¿Cuándo notás que tu literatura empieza a trascender los libros, que toma forma fuera de ellos y te lleva a este tipo de actividades, como por ejemplo una semana dedicada a tu figura y obra?
Fue claramente después de Nuestra parte de noche, y curiosamente durante la pandemia. Las primeras señales fueron lectores que me empezaron a mandar fan art online, ilustraciones de los personajes de los libros, y no una, muchas. Conozco bien el mundo literario como periodista además de como escritora y sé que no es algo que ocurra habitualmente, y si ocurre a lo mejor es con literaturas orientadas a otro público. No sentía que Nuestra parte de noche, que es un libro muy cruel, muy político, muy sensual, estuviese orientado a un público juvenil, de hecho tiene lectores de todas las edades. La primera charla a la que fui después de la pandemia, el primer festival, me encontré con un montón de gente. A partir de ahí no paró. Muchos lectores fueron para atrás, descubrieron los cuentos y las novelas viejas, incluso lo que hice en periodismo. Fue como si se hubiese destapado algo. La pandemia me dio un tiempo para prepararme, pero fue una transición muy rara.
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Nora Lezano
¿Cómo te enfrentaste a esa situación?
No me costó, porque más allá de ese primer golpe repentino, me gusta. Finalmente son lectores, y un escritor quiere que lo lean. Yo no tengo conflictos con eso, y de hecho me parece raro que haya quienes tengan conflicto con que sus libros sean populares. Creo que a veces sienten que van a tener condicionamientos, o que van a estar demasiado pendientes de lo que se espera de ellos. Quizás eso me pasaría si fuese más joven, pero tengo una edad y los años de escritura suficientes para saber que no funciona así, entonces no me preocupa. Y no lo digo como vieja sabia, no tiene que ver con eso. Hay una cuestión de experiencia donde sabés que en realidad todo lo que pueda venir con tener un montón de lectores, y que la gente se entusiasme con lo que hacés, es bueno. La presión o los condicionamientos dependen de cómo te muevas. Yo tengo la suerte de tener una editorial que no me pide absolutamente nada y que está muy conforme con lo que hago. Por otro lado, al final sos escritor, entonces si sentís que estás muy expuesto o te agobia algo es fácil desaparecer.
Es curioso, porque has escrito mucho sobre el fenómeno del fan, hay trazas de eso en Bajar es lo peor, en Este es el mar, en tus textos periodísticos, el libro sobre Suede —Porque demasiado no es suficiente — está escrito desde ese lugar. ¿Qué pasa ahora que vos despertás ese fanatismo? ¿Cómo te relacionás con ese sentimiento que se proyecta desde afuera?
Yo soy muy fan de cosas, siempre lo fui. Es un rasgo de personalidad. Pienso en la literatura relacionada con eso, en ciertos aspectos de lo colectivo femenino y el fanatismo, también ahora de la construcción del fandom. Cuando yo era chica estaba muy mal visto, era de loca. Nos juntábamos en una galería del centro de Buenos Aires, en lugares medios oscuros y sórdidos, y ahora el fandom es Taylor Swift, que tiene su parte un poco oscura y obsesiva pero tiene que ver con el consumo masivo de la época, con esta parte del capitalismo. Todo lo relacionado con lo fan se volvió muy popular y masivo. Como los superhéroes. Era una cosa de nerds y de freaks hace nada, hace treinta años, y ahora es la cultura masiva, es el mainstream. Respecto a mí, me hago totalmente cargo de esa postura de fan. Y no solo eso, sino que me sirve de descarga, a veces para no enloquecer a la gente que está alrededor mío, que también lo hago, y por eso me pongo a buscar fotos, las posteo en Instagram y enloquezco al mundo. Creo que si la gente ve que me pasa lo mismo, que no lo desprecio y que al contrario, me lo tomo en serio como una forma de comunicación y de relacionamiento con cosas artísticas que, además, me sirven mucho creativamente, provoca que muchos lectores que tienen esa misma sensación se sientan cómodos de expresarlo. Saben que está todo bien. De hecho me lo dicen a veces, cuando me piden una foto o una firma: "vos sabés cómo es ser fan". Es como una especie de "hacete cargo". Y realmente es así: me tengo que hacer cargo. Entiendo lo que les pasa. Algunas veces algunas personas se vuelven locas, pero entiendo que es una relación afectuosa y bien intencionada.
