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Felipe Restrepo Pombo: “Las listas se hacen para generar controversia y debate”

El periodista colombiano habló sobre Bogotá 39, la antología que lo incluye entre los mejores 39 escritores latinoamericanos menores de 40 años y de su trabajo como editor de la revista Gatopardo
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31 de agosto de 2018 a las 05:04

No sabe quien lo postuló, pero tampoco quiere averiguarlo. Hace meses que Felipe Restrepo Pombo –39 años, colombiano, periodista, escritor, editor de la revista Gatopardo– integra la lista de los 39 mejores escritores latinoamericanos menores de 40 años según Hay festival, pero aún sigue sin entender gracias a quién llegó allí. O quién, de nuevo, lo postuló, porque llegar llegó por su trabajo como ensayista y también por su novela Formas de evasión (2016), que significó su salto del periodismo narrativo a la ficción. 


Restrepo está ahora en Uruguay y su paso no lo ha dejado descansar. En contacto permanente con su agente y con Gatopardo siempre en la cabeza (y en la mesa de la entrevista), el periodista aprovecha para dar talleres, participar en el Encuentro de Escrituras que tendrá lugar en Maldonado a partir de este viernes y también para presentar Bogotá 39, la antología que recopila a todos los elegidos de Hay Festival y que en Uruguay edita HUM. Por eso, apenas ha tenido tiempo para recorrer la ciudad y sorprenderse, en parte, por el clima caluroso de invierno. Para preguntar, también, qué es esa pelusa que cae de los árboles, que se le queda prendida del pelo, y que lo hace lagrimear. Y para mostrar notas, apuntes, su archivo digital y conversar, siempre, de esa corriente periodística que eligió hace tiempo y que hoy lo tiene como uno de los principales referentes a nivel regional.


¿Diez años fue la cantidad de tiempo adecuada para actualizar la lista de Bogotá 39?


Hay varias consideraciones sobre eso. En primer lugar, diez años no es un tiempo para que se dé un cambio radical. De hecho, me pasa que confundo las dos listas. Diez años, creo yo, no es el tiempo suficiente como para decir que cambió la industria editorial, o que cambió la manera de escribir. Hay muchos puntos de contacto entre los autores de la primera lista y de esta, y con muchos somos de la misma generación. Pero también me parece bien que lo hagan cada diez años, porque da nuevas oportunidades. Porque al final no se trata de escoger a los mejores, ni decir que esto es lo que se está haciendo y que es lo que hay que leer. En la literatura no hay mejores ni peores, hay diferentes maneras de hacer las cosas. El interés de esta lista es crear vasos comunicantes, que los autores se den a conocer. En ese sentido, cuando hicieron la preselección, había trescientos candidatos que cumplían con las normas, y eso te habla de la inmensidad de la literatura en nuestro idioma, de todo lo que se produce en Latinoamérica, y de la cantidad de voces que hay. 

En el prólogo del libro se habla de que en el siglo XX la literatura regional buscó salir del gueto permanentemente. ¿Esto es la prueba de que se logró?


Algo muy llamativo de la lista es que muchos de estos autores, antes de ser seleccionados, ya habían sido traducidos. Muchos de nosotros vivimos en países donde no nacimos, hemos viajado, nuestros libros han viajado, hay más comunicación, muchos tenemos agentes, y todo eso habla de la profesionalización del oficio de la escritura. Y sí, quiere decir que se ha convertido en una industria mucho más eficiente. Tener agentes, por ejemplo, ayuda mucho en los contratos, aligera el contacto con los editores, te organiza y te ayuda a que te paguen mejor por lo que hacés. Pero, como comentábamos ayer con unos colegas, de los que estamos ahí casi todos tenemos otros trabajos. Casi nadie vive exclusivamente de este negocio. Y eso habla de todo lo que falta por recorrer, porque aún quienes tienen reconocimiento no pueden dedicarse exclusivamente a escribir libros. 


¿Recuerda el momento en que se enteró de la primera lista, en 2007?


Sí, en ese momento, fíjate cómo han cambiado algunas cosas, la mayoría eran conocidos solo dentro de sus propias fronteras. Esa lista dio muchísimo de que hablar, y esta también. Para bien y para mal. Pero eso es para lo que se hacen estas listas, ¿no? Para generar controversia y discusión sobre ellas mismas. 


