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Alberto Fernández teje alianzas mientras Mauricio Macri le deja servido el ajuste

Luego de su publicitada reunión con Macri en la Casa Rosada el “lunes después”, el presidente electo se lanzó en una campaña por mejorar las condiciones de su llegada al poder
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02 de noviembre de 2019 a las 05:01

Los primeros días tras la elección que consagró a Alberto Fernández como nuevo presidente argentino mostraron un escenario paradójico: los ganadores se mostraron enojados y hasta deprimidos por el resultado de la votación, mientras que los perdedores del bando macrista lucieron exultantes.

La explicación, naturalmente, está relacionada con las expectativas. El resultado de las primarias de agosto –una diferencia de 15 puntos a favor de Fernández–, sumado a la turbulencia financiera, hacía suponer que en la elección definitiva la victoria sería más contundente aun. Las encuestas marcaban una posible ventaja de 22 puntos.

Y era lo que el candidato opositor había imaginado como forma ideal de llegar al poder. Una diferencia contundente le habría dado legitimidad como para tomar medidas políticas difíciles y soportar la presión de las corporaciones, así fueran sindicatos, empresas, bancos, acreedores financieros y el propio Fondo Monetario Internacional (FMI).

Pero el resultado electoral del domingo pasado, más exiguo de lo que se esperaba, lo deja al presidente electo en una posición menos cómoda, por varios motivos. No tendrá mayoría parlamentaria, lo que implica que deberá negociar permanentemente con los diversos grupos del peronismo y también con el macrismo. Eso lo llevará a mantener cierta dependencia de Cristina Kirchner, la verdadera artífice del triunfo, ya que el resultado habría sido muy diferente de no haber sido por la contundente victoria en el conurbano de Buenos Aires, gran bastión electoral kirchnerista.

El estado de ánimo que produjo ese resultado fue inocultable. Lejos de verse escenas de euforia, hubo manifestaciones de lamento. Desde celebrities que apoyan al peronismo, que se mostraron deprimidas por la potencia electoral que mostró Macri en plena crisis económica, hasta la sorpresa indisimulable de dirigentes políticos que esperaban un camino mucho más despejado.

En la vereda de enfrente, el macrismo percibió de inmediato esa situación y trató de sacarle provecho político. Trató de instalar la idea de que, para el peronismo, lo ocurrido había sido una “victoria pírrica” que le anticipaba una gestión complicada y con poco margen de acción, mientras que para el macrismo había sido una “derrota dulce” que le auguraba una reorganización para un pronto regreso al poder.

El propio Macri, en su primera reunión de gabinete tras la elección, dio señales en ese sentido. En contra de las versiones que lo daban como un dirigente retirado de la política, dijo: “No me había imaginado que terminaría siendo líder de la oposición”.

Dio a entender que su misión será mantener la cohesión de la coalición Cambiemos, sin que se produzcan fisuras en la bancada parlamentaria. Y que se abocará a consolidar ese espacio político para que tenga proyección y posibilidades de alternancia en el poder con el peronismo.

No faltan quienes creen que Macri podía haber forzado un balotaje y ganado las elecciones. “Si había un mes más de campaña, Macri emparejaba”, asegura Jorge Asís, un influyente intelectual afín al peronismo.

Sostiene que el presidente apostó acertadamente a la movilización callejera, a generar una épica y a explotar el miedo de la clase media por el kirchnerismo.

“La campaña de Macri cambió con el descubrimiento tardío del populismo”, opina Asís, quien le asigna el mérito al candidato a vicepresidente, Miguel Pichetto, “que le dio clases de peronismo”.

El ajuste de Macri

Mientras tanto, Alberto Fernández, después de su publicitada reunión con Macri en la Casa Rosada el “lunes después”, se lanzó en una campaña por mejorar las condiciones de su llegada al poder.

En los primeros días dio algunas señales simbólicas, como visitar fábricas que habían cerrado y ahora reabren con la esperanza de que el nuevo gobierno favorezca a los pequeños negocios.

En la economía, el presidente electo encontró una inesperada ayuda por parte de Macri y su equipo económico. La noche del triunfo, Fernández le había mandado un mensaje al presidente: que su responsabilidad llegaba hasta el 10 de diciembre, y que él debía tomar las medidas necesarias para garantizar la estabilidad del país.

