Mundo > 44 minutos de charla

Alberto Fernández obtuvo el gesto de apoyo que esperaba del papa

La reunión en el Vaticano estuvo plagada de señales de sintonía, que contrastaron con la fría y tensa relación que el pontífice tuvo durante los cuatro años de gestión de Macri
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31 de enero de 2020 a las 16:45

Alberto Fernández logró uno de sus primeros objetivos en el plano de la diplomacia: mostrar un cambio de actitud hacia Argentina por parte del papa Francisco, y hasta dejar abierta la posibilidad de que el pontífice pueda finalmente visitar su tierra natal, algo que no ha ocurrido en los casi siete años de su papado.

La reunión del viernes en el Vaticano estuvo plagada de gestos de reconciliación y de sintonía política. Y se marcó un fuerte contraste con la fría y tensa relación que Francisco había tenido con Mauricio Macri.

En el mundo diplomático se sabe que —a falta de discursos, entrevistas y conferencias de prensa— el papa se las ingenia para demostrar con claridad su gusto o malestar con el visitante de turno a través de una serie de gestos. Y es por eso que los periodistas suelen estar atentos a las sonrisas –o a su ausencia—, a los pequeños diálogos, a los chistes, a la calidez o frialdad al momento de las fotos, a los mensajes insinuados en la entrega de regalos.

Por caso, cuando Macri visitó a Francisco en 2016, la reunión había durado apenas 22 minutos. Es un tiempo muy corto para un jefe de Estado, y mucho más si se considera que se trata de un mandatario argentino, con quien el papa debe tener mucho para hablar. En contraste, cuando el pontífice estuvo con José Mujica le había dedicado el doble de tiempo, en un clima cálido plagado de abrazos y sonrisas.

Ahora, con Alberto Fernández la reunión se extendió por 44 minutos. Y, a diferencia de lo ocurrido en el encuentro con Macri, donde se lo había visto serio y con nula simpatía personal por el visitante, esta vez Francisco se mostró cálido, se permitió algunos chistes y se mostró a gusto.

“Primero el monaguillo”, le dijo el pontífice a Fernández cuando estaban por ingresar a la sala privada y el mandatario le hizo el gesto de que pasara primero.

También los regalos hablaron. El presidente pareció hacer una declaración sobre ciertos aspectos progresistas de su gestión, y por eso le dejó un “calendario inclusivo”, un telar confeccionado por jóvenes discapacitados y un busto con la figura del Negro Manuel, un personaje del siglo 17 protector de Virgen del Luján, considerado como un beato.

El papa, por su parte, entregó un medallón donde se representa un olivo, una vid y una paloma. “Esto lo elegí yo, sean mensajeros de la paz, porque esto es lo que necesita Argentina”, le dijo Francisco. Y también le obsequió cinco libros, uno de ellos “Gaudete ex exultate”, del siglo 15, del cual leyó en voz alta la “oración del buen humor” de Tomás Moro, como parte de los consejos al presidente.

Cuatro años atrás, Macri también había recibido el mismo medallón, con la explicación de que el olivo “une lo que está separado”. Y, además, la encíclica “Laudato si”, que había sido publicada el mismo año en que Jorge Bergoglio se transformó en el Santo Padre.

Ese regalo había sido sugestivo, porque en la encíclica hay un explícito rechazo a la “teoría del derrame” –la que plantea que no se debe castigar excesivamente la riqueza porque ésta es la que permite el crecimiento económico al “derramar” la renta del capital sobre el resto de la sociedad—, con la cual en ese momento se asociaba a la postura política de Macri.

Fernández, satisfecho y con sintonía en el discurso

El presidente, visiblemente satisfecho luego de la reunión, se preocupó en remarcar esas diferencias entre la actitud del papa hacia su gestión en contraste con lo que había ocurrido con el macrismo.

Al hablar con la prensa luego de la reunión, dijo que habían coincidido respecto de la situación argentina y que se había mostrado dispuesto a ayudar al país en su dura negociación con los acreedores externos y con el Fondo Monetario Internacional.

“Lo vi preocupado por el pueblo argentino y por la deuda. El papa va a hacer lo que pueda para ayudarnos. Le agradecí que los curas villeros luchen contra el hambre y la pobreza y le pedí que lo siguiera haciendo”, dijo Fernández tras el encuentro. Y añadió: “El papa comparte el diagnóstico que hago de la Argentina sobre la pobreza y la inflación”.

