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Adam Smith, “la mano invisible” y una fake news con historia

En su primer libro, el economista de CPA Germán Deagosto cuestiona lo que considera un gran mito de la economía
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20 de enero de 2020 a las 05:00

"Adam Smith nació en 1723 en Kirkcaldy, Escocia. No era un tipo agraciado, tenía multiplicidad de tics nerviosos y un apego excesivo por su madre. Al margen de eso, es considerado el padre de la economía moderna y uno de los más grandes exponentes de la economía clásica”.

La cita corresponde al primer libro (Manual de economía para un mundo entreverado) del economista de CPA Ferrere, Germán Deagosto, que ya en el primer capítulo de un texto que resulta ágil y entretenido para la lectura,  interpela una creencia o mito  popular firmemente arraigado de la economía: la famosa “mano invisible” de Adam Smith. 

La tesis de Deagosto es que la concepción que se le da hoy a la expresión en realidad se popularizó en la década de 1940 tras un libro del economista estadounidense y neokeynesiano Paul Samuelson. 

Más allá de uno de los  postulados centrales del escocés, que sostenía que el orden económico y social estaba dado por la acción de cada individuo de forma egoísta persiguiendo su propio interés y que esa situación llevaría al bienestar colectivo, la tesis desplegada en la obra por Deagosto es que en realidad Smith escribió “la mano invisible” solo tres veces en toda su bibliografía. Y no siempre refiriéndose a la economía.

Basado en varios papers académicos, entre ellos Adam Smith y la mano invisible: de la metáfora al mito de Gavin Kenedy, el también columnista del programa Fácil Desviarse de FM Del Sol desarrolla un relato en el que asegura que incluso en la obra cumbre del autor (Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones) la expresión aparece apenas una vez.  

“La mano invisible representa para nosotros uno de los conceptos más relevantes e influyentes del pensamiento social. Una fuerza sobrenatural que endiosa la capacidad auto reguladora de los mercados y proscribe la intervención del Estado en los asuntos económicos. Un mecanismo divino que transforma nuestros intereses personales y actos egoístas en una generosa contribución al bienestar común. No hay como resistirse al atractivo implícito en la naturaleza de ese concepto. Por este motivo, la mano invisible ha permanecido como un concepto central en el debate económico durante dos siglos y medio”, asegura Deagosto. 

El libro fue publicado en diciembre por la editorial Fin de Siglo. 

Sin embargo, el joven economista (32 años) plantea en su libro que en un legado que se extiende más allá del millón de palabras las menciones a la expresión se utiliza pocas veces y se apunta hacia objetivos distintos. 

La primera aparición se dio en Historia de la Astronomía (1775), cuando Smith hace referencia a la mano invisible del dios romano Júpiter: “Ni la mano invisible de Júpiter fue aprehendida para ser empleada en esos asuntos”.    

Según afirma Deagosto, Smith se refiere en la cita “a la credulidad de los individuos en las sociedades politeístas”, que atribuían algunos fenómenos naturales como los truenos a dioses. 

Lo que quiere hacer Smith en realidad, asegura el autor, es plantear una ironía dirigida a las explicaciones que daban las religiones paganas  sobre los eventos que ocurren en la  naturaleza. 

“Es claro que Smith no está haciendo alusión a una mano invisible capaz de regular las acciones de todas las personas que forman parte de esta famosa entelequia que llamamos mercado”, asegura el economista uruguayo con ironía en el libro. 

La segunda vez en aparecer la metáfora es en Teoría de sentimientos morales (1759). Deagosto relata que la intención de Smith en esa oportunidad es para referirse a los señores feudales que dividían su producción entre sus siervos  en aproximadamente las mismas proporciones que se distribuirían si la tierra se hubiera divido en partes iguales.

“Estos señores feudales no están preocupados por la ‘humanidad’ o por la ‘justicia’, y en su ‘egoísmo natural y rapacidad’ solo persiguen ´sus propios deseos vanos e insaciables’. Sin embargo, emplean a miles de trabajadores pobres para producir y saciar sus deseos. Por eso es que ‘están dirigidos por una mano invisible para, sin pretenderlo, sin saberlo, promover el interés de la sociedad y la propagación de la especie'”, resume Deagosto en la publicación. 

