Ricardo Peirano

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¿Emergentes o submergentes?

El que viene no será un período malo para América Latina, al menos para productos agropecuarios, pero no será excepcional
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09 de agosto de 2015 a las 00:00

Una nota publicada en el Financial Times el pasado 3 de agosto plantea una mirada muy interesante para los países de América Latina, ahora que ha terminado un ciclo excepcional de precios de materias primas. El que viene no será un período malo, al menos para productos agropecuarios, pero no será excepcional. La década de oro ya fue y cada uno de los países beneficiarios de la misma hizo lo quiso con esa bonanza. Esta nota del periódico británico analiza la evolución de los países emergentes de América Latina a lo largo de 30 años comparando su PIB per cápita con el de USA y encuentra 3 grupos: los que han retrocedido, los que han permanecido más o menos igual y los que han mejorado.

Los que han retrocedido son Venezuela y Argentina y no habría que pensar mucho por qué, pese a que Venezuela tiene abundante petróleo y disfrutó precios excepcionales y Argentina tiene un equivalente al petróleo –la notable producción agropecuaria- que también disfrutó precios extraordinarios. Pero en ambos países, las políticas macroeconómicas fueron imprudentes, el gasto público creció por fuera de lo normal, el gobierno usó la bonanza para realizar transferencias sociales o para agrandar el estado benefactor y consolidar un modelo político clientelístico, que ha votado al mismo gobierno durante más de 3 períodos. En definitiva, ha “comprado votos” so capa de mejorar condiciones de vida atendiendo necesidades urgentes pero no yendo a lo importante. Han repartido mal los recursos de la bonanza y no han invertido en infraestructura, ni en logística, ni en educación. Han hipotecado el futuro de sus países.

En un segundo grupo, los estancados, se agrupan Brasil y México. México no aprovechó las ventajas del boom económico ni del NAFTA. Brasil sí creció a principios de los años 2000 pero la organización del Mundial 2014 y de las Olimpiadas 2016 demostraron las notables carencias de infraestructura que complican el desarrollo, y los escándalos del “mensalao” y del “petrolao” evidencian un altísimo grado de corrupción, síntoma también de administración ineficiente. Hoy Brasil y México tendrían que estar en un nivel de desarrollo económico mucho mayor del que exhiben.

Y en el grupo de los países, los que sí han emergido, se encuentran Chile, Uruguay, Colombia y Perú. Y en ese orden, si se los mide en su PBI per cápita respecto al del Estados Unidos. La nota del Financial Times lo atribuye a dos factores: buen manejo macroeconómico en la bonanza y un tamaño de país menor, lo cual favorecería el manejo político del país. Yo prefiero enfatizar que son países, en especial Chile y Uruguay, con un sólido entramado político-institucional que impide la dilapidación populista de los frutos de la bonanza. Entramado del que carecen Argentina, Venezuela, México y Brasil.

En teoría, estos cuatro países emergentes, son los mejor preparados para los tiempos más difíciles que vendrán. Pero los pingos se ven en la cancha. Y, al menos en lo que respecta a Uruguay, se nota la falta de reformas estructurales que hubieran preparado al país para épocas difíciles o menos propicias. Faltó poner acento en la educación –y en ese rubro hemos tenido una década perdida-, en la infraestructura –y allí hemos tenido luces como la mejora de la matriz energética y las telecomunicaciones y sombras como la red vial y portuaria- y en la inserción en el mundo –y allí nos hemos pasado esperando el tren, dejándolo pasar cuando llegó y ahora esperándolo de nuevo-. La falta de pragmatismo, las ataduras ideológicas de varios sectores de poco peso electoral pero de sorpresiva influencia en el gobierno y un pernicioso conformismo con la mediocridad nos han alejado de tomar decisiones y emprender reformas que hoy nos encontrarían mucho mejor parados.

Si miramos la nota del Financial Times, seguro que nos quedaremos conformes. Si nos miramos en el espejo, seguro que nos lamentaremos de las oportunidades perdidas que, como el agua que pasa por el molino, no sabemos si volverán.

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