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Le cortaron los dedos estando vivo y lo disolvieron en ácido: el sádico asesinato del periodista saudí

La muerte del periodista reveló la saña del gobierno del príncipe saudita Bin Salman. ¿El mundo reaccionará ante el horrendo crimen?
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20 de octubre de 2018 a las 05:02

Por Ricardo Galarza

Los problemas de tener un aliado tan barbárico como Arabia Saudita han quedado finalmente al descubierto. Ayer el reino confirmó que el periodista Jamal Khashoggi fue asesinado en el consulado de Estambul, y a medida que se van conociendo los hechos más truculentos en el caso se va develando el verdadero rostro del monstruo que Estados Unidos ha alimentado durante siete décadas. 

El reino saudita, el más firme aliado de Washington en el mundo árabe, es un régimen cruel y despiadado que viola los derechos humanos, encarcela y asesina disidentes, interviene militarmente en países vecinos, financia el terrorismo salafista y, durante las últimas cuatro décadas, ha fundado y financiado cientos de madrasas del Islam radical en todo el mundo musulmán, donde se formaron tres generaciones de yihadistas. Los mismos que a su graduación han pasado a integrar las filas de Al Qaeda, del Estado Islámico y de otros grupos terroristas responsables por la muerte de cientos de miles de personas desde Nueva York hasta Bali.

Pero fue el asesinato de un solo hombre a manos del reino lo que ha causado la indignación internacional y la condena del mundo al régimen que dirige con mano de hierro el príncipe heredero Mohamed bin Salman (MBS), desde que en junio de 2017 fuera entronizado por su padre, el rey Salman, cuando el mal de Alzheimer comenzó a menguar visiblemente las facultades del monarca. Incluso MBS había gozado hasta ahora de muy buena prensa en Occidente, donde los medios lo ponderaban inopinadamente como “un reformador” que lideraría un proceso de “apertura”, “transformación” y “modernización”  en el reino. Poco les faltó para decir que era un demócrata liberal a carta cabal.   

Thomas Friedman, el más renombrado columnista de The New York Times en temas de Oriente Medio, llegó a anunciar entonces que con el ascenso del príncipe “la primavera árabe” había llegado a Arabia Saudita; “por fin”, suspiraba el periodista. Aunque Friedman había llegado a Riad en noviembre del año pasado, en medio de una gigantesca purga estilo medieval desatada por Bin Salman y el recrudecimiento de la represión interna, en un clima de terror para los disidentes y activistas de derechos humanos, el periodista dijo haber encontrado al país pasando por la más plácida “primavera al estilo saudita”.  

Durante una reciente gira por Estados Unidos, el príncipe había sido ensalzado en los medios y recibido con los brazos abiertos por personalidades como Bill Gates, Jeff Bezos, Oprah Winfrey, el actor Dwayne ‘The Rock’ Johnson y, desde luego, por el propio presidente Donald Trump. Era “el” hombre en el mundo del dinero; todos querían hacer negocios con él. Desde las páginas de El Observador advertimos desde mediados de 2017 que Bin Salman era un déspota peor que todos sus antecesores juntos.

Hoy el gran “reformador” es blanco de la indignación mundial por la desaparición y asesinato del periodista disidente Jamal Khashoggi en las instalaciones del Consulado saudita en Estambul. Ahora le piden explicaciones sus aliados europeos y Washington. Y los medios que antes lo vitoreaban, publican los detalles más atroces que el gobierno turco va filtrando a la prensa de su país sobre el siniestro homicidio, perpetrado, según estas versiones, en un sádico e inverosímil acto de terrorismo de Estado. A Khashoggi —que había acudido al consulado de su país para obtener un certificado de estado civil con intenciones de contraer nupcias en Turquía—, lo torturaron, le fueron cortando los dedos uno a uno mientras aún estaba vivo, luego lo degollaron, lo descuartizaron a serrucho y por último disolvieron su cuerpo desmembrado en un tacho de ácido.  

Diez minutos de tortura

Según las grabaciones de audio de la sesión de tortura en poder del gobierno turco, Khashoggi resistió las torturas y mutilaciones durante más de diez minutos. La sesión fue dirigida por Salah Mohamed Al Tubaiyi, un alto oficial de la inteligencia saudita y cercano colaborador del príncipe reformador. Tan modernizadores resultaron estos nuevos muchachos del régimen saudita que para torturar y luego descuartizar a Khashoggi, Al Tubaiyi escuchaba música clásica en sus auriculares. “Cuando hago estas cosas, escucho música”, les decía a sus subordinados, según las versiones de prensa, mientras descuartizaba el cuerpo sin vida del periodista; lo que da a entender que para él se trata de una actividad que realiza con cierta frecuencia. Parece una película de terror pero es lo que consta en los audios del gobierno turco según los medios que han tenido acceso a ellos.  

¿Cuál fue el crimen que cometió Khashoggi para desatar la ira del carnicero de Riad? Ser crítico del régimen en las páginas del Washington Post, periódico donde tenía una columna desde el año pasado cuando se mudó de Riad al área de Washington. Moderadamente crítico, sería el término que más se ajusta a sus escritos; pedía cosas como “libertad de expresión” y la liberación de los disidentes encarcelados; tampoco es que Khashoggi fuera Salman Rashdie, ni por crítico, ni por polémico ni, menos aún, por su prosa y estatura intelectual. Las columnas de Khashoggi eran bastante elementales; pero se las publicaba el Washington Post. Y eso para MBS, que ha gastado varias fortunas en propaganda, era un agravio imperdonable. Lo mandó matar del modo más cruel, con esa frialdad que la filósofa Hannah Arendt definió como la “banalidad del mal”. 

