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Apestados

¿Quién hubiera dicho hace dos meses que viviríamos este estado de alerta?
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23 de marzo de 2020 a las 05:00

De repente caímos en la cuenta de que, efectivamente, vivimos en un mundo globalizado. Y no porque compremos autos chinos o tecnología coreana y cantemos en inglés. El archifamoso coronavirus se inició en Wuhan, China, y se extendió como reguero de pólvora por toda la tierra. ¿Quién hubiera dicho hace tan sólo dos meses que en Uruguay viviríamos hoy este estado de alerta sanitaria?

Si acaso la pandemia tiene algún efecto positivo, encuentro interesante la reflexión sobre cómo los virus no distinguen entre personas, mucho menos seleccionan nacionalidades o se ceban con un credo específico.

Resulta paradójico que mientras a las puertas de Europa se asoma una nueva crisis de refugiados, provocada maliciosamente por el presidente turco Racep Tayeb Erdogan, quien una vez más utiliza la baza de los migrantes y refugiados para presionar a Bruselas, europeos, norteamericanos y ahora latinoamericanos, nos convertimos todos, sin excepción, en apestados.

Mientras la frontera griega se blinda contra el pasaje de sirios, afganos e iraquíes, Estados Unidos cancela la llegada de vuelos desde Europa, donde el covid-19 campa a sus anchas, en Italia y España, sin que todavía se lo pueda controlar.

Las redes sociales difunden videos que reproducen escenas de ciencia ficción; góndolas de supermercado vacías, largas colas de ciudadanos nerviosos que buscan aprovisionarse ante la amenaza de un confinamiento prolongado. También en Uruguay cundió el pánico, nada más conocerse la aparición de los primeros casos de infectados, el viernes 13 de marzo. ¡Incluso la fecha es de película!

Acaso esta situación surrealista nos hará recordar a los cientos de miles de personas que huyen de sus casas con lo puesto y no tienen un miserable almacén en el que proveerse, ni siquiera de papel higiénico, jabón o agua potable, que hoy parecen ser indispensables. Al menos en nuestros países, tan civilizados y desarrollados, sea en Europa o aquí en Uruguay, el abastecimiento de alimentos y artículos de primera necesidad están garantizados, siempre y cuando la población no entre en pánico y compre como si no hubiera un mañana.

Los refugiados y migrantes económicos dependen de la ayuda internacional y de una adecuada previsión de los países por los que transitan para poder acceder a este tipo de víveres.

Son cada vez más los países que optan por cerrar sus fronteras en un intento por blindarse del coronavirus. Este hecho debiera hacernos pensar en los millones de personas, hombres y mujeres que son etiquetados como ilegales, sospechosos de portar algún gen maligno para la sociedad de acogida, sea esta la alemana o la estadounidense. Ni que hablar de Hungría o Polonia que siguen negándose en rotundo a recibir migrantes, especialmente si son musulmanes.

El coronavirus al menos no discrimina. Golpea silenciosamente a unos y otros. Es curioso y debiera llamarnos la atención porqué en países como Italia o España se ha extendido tan rápidamente. Será que los mediterráneos del sur de Europa son menos higiénicos o que quizá su conducta, tan cercana a la nuestra, exhibe una falta de disciplina ante una crisis sanitaria como no ocurrió en Corea del Sur. Allí, pude comprobarlo in situ en febrero, los ciudadanos portan todos su mascarilla, las autoridades garantizan el acceso a alcohol en gel a la entrada de edificios, incluso de centros comerciales y servicios de transporte altamente peligrosos para el contagio, como el metro. Asimismo, los controles rutinarios de temperatura se realizaron tempranamente, algo que todavía no se ha implementado con éxito ni en Europa ni aquí en Uruguay. Y es que no estábamos preparados para esta crisis, será la respuesta más sencilla y lógica.

Tampoco lo estaban millones de sirios que pasaron de vivir en un país estable y con una clase media formada que podía soñar con una vida en Siria o un trabajo bien remunerado en el Golfo Pérsico, donde abunda el petróleo y los dólares pero escasea la mano de obra nacional calificada. Y sin embargo, dejamos que se convirtieran en los nuevos marginados del sistema. Errantes y vagabundos en tierras extrañas.

El covid-19 no requiere visados para viajar. Esperemos que ahora que tenemos tiempo para permanecer en casa, quietos y a la espera de cómo evoluciona esta crisis, no sólo en Uruguay sino a nivel mundial, sepamos comprender por qué no sirve encogerse de hombros ante los problemas mundiales. Puesto que somos ciudadanos globales, debemos comprometernos con los temas que aquejan al planeta, aquellos que nos golpean a todos sin razón de etnia, religión, sexo o procedencia geográfica.

Entretanto, a extremar precauciones,  aunque resulte increíble que se nos deba instar a algo tan de perogrullo como lavarse las manos frecuentemente.

Susana Mangana es directora de la Cátedra Permanente de Islam; Instituto de Sociedad y Religión, departamento de Humanidades; Universidad Católica del Uruguay.

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