Abrirse al mundo

El anuncio tan esperado llegó desde Finalndia y UPM instalará una nueva planta de celulosa en el centro del Uruguay. El comunicado oficial que llegó el martes provocó un gran suspiro en todo el gobierno, obligó a los candidatos de la oposición a expresar su posición y puso en alerta a sectores ambientalistas y políticos que la rechazan. 

El gobierno blandió el anuncio como una victoria propia y defendió los alcances de una negociación turbia que representa la mayor inversión extranjera en la historia del país. Una inversión que asciende a US$ 3.000 millones y que generará 4.000 empleos directos y miles más indirectamente.

El Ministerio de Economía calcula que en 2020, cuando ya estén en marcha las obras de la planta, Uruguay crecerá 2,6%, haciéndole una finta a la crisis y a un 2019 en que el país crecerá tan solo 0,6% según las proyecciones más optimistas.
La construcción significa un cambio radical en la infraestructura del Uruguay ya que UPM2 viene de la mano de un nuevo ferrocarril central y la construcción de mejoras sustanciales en el puerto de Montevideo. Le cambiará para siempre la vida a una zona despoblada y económicamente deprimida y marcará un antes y un después. 

La instalación de la segunda pastera finlandesa en Uruguay viene antecedida de lo que fue el conflicto binacional con Argentina durante la construcción y primeros años de la ex Botnia con el corte por piqueteros argentinos del puente sobre el río Uruguay. Será la tercera planta en Uruguay –la otra se encuentra en Colonia, en Punta Pereira– y representa el acierto de una política de Estado que se inicia décadas atrás con la Ley Nacional Forestal que fomentó el cultivo de árboles con exoneraciones tributarias y el apoyo decidido del Estado durante la primera administración de Julio María Sanguinetti.

Esta política que se inició después de la dictadura recorrió el tiempo y períodos de gobierno de los tres partidos más importantes. La apuesta de los finlandeses por una segunda planta dice mucho no solo por el enorme impacto económico, sino que revela lo que puede pasar en Uruguay cuando las políticas públicas trascienden las pasiones partidarias y se tornan nacionales y a largo plazo.

La llegada de las pasteras son un signo de los tiempos que vive el mundo. La globalización y la innovoación entran por la puerta grande a Uruguay, lo que obliga al país, sus técnicos, burócratas y políticos a estar a la altura de las circunstancias. O nos abrimos al mundo o perecemos. No importa la ideología o la posición política: la ecuación no puede ser primero adaptarse para competir en el mundo y luego abrirse; es al revés hay que abrirse al mundo para así poder competir. 

UPM desafía los controles del modelo productivo, la calidad del agua dulce, las relaciones laborales y sindicales, las relaciones bilaterales, los alcances de las zonas francas, la calidad de nuestra educación, la capacitación de nuestros obreros e ingenierios, la forma de negociación de nuestros gobernantes y hasta la forma de pensar el desarrollo en el campo.

Todas preguntas que tensionan y llevan la discusión democrática al límite y que deberían provocar una profunda reflexión nacional con altura que deje aprendizajes, enseñanzas y en la que ojalá y por el bien del futuro no existan unanimidades.