No se te viene a la mente, como lectora y seguidora de Stephen King, la imagen de Misery, por ejemplo.
No. Esa es una idea que creo que ni King tiene de sus fans, pero como pasa siempre con él, que es un mitólogo, un tipo que crea mitología, quedó. La fan es Misery, el payaso es malo. Es el efecto King, él es Midas. Pero no, claro. Aunque también la entiendo a ella.
¿De dónde sale un proyecto como No traigan flores, que te lleva directamente al escenario?
En los últimos años, a los escritores en todo lo que es la esfera pública, ferias, festivales y demás, se nos está pidiendo mucho más que la presentación de un libro. Charlar con otros escritores, hacer lecturas públicas y cosas así. A algunos les gusta y a otros no; a mí me gusta, a veces me cansa o me aburre, pero en general me gusta. Empezó a pasar que había muchísima gente que venía a las firmas, a las presentaciones, todo se volvió un poco gigante, y unos amigos productores me propusieron hacer una prueba en un teatro, con una producción muy mínima y una idea muy básica: un dibujante en vivo que trabaja con arena, algo efímero y siempre diferente, un músico de jazz que toca el contrabajo e improvisa, y yo tratando de leer textos míos. A muchos de esos textos los comento mientras voy leyendo y explico de dónde salen las ideas, hago introducciones a los cuentos, hablo de no ficción. Al ir cambiando tengo que decir cosas distintas, y cada uno de esos espectáculos son irrepetibles. No es una performance con demasiada producción e imaginación, porque es lectura en vivo, algo bastante anacrónico, pero la idea es que cambien detalles. Hicimos la prueba en un teatro de Buenos Aires y funcionó super bien de público y nos sentimos muy cómodos. Y entonces hicimos unos cuantos más. No es algo que quiero hacer para siempre, pero es una experiencia que me llama la atención, poder leer textos y que la gente venga a escucharlos. Hoy hay mucha gente escuchando podcast y audiolibros, y hay un punto en que la literatura se volvió muy oral. Hay una tensión en la escucha que va en contra del discurso cristalizado de que la gente tiene poca atención. No creo que sea así. Noto que hay un entrenamiento en la escucha que tiene que ver con cómo circula la forma de contarse cosas hoy. Todos los dispositivos son absolutamente contemporáneos, pero la práctica es muy antigua. Es muy parecida a sentarse a que alguien te cuente historias en una cueva, frente al fuego. Es algo particular y fantasmagórico.
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La escritora argentina Mariana Enriquez en No traigan flores
Valeria Niccolini
¿Qué lugar ocupa la escritura de cuentos en la línea temporal de tu escritura? ¿Cómo se cuelan entre las novelas y otros proyectos de más largo aliento?
Para mí los cuentos son importantes. Mis dos primeros libros son novelas, y novelas realistas, donde pasan cosas horribles, pero no es terror. Y yo quería escribir terror y no sabía cómo. Probé con una novela entre esas dos que publiqué y la descarté entera, era horrible. Intenté con un cuento y funcionó. Ese primer cuento de terror que escribí se llamó El aljibe, lo publiqué primero en una antología de varios escritores y después entró en mi primer libro de cuentos, Los peligros de fumar en la cama. Para mí los cuentos fueron la manera de entrar en el fantástico y en el terror, cosa que después pude hacer con Nuestra parte de noche y con Este es el mar, que no es terror pero sí fantástico. El cuento sigue siendo la forma más amable para mí como escritora de entrar en ese mundo. Me sale muy rápido. Y creo que encuentro ciertas continuidades entre los tres libros —Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego y Un lugar soleado para gente sombría—, aunque sean muy diferentes. Ahora lo siento como un cierre de trilogía. No lo planeé, pero empiezo a verlo así. En definitiva, fueron mi entrada al terror, algo que quería hacer y no sabía cómo. Y supongo que en eso también tuvo que ver un reencuentro con el fantástico del Río de la Plata. Yo venía leyendo mucha novela de terror, sobre todo de afuera, y cuando me encontré de vuelta con eso dije "acá está la forma". Son cosas que había leído en la escuela: Cortázar, Borges, Silvina Ocampo, Quiroga.