Ahora deberá afrontar las consecuencias. Ahora, a la condena del mundo, se le ha sumado la cancelación en masa a un foro de inversiones que había organizado para la semana que viene en la capital saudita con los CEOs de las más importantes firmas norteamericanas, banqueros de Wall Street, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, y la directora del FMI, Christine Lagarde. Todos cancelaron.

El papel de Trump y Europa

Tal parece que al menos se le cayó el tinglado a Bin Salman. Pero de ahí a que Washington y sus aliados europeos realmente tomen represalias en su contra o decidan, como deberían, imponer sanciones a Arabia Saudita, media al menos un sacudón más de opinión pública. Tal vez si el gobierno de Ankara da a conocer de una buena vez los audios con los gritos de dolor y desesperación de Khashoggi en medio la tortura, la presión se torne insostenible para el gobierno de Trump, que por ahora parece darle largas al asunto. 

En un principio el mandatario estadounidense no se mostró muy indignado con el caso, limitándose a decir que la información no era aún suficiente. “Nadie sabe”, dijo, como si se tratara de un misterio insondable. Luego, a medida que el escándalo se multiplicaba en progresión geométrica por todas las pantallas que tanto mira, endureció el tono y amenazó con una severa respuesta de Washington si se llegase a comprobar que el reino saudita es culpable del atroz homicidio de Khashoggi. Al mismo tiempo despachó de emergencia a su secretario de Estado, Mike Pompeo, a Riad, donde se reunión con el propio Bin Salman. Pero las sonrisas y la afabilidad que le prodigó luego en público, en una sesión de fotos que bien podría haberse evitado, dejaron la sensación de que las intenciones de Washington de castigar a su aliado son bastante elusivas.

Pompeo le aconsejó a Trump que “les diera unos días” a los sauditas para terminar su propia investigación del caso. Lo que es, más o menos, como darle tiempo a un acusado en una corte para llevar a cabo la investigación del crimen que él mismo cometió. Tampoco ha impulsado Washington una investigación de Naciones Unidas ni ningún otro tipo de investigación independiente. Por lo que la pelota está ahora en la cancha del gobierno turco de Recep Tayyip Erdogan, que si bien está enfrentado con los sauditas, tampoco puede declararle una guerra diplomática. Se llega a salvar el príncipe de esta, y se gana para siempre un enemigo muy poderoso en su propio vecindario.

De modo que ahora cada uno juega sus cartas. Washington necesita a Riad, que es el único aliado de peso que le va quedando en Medio Oriente aparte de Israel. A Turquía Trump ya la alejó de manera por demás torpe, dejándose llevar por los desatinos geopolíticos de su vicepresidente religioso y por los halcones de Washington. Y ahora, para contener a Irán, (cuyo acuerdo nuclear también abandonó) y a la creciente influencia de Rusia en la región, solo le queda Arabia Saudita, que además sigue siendo el segundo exportador de crudo a Estados Unidos y, más importante aun, país de un altísimo interés para las grandes empresas estadounidenses y europeas.

Por eso, no solo Washington, sino todo Occidente, se había hecho hasta ahora de la vista gorda ante tanta atrocidad y abuso de Riad. Ni siquiera su sangrienta intervención en Yemen, que ha causado la muerte de miles de civiles —y donde en un solo día de agosto, murieron calcinados cuarenta niños en un ómnibus escolar detonado por las bombas saudíes— parecía hacer mella en la imagen del príncipe, que seguía con sus tours de inversiones por el mundo y recibiendo celebridades y grandes empresarios de Occidente en casa. Tal vez por eso pensó que todo le estaba permitido. Ahora ha conocido su límite. Ahora nadie puede desconocer quién es realmente Bin Salman. Y su futuro está en manos de Erdogan.  

 

Lo buscan en un bosque de Estambul cercano al consulado
Investigadores turcos efectuaron búsquedas en un bosque de Estambul, en el marco de la investigación por la desaparición del periodista saudí Jamal Khashoggi, crítico con el régimen de Riad, informó este viernes la prensa local. La búsqueda en el bosque Belgrado, en la orilla europea de Estambul, se inició el jueves, indicaron el diario turco Cumhuriyet y la televisión NTV. El bosque, una amplia y remota zona, está a unos 15 km del consulado saudí de Estambul, al que acudió el 2 de octubre Jamal Khashoggi para realizar un trámite, antes de desaparecer. La zona es objeto de investigación después de que la policía constatara que varios vehículos abandonaron el consulado saudí el día de la desaparición del periodista, según NTV. Se sospecha que al menos uno de esos vehículos se dirigió hacia ese bosque. Ni Turquía ni Estados Unidos han confirmado públicamente que Khashoggi esté muerto ni han responsabilizado oficialmente a Riad, pero un flujo constante de filtraciones no confirmadas de funcionarios a medios turcos ha pintado una imagen detallada y escabrosa de los últimos minutos del periodista, supuestamente a manos de 15 agentes sauditas que lo esperaban cuando llegó al consulado de Estambul. 

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