Traducido, eso significaba que el peronismo esperaba que Macri pagara el costo político de tomar medidas impopulares, por ejemplo para defender las reservas del Banco Central.

Y Macri sorprendió con medidas mucho más duras de lo que todo el mundo creía que podría tomar. El cepo cambiario es, en los hechos, casi tan duro como el que había implementado Cristina Kirchner y que había sido objeto de críticas durante cuatro años.

Por ahora, no se ha disparado el dólar blue, pero tarde o temprano se transformará en el nuevo indicador de referencia.

El presidente del Banco Central, Guido Sandleris, a quien antes Fernández acusaba de actuar como un militante del macrismo y de “planchar” el dólar para favorecer la campaña electoral de Macri al costo de quemar reservas, ahora se fue para el otro extremo.

Además del cepo, instrumentó medidas financieras que van en línea con el pedido de Alberto Fernández de bajar las tasas de interés. Para eso, modificaron una norma, de manera que ahora los bancos ya no pueden usar los títulos Leliq para integrar los encajes.

En otras palabras, los bancos dejan de tener un premio de 68% y pasan a tener los clásicos encajes sin remuneración. Lo que se prevé como consecuencia de esto es que empiece el desarme de la “bomba cuasifiscal” y que los bancos empiecen a bajar las tasas.

Además –otro favor de Macri– rompió el congelamiento en el precio de las naftas, de manera de acelerar el aumento que reclamaban las petroleras. Dada la suba del dólar, la inflación y la variación del precio del petróleo, las empresas argumentan que tienen un retraso de 20% en los combustibles.

Macri está soportando las críticas de parte de los medios kirchneristas por el “ajuste poselectoral”, pero lo cierto es que estos aumentos le garantizan al gobierno entrante un colchón como para sostener un congelamiento tarifario los primeros meses.

Red de alianzas 

El otro frente en el que el presidente electo se puso a trabajar es el político. Tal vez por haber aprendido de Néstor Kirchner lo que significa llegar al gobierno con “votos prestados” y tener que construir contra reloj una red de alianzas, se lanzó a tejer acuerdos con los gobernadores provinciales.

Es así que aprovechó la excusa de la asunción del gobernador tucumano para reunirse con la plana mayor del peronismo no kirchnerista y dar su mensaje.

“Empieza una Argentina gobernada por un presidente y 24 gobernadores”, dijo Fernández, quien agregó que el principio del federalismo “no va a ser un discurso sino una realidad”.

Esa declaración se interpretó como un intento por diferenciarse del estilo de gobierno que había caracterizado al período de Cristina Kirchner, quien centralizaba las decisiones sin darles participación a las provincias. De hecho, uno de los rasgos salientes de su gestión era el uso discrecional de los recursos tributarios, de manera de premiar a los gobernadores alineados con el gobierno y de castigar a los díscolos.

El recuerdo de ese estilo generó un resentimiento con la ahora vicepresidenta, que se vio reflejado en el mapa electoral del domingo pasado. El peronismo perdió en la llamada “franja productiva” del país, conformada por las provincias ligadas a la exportación agrícola y que más ha sufrido las políticas antiexportadoras.

Es una de las imágenes más difundidas y analizadas en Argentina en estas horas: en el mapa del país, las provincias en las que se impuso Macri –Mendoza, San Luis, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos y el norte de la provincia de Buenos Aires– conforman una especie de franja en la línea media, pintada de amarillo que destaca sobre el fondo azul que representa al resto del país, donde ganó el peronismo.

La promesa de Fernández es no repetir el error del kirchnerismo de enemistarse con la región más productiva del país, la que paga los impuestos y provee los recursos para que el gobierno pueda realizar las políticas de redistribución.

Pero al presidente electo no solo lo motiva la necesidad de corregir errores de Cristina. También quiere ganar independencia respecto de la expresidenta, que ahora tendrá el manejo del congreso. Lo cierto es que ella fue quien armó las listas de candidatos, y por lo tanto los diputados oficialistas le responden a ella, con quien tienen un vínculo de lealtad personal.

Para Fernández, por lo tanto, afianzar una red propia de apoyo político con los gobernadores –que tienen gran influencia sobre el Senado– resulta de vital importancia si no quiere que las profecías sobre un “gobierno débil” se hagan realidad. . 

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