Hay algo del universo del cuerpo y sus horrores que siempre estuvo presente, pero en tu último libro de cuentos aparece la enfermedad en primer lugar, mental o física, con todos sus bemoles. ¿Por qué ahora y de esta forma?
No lo asocio a mi edad, primero porque por suerte no tengo ninguna enfermedad crónica, y segundo porque el cuerpo enfermo puede ser de cualquier edad, y es algo de lo que quiero hablar. Hay una idea de que con la edad el cuerpo se enferma y, no sé, tengo un amigo que tiene 20 años menos, es diabético y casi se muere la semana pasada. Es una vida que no me puedo imaginar y siento que mi cuerpo es un privilegio, así que no pasa por ahí. Pero siempre me interesó el miedo como emoción, y siento que estamos en un momento, personal mío por supuesto, pero en general también, de terror a la vejez, a la enfermedad y de una negación importante a la decadencia y a la muerte. Eso no se acentuó con la pandemia: ahí se dejó ver. Hubo un momento discursivo en el que parecía que la gente solo se moría de covid, como si a una población de seres inmortales les hubiese caído encima una cosa que se llamaba así y que les causaba la muerte. Fue algo muy psicopático, y creo que es una de las cosas que más locos nos dejó, cuando en realidad la gente se muere todo el tiempo. Era raro de escuchar. Incluso en el dispositivo de como se narraba la pandemia en los medios y en todas partes, en el conteo de los muertos y todo eso. Creo que nuestra cultura ahora habla de ese miedo. El skincare por ejemplo. ¿Qué significa ponerse diecisiete cremas en la cara? ¿Y a nivel consumo cómo funciona? Porque todo el tema de la manipulación me parece ya un discurso perimido; ahí hay una necesidad que se identificó, y para la que se renuevan los términos. Ahora, por ejemplo, se dice anti-edad. Ya no es anti-envejecimiento, como si quisieras parar el tiempo. Detrás de todo eso hay un enorme terror a la decadencia del cuerpo, al fallo del cuerpo, a la muerte como fallo final, y todo es natural. Somos células y mecanismos bastante precarios, el cuerpo no está muy bien hecho como máquina, y creo que en una época donde justamente la máquina nos va a sobrevivir e incluso nos puede reemplazar, el cuerpo se volvió algo paradójicamente extraño, algo mal hecho en comparación con un robot, con una Inteligencia artificial. La hipocondría y la fobia a la enfermedad están peor que nunca. Entonces, en mis textos aparece más como síntoma de época que como cuestión personal. La relación con nuestro cuerpo hoy es para todos muy inquietante.
Pensando en esa idea de que a medida de que avanzamos con estas inteligencias artificiales y desarrollos tecnológicos vemos nuestro cuerpo más imperfecto, da la sensación de que estamos fabricando nuestra propia fobia.
Sí, nuestra obsolescencia. Como que está cada vez más claro que no servimos para nada. Y hay cosas raras que se hacen también, o que a mí me parecen raras. Me resulta incomprensible, por ejemplo, generar una IA que pueda escribir, más allá de que entiendo que el lenguaje es manipulable por el lenguaje de programación y todo eso. Pero me parece más sensato crear un robot que me haga masajes de pies, o que me lave el pelo y no tenga que ir a la peluquería. Pero no uno que me escriba una novela. Primero, porque no me interesa mucho lo que pueda salir de ahí, pero además: ¿por qué quitarnos la creatividad en lugar de darnos confort? Es muy raro. Hay algo oscuro en la creación de una tecnología que vuelve tu cuerpo algo obsoleto.
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Sebastián Freire
En estos cuentos parecen oscilar dos tensiones claras: el body horror y los fantasmas. Es interesante porque el primero tiene mucho que ver con los horrores de la vida, y el otro con los de la muerte.