La controversia, imagino, es porque determinados autores están y otros no. 


Claro. Es la mirada de un jurado; es muy posible que algunas de las mejores cosas hayan quedado afuera y que también hayan entrado algunas no tan buenas. Pero eso lo debe juzgar el lector. Ni el libro ni la lista pretendieron en ningún momento ser algo canónico o definitivo.


Formas de evasión es su primera novela. ¿Cómo fue el pasaje de escribir sobre lo real a lo que se crea en la imaginación? 


Fue súper natural. El tipo de periodismo que hago, evidentemente, es un periodismo narrativo. Hay una anécdota que siempre me parece muy reveladora, y es que en una feria quisieron dividir a los autores entre escritores y periodistas en dos grupos. Me pareció muy sintomático de cómo la gente ve la diferencia entre las dos. A mí me interesa explorar los caminos que se cruzan entre el periodismo y la literatura, y obviamente incluye un trabajo de investigación, de verificación de datos, de hechos reales verificables donde jamás hay espacio para la invención, pero que a la hora de ser escritos y narrados, y de ser construidos con una voz, toma mucho de las herramientas de la literatura. En algún momento empecé a escribir un perfil de un personaje al que entrevisté, y en ese proceso empecé a tener ideas muchos más literarias. Pensé en esta fantasía que tenemos todos de desaparecer. Fantaseo con qué pasaría si cambiara de vida o me fuera a vivir a otro país con otro nombre. Y me di cuenta de que podía juntar las dos cosas y hacer un texto que ya no podía ser periodístico. Intenté escribir, entonces, una novela. Pero también investigué. No soy de esos autores que pueden abrir su computadora y escribir doscientas páginas sin nada más que la cabeza y el talento. 

La crónica se ha convertido en un destino para las aspiraciones de muchos periodistas que recién comienzan. Como periodista que hace años trabaja el periodismo narrativo, ¿eso lo ve como un logro?


Es cierto que se ha dado así, pero jamás despreciaría al periodismo que se remite a los hechos y a la información y la investigación. Creo que es la base del periodismo, incluido el narrativo. Entiendo que para muchos periodistas que están comenzando sea como una aspiración convertirse en Martín Caparrós y escribir El hambre, pero Martín, o Leila (Guerriero), o Julio Villanueva Chang, empezaron siendo reporteros, y creo que es una muy buena escuela. Si alguien quiere dedicarse al periodismo narrativo, es una muy buena idea comenzar por el diarismo, por el género informativo, siempre teniendo en cuenta de que hay que empezar a trabajar una voz, una forma de mirar, que luego va a ayudar a hacer textos más complejos.


¿Qué implica la edición en una revista como Gatopardo?


Trabajo muy de cerca con Leila y editamos todos los textos entre los dos. El trabajo implica acompañar al autor desde la concepción de la idea, en la búsqueda de fuentes, en el armado del texto. En promedio, cada uno de los reportajes que publicamos tiene entre tres y cuatro meses de trabajo, y a veces más. Creo que el editor, más que un corrector de estilo o un administrador, es alguien que le ayuda a su autor a potenciar su voz y su trabajo, y que lo ayuda a encontrar mejores caminos para que su trabajo se luzca. 


Los talleres literarios parecen tener hoy otra relevancia. ¿Para usted cuál es su importancia?


Es un fenómeno notable que periodistas de renombre dicten talleres. Para mí, por ejemplo, el taller me permite en una semana ir a una ciudad y reunirme con un grupo de colegas para hablar del oficio. Yo tomo los talleres que doy o los que he tomado como un momento que tienes para hablar sobre el oficio, para replantearte ideas. Y sí, siento que se ha convertido en algo de prestigio. Ahora es más frecuente que la gente ponga que ha hecho un taller con tal persona que si hizo una maestría. Tengo un enorme aprecio por las talleres que recibí, porque tuve la oportunidad de aprender de Caparrós, de Tomás Eloy Martínez y varios otros; también siento un enorme cariño por los que dicto. Suena a lugar común y a demagogia pero uno aprende muchísimo dándolos.

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