espacios su acervo del pintor y sus discípulos. Una exposición en la que, dice Aguerre, no se evitan los temas difíciles. “Torres falleció en 1949 y en el año 50 el Estado uruguayo otorga una pensión graciable a la viuda, Manolita Piña, a una de las hijas, Ifigenia. Como contraparte donan 39 obras al museo. Antes de esa donación el museo solamente tenía dos obras de Torres y una se había quemado en Bogotá a fines del 48. El fuego es una constante como cosa destructora en Torres”.
Ahora, dice Aguerre, cuando asiste a una exposición de Torres está ese fantasma de lo que se perdió, que es para siempre. "Llegó el momento de hablar de estas cosas y de ofrecer la parte documental y de poner esa pérdida en su justo lugar, más allá de culpabilidades o no”.
Antes y después de Torres
A pesar de lo perdido en las llamas, la marca de Joaquín Torres García en el arte uruguayo quedó grabada a fuego, incluso aunque no sea tan obvia. Alejandro Díaz lo resume así: “Torres García dejó un gran legado de enseñanza plástica, artística, de teoría y práctica que se transmite de generación en generación, y hay muchos artistas en la actualidad que sin parecerse a Torres García tienen mucho de él y lo utilizan de manera personal e innovadora”.
Y agrega: “No hay ningún artista en el mundo que haya marcado tan fuertemente el arte de un país como lo hizo Torres García en Uruguay”.
La lista se va llenando fácil: su obra se enseña en las escuelas, inspiró murales que se ven en las calles de Montevideo, y reproducciones de sus pinturas o diseños inspirados por los estereotipos del constructivismo decoran cuadritos, materas, remeras y souvenirs del país. Su pintura es parte de la identidad nacional como el fútbol, el mate, los textos de Benedetti o las canciones de Zitarrosa.
A Enrique Aguerre ese proceso le parece fascinante. Blanes pintó los símbolos nacionales, Figari las tradiciones, pero son la América invertida o el pez torresgarciano el que quizás adorna el hogar de algún uruguayo en el exterior o el regalo para un visitante. “Quizás un pericón de Figari o un gauchito de Blanes no habría que explicarlos tanto. Sin embargo, Torres ha entrado en este imaginario, la gente se puede identificar rápidamente, aunque la operación de interpretarlo y de entender de qué se trata todo ese abecedario de símbolos y de signos es bastante más complejo”.
Quizás, si hubiera que tirarse al agua e intentar encontrar las razones por las que pasó ese fenómeno y se generó esa conexión, se podría apostar a que Torres García no solo generó una obra rupturista, con un estilo propio y de proyección internacional, sino que también hundió las raíces de su arte en esta tierra para crear su vanguardia. No fue el único en hacerlo, pero si lo hizo con una apuesta filosófica y ética por detrás.
“Aquí había una mirada muy europea de la pintura, siempre estaba como referencia lo que se hacía en Europa. En cambio Torres García cuando llega a Montevideo en 1934 viene con una visión de un arte nuevo regional. Entonces él estudia el arte incaico y preincaico, y decantan sus estudios en una nueva visión del arte para Uruguay. Instaura en Uruguay una nueva vanguardia del arte original de nosotros”, explica Eugenia Méndez.
El nieto del artista, Marcos Torres, piensa en esa misma línea. “Poca gente se preocupó de decir 'en esta tierra y bajo este cielo vamos a hacer lo que es nuestro'. Tenemos que tener un estilo propio y responder a nuestras propias necesidades espirituales, intelectuales, morales, psicológicas, afectivas, materiales, sociales, etcétera. De ahí el mapa corregido, en el cual el Sur está en la parte que corresponde arriba. No es un mapa invertido, es un mapa corregido. Porque el mapa que se estaba usando era incorrecto, porque nosotros no tenemos la estrella polar encima de la cabeza cuando nacemos en el hemisferio sur. Lo que tenemos es la Cruz del Sur”.