En la previa, había un único punto que podía llegar a generar tensión: la postura expresamente favorable a la legalización del aborto que defendió el presidente. Pero se aclaró que el tema no formó parte de la conversación.

Fernández dijo también que el pontífice comparte su obsesión por terminar las divisiones políticas en el país y que la Argentina debe terminar con la pelea entre sectores por apropiarse de la figura del papa.

Lo cierto es que fue inevitable sentir una contradicción entre esas palabras y cierto tono partidario que se le dio a toda la visita al Vaticano. Antes de la reunión cumbre, Fernández asistió a una misa oficiada por el obispo Marcelo Sánchez Sorondo, plagada de referencias a la liturgia peronista.

El obispo recordó que, en ese mismo lugar, en el año 1972, había oficiado, junto al padre Carlos Mugica —"el “cura montonero"— una misa con presencia de Juan Domingo Perón, que se aprestaba a regresar a la Argentina luego de su largo exilio.

Una grieta difícil de superar

Alberto Fernández no se animó a pronosticar que Francisco vaya a visitar el país durante su mandato. Dejó, como es natural, la invitación realizada, pero observó que la condición necesaria para que el papa regrese a su tierra natal es que el país haya superado la “grieta” y que exista un ánimo de reconciliación.

Son palabras que se interpretaron como que el Vaticano recién tomará la decisión cuando haya ocurrido un cese de las críticas desde sectores políticos hacia la Iglesia y las posturas del papa. Lo último que quisieran en la Santa Sede es que un viaje que atraería la atención mundial quedara empañado por manifestaciones políticas de repudio al pontífice.

Y esa ansiada reconciliación –que incluya una admiración unánime hacia Francisco— es algo que no está visible en el corto plazo.

Más bien al contrario, parece haber quedado un resentimiento en un gran sector del macrismo que profesa la fe católica y siente una decepción por los gestos políticos de Francisco.

Lo cierto es que la tensión entre la Iglesia y Macri fue indisimulable durante los cuatro años de gestión. Después del frío encuentro de 2016 no hubo reuniones. Macri se permitió un dejo de ironía al enviarle mensajes de salutación cuando el pontífice surcó el espacio aéreo argentino para visitar Chile.

Y el papa tuvo gestos que denotaron la falta de sintonía política. Por ejemplo, cuando devolvió una donación del Estado argentino a la fundación Scholas Ocurrentes, alegando que el país tenía otras prioridades para usar esos recursos.

A lo largo de esos años, el papa envió cartas y rosarios a personajes ligados al kirchnerismo que habían sido presos o que estaban acusados de hechos de corrupción, como la activista social Milagro Sala. Y recibió a varias figuras enfrentadas con Macri, como Hebe de Bonafini y dirigentes de organizaciones piqueteras y de la agrupación juvenil La Cámpora.

En fin, todo una serie de gestos que denotaron el malestar del Vaticano con el gobierno macrista, que intentó sin éxito un acercamiento. Le dio la razón a la Pastoral Social cuando señaló la gravedad de la pobreza, convocó a una mesa de diálogo social y ratificó que se esperaba la visita del pontífice.

Pero todo fue en vano. Tanto que durante la campaña electoral hasta hubo gestos que se interpretaron como un guiño de Francisco hacia la candidatura de Alberto Fernández. Por caso, cuando durante una movilización sindical a la famosa basílica de Luján, bajo el lema “Pan, Paz y Trabajo”, se emitió un mensaje crítico hacia Macri.

El dirigente sindical Hugo Moyano –a quien Macri había catalogado como mafioso— aportó la militancia, pero el único encargado de la parte oratoria fue el arzobispo Agustín Radrizzani.

El discurso tuvo un tono decididamente crítico del modelo económico del macrismo. Y dejó frases como estas: “Nuestro pueblo debe ser artífice de su propio destino y no quiere tutelajes ni injerencias donde el más fuerte subordina al más débil”.

En el macrismo se lo interpretó como una obvia alusión al acuerdo firmado entre el gobierno y el Fondo Monetario Internacional.

Y, más recientemente, otro motivo de enojo fue la difusión por parte de la Universidad Católica de cifras de medición de pobreza que en el macrismo se consideraron exageradas y motivadas por fines políticos de favorecer el discurso peronista sobre la “herencia maldita” de la gestión Macri.

En definitiva, el clima político argentino no parece ser todavía apropiado para garantizar una visita de Francisco a la Argentina. Pero a Alberto Fernández no parece afligirlo en exceso. De momento, con los gestos de apoyo del papa le resulta suficiente para seguir transitando las turbulencias sociales del país.

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