Por último, el economista se refiere a la utilización de la metáfora -aparece una sola vez en toda la obra- en La Riqueza de las naciones (1776) , cuando el autor escocés hace referencia al comercio exterior y la política mercantil de la época, en una Gran Bretaña que no tenía en ese entonces una economía desarrollada de libre comercio.

De hecho, la isla mantenía un monopolio sobre sus colonias de Norteamérica que restringía los intercambios en favor de los comerciantes británicos, que obtenían ganancias superiores. Smith era crítico tanto con ese monopolio como con la aversión al riesgo de muchos comerciantes, que preferían la inversión doméstica –menos utilidades pero más seguras– para su mayor tranquilidad. 

Es en este contexto donde Smith utiliza la metáfora de la mano invisible, haciendo alusión a como esa decisión conservadora de los empresarios ingleses favorecía, sin necesariamente pretenderlo, la economía nacional: “Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su propia seguridad, y al dirigir esa industria de tal manera, solo piensa en su beneficio propio; pero en éste como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no era parte de sus intenciones”. 

Según Deagosto, la intención de Smith fue describir de manera más llamativa e interesante un punto, en este caso como la precaución de los comerciantes ingleses terminaba por beneficiar a la industria nacional de ese país. 

El padre de la fake new 

En 1948 el profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Paul Samuelson, publicó un libro titulado Economía: un análisis introductorio, que se volvió muy influyente en la formación de los economistas modernos de esa época.

Deagosto recoge parte de esa obra, en la que se señala que “el astuto escocés estaba tan emocionado por el reconocimiento de un orden en el sistema económico que proclamó el principio místico de la mano invisible”. 

Hasta ese momento, apunta Deagosto, el concepto no era habitual en el mundo de la economía, pero después pasó a ser “el concepto más importante de todos”. Si se quiere, una visión más adecuada al pensar del denominado padre de la economía moderna, tenía que ver con su definición de los órdenes espontáneos.

Smith planteaba, más específicamente, que los seres humanos al interactuar e intercambiar bienes, ideas y opiniones generan el desarrollo, que después da lugar al surgimiento de normas formales e informales que por un proceso de ajuste libre y espontáneo van delineando las instituciones que regirán. 

En tanto, Deagosto sí reconoce que Smith efectivamente creía en los mercados, pero “ese amor hacia los mercados nunca lo encandiló ni le impidió reconocer sus limitantes”. El consultor de CPA sostiene que el también filósofo indicó los lugares donde los mercados necesitaban ser frenados, le preocupaban las actitudes de ciertos capitalistas e incluso simpatizaba con establecer tasas límites a las tasas de interés de los préstamos. 

En su concepción, asegura el autor, la intervención del Estado no puede restringirse únicamente al papel de juez y gendarme, sino que debe atender aquellas actividades que no son rentables para los privados pero que actúan en beneficio de toda la sociedad. Smith puso mucho hincapié en este sentido en la educación, ya que entendía que si no fuera por las instituciones públicas no se enseñaría ninguna ciencia para la cual no existiese demanda. 

“El verdadero culpable de todo este lío es Paul Samuelson. Él fue el responsable de viralizar la acepción moderna que tenemos del concepto. Él es responsable de caricaturizar la posición que tenía Smith sobre el Estado y de pasar citas aisladas como principios fundamentales. Tal vez, y acá es donde entra la duda razonable, no sea la mano de Smith la que mece la cuna liberal”, expresa Deagosto al final del capítulo.  

Un hábil declarante que daba clases de retórica 
Adam Smith tenía una gran amplitud de intereses, que abarcaban no solo economía (no se había desarrollado como disciplina independiente) , sino también ética, filosofía política, literatura, lingüística, psicología e historia de la ciencia. Su trabajo consistía en transmitir conocimiento a un público sin dominio de la materia, por lo que su lenguaje era llano, pensado para comunicar conceptos complejos a audiencias amplias. Además, daba clases y conferencias de retórica. 

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