El costado didáctico y reflexivo de Torres puede ser el otro factor que entró en juego. No solo dijo que había que pensar el arte en términos universales pero también locales, sino que además difundió sus ideas en conferencias, revistas, libros y clases. Muchas de sus reflexiones fueron hechas en eventos públicos, e incluso parte de su arte se hizo con una intención de servicio social, como los murales del hospital Saint Bois.
Esa filosofía artística trasciende épocas y barreras, pero como dice Aguerre, también de alguna forma lo hace inabarcable.
“Necesitamos tres o cuatro vidas para leer todo lo que escribió Torres o se escribió sobre él. Porque tiene esa densidad, y no es una densidad impostada sino verdadera, auténtica. Porque al pasar a lo metafísico entrás en otros campos y necesitás otras herramientas para seguir el tren. Pero la obra está ahí, y es concreta”.
Y su obra es ineludible, como es ineludible pasar por ella para los artistas uruguayos o los académicos, dice el director del MNAV. “Si estudias la modernidad en el arte occidental del siglo XX no podés dejar de pasar por Matisse, Picasso, Frida Kahlo o Torres García. Así de importante es”.
Un artista, una deuda
Torres García es parte integral del imaginario uruguayo. Pero los consultados concuerdan en que aún hay una deuda de parte del Estado y de la sociedad uruguaya en cuanto a la importancia que se le da al artista, considerando además la proyección internacional que tiene su obra y la influencia de su trabajo.
Enrique Aguerre reconoce que no es un problema solamente con Torres, ni solamente uruguayo. Aclara que pasa con artistas de todas partes del mundo, y que hay otros pintores –como Barradas o Figari– que tampoco han recibido el reconocimiento merecido para su estatura artística.
“Yo creo que estamos obligados a trabajar más sobre algunos artistas. Creo que nunca es suficiente. Es tan rico Torres, tan complejo, que deberíamos cuidar más su imagen y su legado; y mimarnos más a nosotros como sociedad por haber tenido la posibilidad de un Torres que trabajó mucho aquí y que creó el taller Torres García”, señala.
“Creo que todavía no tenemos la conciencia como sociedad –más que como Estado, como sociedad– de la importancia de Torres y cómo nos representa en todo el mundo. A mí me gustaría más presencia de Torres en el país, no solo en la ciudad y en algunos lugares, más publicaciones de Torres, más exposiciones de Torres, no sólo para los aniversarios sino en forma continua”, agrega.
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Museo Torres García
Marcos Torres considera que "a esta altura del partido" tendría que haber una cátedra de Torres García en la Facultad de Humanidades. "El humanismo de Torres García es un humanismo trascendente porque señala que en el núcleo esencial de todo individuo existe el hombre abstracto, el arquetipo del humano, que es lo que da nuestro acceso a lo trascendente. En ese sentido es una contribución bastante única", explica.
"Fue posiblemente, desde mi entender, el humanista más notable de nuestra historia. Ahora, claro, es mi abuelo, qué le voy a hacer", dice y suelta una risa.
Para Eugenia Méndez “a Uruguay todavía le falta reconocerle mucho a Torres García”, y pone un ejemplo patente: el Museo Reina Sofía de Madrid tiene una sala con obras del artista, mientras que en Uruguay “recién ahora está empezando a sonar el nombre de la Escuela del Sur”.
“Creo que como uruguayos nos falta embanderarnos con Torres García y su escuela. Es tan original lo que hizo, y reconocido internacionalmente, que todavía acá nos falta bastante. Por ejemplo, tener el merecido museo de la Escuela del Sur. Porque vienen turistas a veces y te preguntan dónde ver obras de Augusto Torres o de Gonzalo Fonseca o de Julio Alpuy y tienen que ir al Museo Nacional de Artes Visuales, pero estos artistas merecen un museo y los uruguayos nos merecemos ese museo. Además para que las nuevas generaciones sepan preservar este legado tan importante, porque el legado de Torres García no es solamente para la sociedad uruguaya”.