Nacional > "La mansión del sexo"

Amenazada de muerte y en huelga de hambre, acusada de haber mandado matar a su exmarido habló por primera vez

Fue trasladada a una celda sola pero lo interpretó como un castigo e inició una huelga de hambre
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11 de marzo de 2019 a las 05:02

Por Fernanda Kosak

El día de su muerte, Edward Vaz Fascioli estaba en su apartamento en Maldonado junto a su mujer. A eso de las diez de la noche, le tocaron timbre. Se hicieron pasar por amigos de su hija para despistarlo. Cuando bajó a abrir, dos hombres con los rostros cubiertos le dispararon en la cabeza. No murió en el acto, pero los médicos no pudieron hacer nada por él. Fue el 9 de julio de 2018.

Ocho meses después, la policía no ha podido dar con esos dos hombres que, luego se sabría, eran sicarios. El día del homicidio, encontraron en el barrio Kennedy el auto que los trasladaba. El chofer quedó en prisión preventiva pero los sicarios se habían esfumado.

El chofer en cuestión, Franco Silvera, era albañil de la mansión donde Vaz y su exmujer vivían: el chalet Gipsy Queen, en Beverly Hills. Silvera apuntó desde el primer momento a Lulukhy Moraes Mele como autora intelectual. Pero después cambió la versión y dijo que quien lo habría contratado para llevar a los hombres era la nueva pareja de Moraes, Mauro Machado. Finalmente, también surgió el nombre de Leticia Giachino, socia y amiga de Luluhky, ya que fue tomada por cámaras comprando los celulares descartables que utilizaron los sicarios. También surgió un último nombre: Matías Guarteche, el segundo chofer, que trasladó a los sicarios desde la parada 41 de la Mansa hasta Montevideo, ida y vuelta. Hasta hoy, ellos cinco son los enjuiciados por este caso. Todavía no se halló el arma, ni a los homicidas. Tampoco hay acusación fiscal.

Desde que marchó a prisión preventiva en julio del año pasado, Moraes estuvo sumida en un silencio aturdidor frente a una prensa que se encargó de diseccionar su vida. Ni cuando se mencionó su rol de organizadora de fiestas swingers, o su condición de hija de un rey gitano, o sus conexiones con políticos argentinos y famosos brasileños, Moraes salió de su mutismo hasta que en la última audiencia del caso, cuando el juez decidió extender su reclusión por 30 días, puso fin a esa pasividad.

"Esta vez quiero hablar yo con la prensa", dijo después de estar un buen rato con la mano levantada, como una escolar.

"Está presa pero puede hablar con quien quiera. Ahora no, pero desde la cárcel sí", le respondió el juez de 4o turno, Diego González.

El motivo de su cambio de estrategia, explica, es simple: denuncia que su –ahora ex– pareja Machado amenazó de muerte a ella, a su hija y a su nieta. Según ella reconstruye, cuando el móvil policial los conducía desde el penal al juzgado en su última audiencia, el hombre le dijo: “Vos sos la próxima” y “entre risas” agregó “y tu hija y tu nietita”.

El jueves Moraes fue llevada a un calabozo en solitario por su protección (se asume que Machado puede pagarle a otra reclusa para que la asesine) y está en huelga de hambre porque considera que se la mandó allí “como castigo”. Este domingo fue llevada a la enfermería tras sufrir un ataque de nervios luego de que un policía le dijo "tendrías que haber sido jabón" con relación a su condición de gitana y al Holocausto. Tras la revisión médica se labró un acta en la que denunció el hecho y regresó a la celda, según contó a El Observador.

Tres días antes había concedido la entrevista en lo que fue su celda durante meses en el Centro Nacional de Reclusión (CNR).

¿Por qué hablar ahora? "Quiero que si nos pasa algo a alguna de las tres todo Uruguay se sienta culpable, que se sepa que ya estábamos amenazadas", dice sin contener un torrente de lágrimas. Habla fuerte, casi grita, pero nadie la mira.

En el primer momento de la entrevista dice: “Desmiento todo”. Pero a medida que avanza la conversación, confirma muchas cosas. Solo desmiente, como era de esperar y desde el primer momento, haber sido la artífice del asesinato de Vaz y tener una relación de naturaleza sexual con su socia. Se la llamó “socia de la vida” (eran socias de trabajo y vivían juntas), pero ella dice que allí acaba todo. “Si fuera lesbiana lo diría, qué problema tengo, pero no somos”, insiste. El resto de su vida –va deslizando– es tan extravagante como se cree. “Pero eso es para otro momento”. Su prioridad, insiste, es hablar de su presente, no de su pasado.

Qué cambió

El abogado Julio Pereira, que patrocina a Moraes y a Giachino, ya no representa a Machado, sino que lo hace la abogada Laura Roballo. El motivo, dice Pereira, es que “ellos terminaron su relación y ella dijo que no se iba a hacer más cargo de los costos de su defensa”.

Según la versión de Moraes, en la audiencia anterior en la que estaban su expareja y los dos hombres que hicieron de choferes de los sicarios vio que "entre ellos tres se conocían y tenían todo planeado”. “Mauro y Guarteche empezaron a amenazar a Silvera porque habló, ahí me di cuenta de que realmente había sido él (Machado) quien lo mandó matar (a Vaz) y le empecé a gritar y a decir de todo”, dice. “Era el padre de mis hijos, me costó que mi hijo no me hable más porque piensa que fui yo”. En la última audiencia, el hijo de Vaz y Moraes  tuvo que ser retirado del juzgado por pegarle al abogado de Moraes.

A partir de ese momento Moraes dejó de financiar la defensa de Machado.