Cuando estás escribiendo no pensás mucho por qué querés hacer las cosas, y empezás a partir de ideas o imágenes. Pero sí hay como un balance entre el fantasma, que es el cuerpo desaparecido y que no está presente, y el cuerpo hiper presente. Hay un interés y una conexión entre los dos. El fantasma aparece también como la idea del pasado muy lejano que no se termina de ir. En el caso de algún cuento que aborda la dictadura, un fantasma que representa a un trauma colectivo que no te va a dejar por más que no sepas sobre él. Y después hay fantasmas del presente: los de la violencia urbana, los de la crisis. Después, la mezcla de fantasmas y cuerpos, como pasa en el cuento La desgracia en la cara, que deriva en el tema de los cuerpos que no están. Que en definitiva termina siendo un tema muy argentino o rioplatense, la aparición y desaparición de cuerpos, una especie de corporización política del trauma colectivo de nuestras dictaduras. Es un horror que nace de cuestiones muy reales. Después igual a veces se va al diablo. Hay un cuento donde hay un bicho, es la primera vez que escribo sobre un monstruo, porque me gusta y me divierte. Pero al margen de eso, es todo bastante cercano.
Con el lugar que tiene tu obra en el mercado editorial, sumado a que hay muchísimos autores de género latinoamericanos siendo leídos y traducidos de forma masiva, ¿estamos ya en condiciones de dejar de decir que el terror, el fantástico, la ciencia ficción y demás corrientes habitan los márgenes?
Creo que sí, y sobre todo en esta zona y en esta generación. En esto siempre hay que decir que el mercado busca eso y lo potencia, pero el mercado también busca autoficción feminista y un montón de cosas más. Lo que es curioso es que dentro de esas cosas que busca, además de novela histórica y todo eso, insólitamente aparece el terror o la ficción fantástica más rara. Por ejemplo, escritoras como Fernanda Melchor en México o Fernanda Trías en Uruguay. Temporada de huracanes, de Melchor, es un libro rarísimo y muy difícil de leer porque está escrito en un castellano mexicano muy compacto e intenso. Mugre rosa, de Trías, es terriblemente rioplatense. Y a ambos libros les va muy bien, la gente los lee y les encanta, y son libros que cuando pensás en literatura latinoamericana contemporánea aparecen. Al país que vayas, vas a encontrar eso. En algunos un poco menos, pero siempre están, incluso en Brasil, que suele quedar por fuera. Increíblemente, todos estos escritores consiguieron en su mayoría premios internacionales, y no entre nosotros, sino premios como el National Book Award, además de que están casi todos traducidos. Yo entiendo que todo esto no es forzado. Hay una convergencia natural de esas narrativas de lo oscuro, lo fantástico y el terror. Creo que los años 2000 van a estar marcados por un momento de la literatura latinoamericana donde el fantástico y el terror fueron muy centrales, un poco como pasó en los años 40 si querés. Porque además hay diferentes estilos, diferentes búsquedas. En este momento ya es una antigüedad que te pregunten por qué el terror está en el margen, si estamos escribiendo todos lo mismo. Además, me parece muy interesante lo que pasa con muchos escritores varones, porque el auge del feminismo en la región y a nivel global hizo que se pusiera mucho el ojo sobre las mujeres y creo que eso dejó afortunadamente un espacio para los escritores varones. Aunque no les preste tanta atención el mercado, algo que debe ser muy frustrante, sí aparece un espacio de libertad. Porque cuando no te miran escribís lo que querés. A mí me contribuyó mucho leerlos, me encuentro con muchos escritores varones que están escribiendo totalmente fuera de agenda. Con las chicas también pasa, pero es normal que haya una demanda de ciertas temáticas. Una puede decir “no me importa” y es verdad, te puede no importar, pero la influencia es hasta subconsciente. No pienso que nadie esté escribiendo para el mercado, pero es como estar flaco. Podés decir no me importa, pero al final te entra.
Espectro Enriquez
Del 16 al 22 de setiembre habrá varias actividades en Montevideo enmarcadas en esta celebración de la autora de Nuestra parte de noche. La programación incluye un conversatorio en el Teatro Solís titulado Ficciones Mutantes, en donde Enríquez habla sobre su obra y adaptaciones (lunes 16), un encuentro en Club Cultural Charco a las 18.30 (también el lunes 16), otro conversatorio en Cinemateca entre la argentina y la escritora uruguaya Gabriela Escobar (martes 17) y finalmente el estreno de la obra de teatro Las cosas que perdimos en el fuego, de Leonel Schmidt (miércoles 18). Por otro lado, la autora programará un ciclo de películas en Cinemateca y habrá otras actividades educativas en el Solís. Las entradas para la obra y los eventos están disponibles en boletería del Solís y Tickantel.
Además, también están a la venta las entradas para No traigan flores, que se presentará el 4 de noviembre en El Galpón.