Por Abril Mederos, especial para El Observador
Pasaron 50 años desde la primera vez que Sandra Ferrinni fue vendida a un tercero. Ella tenía 8 años y él era su vecino. El negocio estaba a cargo de su mamá, y a Sandra le llevaría años darse cuenta de que estaba siendo víctima de trata.
Hoy, Ferrinni recalca que no tiene miedo, ni de hablar de su historia, ni de señalar las fallas que existen a nivel estatal para tratar este tema, ni de salir ella misma a rescatar víctimas y ofrecerles un hogar. "No me puedo callar ahora que mi vida es mía", dice a El Observador con la placidez de haber alcanzado un viejo afán.
Ferrinni contó que, durante su niñez, fue vendida a vecinos. "No me podía juntar con amigas porque yo era la loquita del barrio, no eran ellos los pedófilos", explicó. A los 12 años, la mamá le dijo que "podría tener un novio y cambiar de vida", lo que a la niña le pareció la oportunidad de tener una vida normal. "Yo iba a ser señora", dijo que pensó.
Su nuevo novio era en realidad su nuevo proxeneta. "El ladrón", como lo llama ella, tenía un hotel que se llamaba Paso Molino. "Y todos los clientes del hotel eran parientes de él, y todos los pagaba yo. Hacía tres turnos; mañana, tarde y noche. Yo pensaba que era lo que me tocaba", relató.
"Yo no vivía con él, volvía a mi casa casi todos los días, porque tenía que traer el 50% de lo que hacía, y porque sino mi padre se hubiera dado cuenta de lo que yo estaba haciendo", relató la mujer, y explicó que el hombre, que trabajaba durante el día, no estaba al tanto de lo que ocurría con su hija. "Murió ignorándolo", lamentó.
Más adelante el negocio se trasladó a Argentina, adonde viajó con su madre y el permiso de su padre, con la excusa de ir a visitar a una tía que residía allá. Ahí se encontraron con Dante, "el ladrón", y la adolescente fue forzada a prostituirse en distintos lugares cuyos dueños "pactaban con las comisarías". Desde allí fue llevada también a Brasil y a Paraguay.
Después vino Europa. La primera vez fue en España y a manos de Dante. "Me llevaron a un lugar que se llamaba Plazas. Vivíamos las mujeres, no podías salir a comprar nada, ni hablar por teléfono, y tenías que estar en traje de baño", contó Sandra. En el piso de abajo del que vivían estaba el bar. "Tenías que bajar a las 4 de la tarde, medio desnuda. Los tipos te hacían lo que te puedas imaginar", relató y contó que el rango etario de las mujeres iba desde menores de edad hasta mujeres muy mayores.
De allí fue la primera vez que escapó. Contó que los proxenetas les habían prohibido a las mujeres hablar con los gitanos que frecuentaban el bar. Sandra vio en la prohibición la oportunidad, y en cuanto pudo se acercó a uno de ellos. "Vos no podés hablar con nosotros porque vamos a tener problemas con tu hombre", contó que le dijo uno de ellos. "Se me escaparon las lágrimas como a un payaso", recordó. "'Él no es mi hombre, él me está explotando'", respondió a su vez Sandra, quien hasta hoy lo relata con la conmoción que sufrió en ese momento.
A las cuatro de la tarde del día siguiente bajó al bar como acostumbraba, y unos hombres con metralletas la esperaban. "La mujer se va", dijo que avisó uno de ellos, y la ayudaron a huir. "Yo no podía creer que tanto movimiento por mí si no iban a ganar nada. En mi vida todo el mundo había ganado algo conmigo", pensó de camino a Madrid, desde donde volvió a Uruguay.
Pero Dante la volvió a encontrar, y se la llevó de nuevo. Eso ocurrió varias veces, y siempre volvía a Europa. De las manos de Dante pasó a otras que la llevaron a distintas partes de Italia. De allí también escapó cuantas veces pudo. En una ocasión, la huida le costó una paliza que la tuvo año y medio internada.
Ferrinni se involucró con el activismo por los derechos humanos en Milán. Se hizo de amigos en el círculo, aunque nunca les contó la vida que llevaba. Uno de ellos, uruguayo de familia italiana, fue quien significaría luego su salida de allí.
Un accidente de tránsito, de camino a uno de los lugares en donde vivía con las demás mujeres, la dejó casi paralítica. Terminó en un hospital donde a la sexta noche fue violada por un enfermero. Ferrinni, que entonces ya pasaba los 40, denunció el hecho a otro funcionario del hospital, pero él también era cómplice.
Una noche, pretendiendo dormir, escuchó al enfermero hablar con su proxeneta: la iban a matar. Con altas posibilidades de quedar definitivamente sin piernas, ya no sería útil para la red. El plan era tirarla en un campo a la mañana, y si por la noche seguía viva, terminar de matarla ellos mismos. Sandra robó un celular esa noche y llamó al uruguayo amigo.
Al campo donde la habían tirado llegó esa noche el activista antes que los verdugos, y fue rescatada y cuidada durante meses por el hombre que es hoy su "compañero de vida". Sin embargo, Sandra quería justicia, y no abandonó Italia hasta que el juicio contra el enfermero terminó en una condena por 37 violaciones a mujeres en el hospital.
Volvió a Uruguay acompañada por Marcos, el uruguayo que salvó su vida en Milán. Cuando llegó, en un trámite de carné de salud del Ministerio de Relaciones Exteriores la derivaron al equipo de asistencia a víctimas de trata del Mides. "Llegué y vi dos chicas, y me contaron lo que me había pasado. Yo no sabía que era víctima", contó aún sorprendida. "Ellas me consolaban y a mí no me dolía, y por un lado mejor, porque no lo sufrí. Sí sufrí las palizas, el desarraigo, pero todo lo demás para mí era normal", agregó.
Hoy Sandra no puede definirse como solo una exvíctima. Presidenta de la Red Alto al Tráfico y a la Trata, organización internacional que conjuga acciones para interceptar redes y vincular con ONG a las víctimas, Sandra ha sacado a muchas personas en situación de trata desde que recuperó su vida. Contó también que, ya en Europa, había ayudado a muchas mujeres que vivían con ella a huir en varias ocasiones.
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