Además, la mujer y su hija denunciaron a Machado por amenazas de muerte. Un trabajador del CNR confirma que, si bien no escuchó lo que se dijeron los presos entre sí, Moraes tuvo un ataque de nervios tan grande que hubo que regresar el camión y pedir otro móvil para trasladarlos por separado.

–Pero, si no habías sido vos, ¿no pensabas que había sido él?

–Edward tenía problema con todo el mundo, yo le creí a Mauro. Él siempre decía que lo iba a matar, pero pensé que era una forma de decir. Nunca me imaginé que lo haría.

Que se llevaban mal y se amenazaban está confirmado por el historial de denuncias que Machado y el extinto Vaz tenían entre sí por amenazas de muerte; la policía tuvo que retirarles a ambos sus armas por esto. Vaz también fue denunciado hace dos años por violencia doméstica contra su hija, cuando Moraes y Machado ya eran pareja.

–Pero Vaz te estaba reclamando plata.

–¿Vos te pensás que soy tan idiota de matar a un tipo que tengo denunciado? ¿Que ya me había sacado de encima? Dicen motivo económico pero ¡un profesor de inglés me quiere reclamar no sé cuántas propiedades! ¡Encima a nombre de Leticia! ¡No me iba a sacar un peso! Estamos hablando de que acá se mandó matar a alguien por 5.000 pesos. ¿Quién maneja esos montos irrisorios? Mauro, que no tenía acceso a mi plata.

Previo al asesinato de Vaz, este le reclamaba a Moraes participación en sociedades anónimas, una Toyota Hilux, una Chevrolet Captiva, un Mercedes Benz, un apartamento en Punta del Este, entre otras cosas, sugiriendo que las cosas se habían puesto a nombre de Giachino y no de Moraes para no ser tomados como bienes gananciales, según el documento de la demanda al que accedió El Observador.

La reina tras las rejas

“A mí no se me caen los anillos por estar acá, eh”, asevera Moraes desde la celda que compartía con otras seis reclusas. No tienen vidrios que protejan de la lluvia o el frío y por la ventana entra mucha luz. “Yo nací en un rancho. Vivía en una mansión, sí, pero he estado en peores lugares”, asegura. De a momentos su corajudo discurso flaquea y se quiebra. “No me merezco esto, no me lo merezco”. Llora, se traga un antidepresivo con agua, se sorbe los mocos. “Soy especial. Lulukhy hay una sola. No merezco terminar así”.

Casi todas sus compañeras son más jóvenes que ella, menos “la abuela”, de 75 años. Dicen que está ahí por ahorcar a su hija con síndrome de Down en un brote psicótico. Pero no la juzgan, entre ellas reina la armonía. Están en el pabellón de prisión preventiva: son técnicamente inocentes.

Moraes es la única con heladerita: “Me la traje legalmente, con papeles, con todo”. Y la comparte. También tienen un hornito en la celda. Pero su dinero le puso una diana en la espalda. Una de las “reincidentes” le “cobra peaje” y le pega a ella o a sus compañeras para que le den dinero u objetos de contrabando. Por esto las autoridades carcelarias decidieron aislar a Moraes: está doblemente amenazada.

"Mirá cómo me dejó el ojo a mí –dice Micaela, que duerme junto a Moraes y tiene una de sus ojeras amoratada–. Quiere que le entren perfumes Carolina Herrera, vestidos de Di Domenico. ¡Está loca!". Otra reclusa, una escribana condenada por estafa, también es blanco de los peajes. Su brazo exhibe al menos veinte machucones, todos cortesía de la misma reincidente que acosa a Moraes, dice. 

“Ella tiene que entender que es por su seguridad, no castigo", dice su abogado.

Moraes, por su parte, lo ve como castigo por denunciar y no prueba bocado desde el jueves. “Que se sepa, no voy a morir de rodillas entre las ratas, voy a morir de pie. Como una reina”. 

Sí, admite y está orgullosa de las fiestas swingers que “hace diez años” viene organizando. “Igual le erraron (la prensa): solo dos fiestas fueron en Gypsy Queen, las otras iban variando. Hasta se hicieron en barcos o aviones”, revela. Lo que niega categóricamente es haber filmado a sus clientes alguna vez. “¿Vos pensás que soy estúpida? Aparte de que soy boleta, te creés que mataría a la gallina de los huevos de oro? Si se sabe que filmo, no me viene nunca más uno”. Asegura que “no hay un político que no conozca”, pero es celosa con dar nombres. Tampoco dirá “jamás” cuánto salía una entrada a sus exclusivas fiestas, a las que ella decidía quién podía o no entrar, y en las cuales solo se revelaba la ubicación del evento una hora y media antes. “Yo era la cabeza y la que ponía el cuerpo era Leti (su amiga y socia). Fue algo que construimos juntas”.
Se dijo que quien puso el dinero para construir Gypsy Queen fue el jefe de gabinete de Carlos Menem, Jorge Rodríguez: ella lo matiza. “Él estaba en ese momento, sí, porque era novio de Leti, como fue por nueve años. Él es el padrino de mis hijos... Es verdad, estaba, pero no puso todo él como se dice. Fuimos los tres”, dice.
–¿Y cómo hiciste para que te compren una casa, te pongan un millón y medio arriba pero te dejen quedártela, vivir ahí, dejarle tu nombre (Gypsy Queen)?
–(Se ríe) ¿Te pensás que (los actuales dueños de la mansión) Nayla Micherif (exmiss Brasil) y Rono (el empresario Ronosalto Pereira Neves) me sacaron de la nada? ¡Son clientes de años! Me la compraron para venirse quince días por año.

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