Economía y Empresas > Negociación con los acreedores

Apostó y perdió: el mercado le cobró caro a Argentina su agresividad en la negociación de la deuda

Primero la provincia de Buenos Aires debió dar marcha atrás en su amenaza de default y luego Guzmán fracasó en su intento de canjear títulos por 1.500 millones de dólares. Ahora, los acreedores olfatean la debilidad.
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07 de febrero de 2020 a las 05:02

El gobierno argentino acaba de recibir un baño de realidad: el mercado le recordó que, no importa cuánta retórica despliegue sobre el tema de la deuda, a la hora de negociar la cosa no será tan sencilla como en los discursos.

Ocurre que, en apenas 24 horas, recibió dos duros bofetones que debilitaron notablemente su posición negociadora. Primero, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, fracasó en su intento de postergar tres meses el pago de un bono por US$ 250 millones. Y luego el ministro de economía, Martín Guzmán, fracasó en su propuesta de canje que le evitaría pagar vencimientos por 100.000 millones de pesos argentinos –unos US$ 1.500 millones– el 13 de febrero.

En ambos casos quedó al descubierto cierta falta de profesionalismo que irritó a los grandes jugadores del mercado, además de una excesiva confianza en la propia fuerza para negociar. Tanto fue así que los funcionarios agitaron el fantasma del default, pensando que eso asustaría a los acreedores, pero los grandes fondos de inversión no tuvieron problema en “cantar retruco” y aumentar a su vez la presión.

El resultado es que el gobierno quedó en una situación incómoda. Kicillof en particular debilitó mucho su fortaleza política y, por efecto colateral, terminó perjudicando también al gobierno nacional.

El argumento del gobernador bonaerense era que no tenía recursos para pagar el vencimiento por US$ 250 millones –una suma exigua para una provincia que produce el 40 por ciento del PBI nacional- y que no pensaba pedir un salvataje al gobierno nacional.

Agregó que, aun si tuviera el dinero, no tenía sentido continuar el cronograma de pagos provincial mientras la nación no hubiera resuelto su negociación. Y que recién cuando se hubiera llegado a un acuerdo a nivel país, se podría redefinir el cronograma de pagos para Buenos Aires, que sólo este año tiene vencimientos por unos 3.000 millones de dólares.

Luego, como para reforzar esa postura, el ministro de economía a nivel nacional, Martín Guzmán, dijo que él no estaba dispuesto a salir en rescate de la provincia.

El discurso implícito que sostenían los funcionarios del área económica era que los acreedores de Buenos Aires –que en su mayoría eran también inversores en la deuda nacional- no deberían jugar con fuego, porque un default provincial podría implicar una quita de capital más grande en la negociación grande.

Y todos recordaban que pocos días atrás, en el Foro internacional de Davos, un amigo de la casa, el Nobel de economía Joseph Stiglitz, había advertido que los acreedores de Argentina tenían que prepararse para afrontar grandes pérdidas de capital. Una frase que había sido interpretada como un favor a su ex alumno Guzmán, como para ir preparando el terreno previo a la negociación.

La retórica de Kicillof y el efecto boomerang

Para que la postergación en la fecha de pago del bono pudiera hacerse realidad, la condición era que un 75% de los acreedores manifestaran su conformidad. Se llegó a límite con apenas 26 por ciento de adhesión y Kicillof, todavía en una postura inflexible, dio una postergación del plazo. Se llegó al segundo plazo y el gobernador dio una nueva postergación, ahora aceptando hacer un pago por el 30% del capital.

Pero no hubo caso. Cuando la tercera fecha expiró, el gobernador no había logrado convencer a un grupo de acreedores duros, liderados por Fidelity, uno de los mayores fondos de inversión del mundo y con larga experiencia en negociaciones por problemas de emisiones de deudas soberanas.

Entonces ocurrió lo impensado: cuando todo el mundo creía que el gobernador iba a dejar que su provincia cayera en default y presentar la situación como un castigo a la inflexibilidad de los acreedores, Kicillof dijo que pagaría el vencimiento tal como estaba previsto originalmente.

La sorpresa fue tal que algunos canales de TV quedaron “en offside” porque ya habían preparado sus “zócalos” anunciando que la provincia había caído en default y tuvieron que corregir la situación al aire, en plena conferencia de prensa del gobernador.

La explicación de Kicillof fue que su propuesta había sido saboteada por un fondo de inversión que estaba jugando al default pensando que así fortalecería su negociación para la deuda nacional. Y que, para evitar un mal mayor, prefería pagar el total del bono. Como antes había dicho que no tenía dinero para saldar los 250 millones de dólares, explicó que había conseguido recursos propios gracias a la emisión de un título en pesos en el mercado local, que mostró su confianza.

Sin embargo, el discurso de Kicillof se convirtió de inmediato en un efecto boomerang. El exministro de hacienda, Hernán Lacunza, salió a contestarle y reveló que no era cierto que la recaudación por la emisión de letras le hubiesen dado nuevos recursos, porque esos $9.300 millones que el mercado le había prestado apenas compensaban vencimientos de letras emitidas anteriormente.

En definitiva, que el dinero que había usado para pagar el bono con los acreedores externos había salido de la caja que le había dejado la exgobernadora María Eugenia Vidal.

Para el discurso kirchnerista fue un duro golpe. De denunciar un quebranto financiero y amenazar con un default, se pasó a pagar en mejores condiciones que la que los bonistas estaban dispuestos a aceptar.

Guzmán, con más problemas

Kicillof ya era motivo de memes en las redes sociales cuando llegó el segundo bofetón. Horas más tarde, se cumplió el plazo para aceptar el canje propuesto por el ministro Guzmán. Y la aceptación fue de apenas 10 por ciento.

Es decir, tras el golpe político recibido en la provincia, ahora el gobierno nacional se enfrentaba a una rotunda negativa del mercado a aceptar un canje en condiciones que consideró desventajosas. Como el vencimiento es en pesos, no hay riesgo de default –siempre se puede recurrir al Banco Central- pero Guzmán debe encontrar la forma de que esos 100.000 millones de pesos argentinos que estarán girando en la economía no vayan a alimentar la fogata inflacionaria.

A esa altura, las críticas abundaban y se hacían en voz alta, tanto en la City porteña como en las redes y los medios de comunicación.

“El ‘real money’ le mandó un mensaje a Guzmán, mostrándole que la negociación va a ser mucho más dura de lo que piensan y aceptarán menos quita de la que piensan”, apuntó un informe de la consultora Economía & Regiones.

Entre los argumentos más escuchados estaban el de la falta de diálogo y el juego a presionar a los acreedores a tomar decisiones contrarreloj. Del otro lado del mostrador, había peces gordos del mundo de las finanzas, como los fondos Blackrock y Templeton y Pimco, a los que no les gusta que los apuren con planteos agresivos.

El hecho de que el canje del bono se hubiese propuesto un viernes a las 18 horas, con la pretensión de que la aceptación se hiciera el lunes siguiente fue considerada o bien como una provocación o bien como una muestra de desconocimiento sobre cómo funciona el mercado.

Otros acusan a Guzmán de intentar una quita de capital encubierta de una manera inconsulta.

En definitiva, las críticas apuntaron no tanto al intento de reperfilar los pagos –algo que todos los acreedores tienen asumido que ocurrirá- sino a la manera agresiva de negociar que muestran los funcionarios argentinos.

De hecho, se está hablando sobre una revisión en el estilo de comunicación que tiene el gobierno hacia el mercado de capitales, de manera de evitar que estas situaciones se repitan.

Bien con la diplomacia, mal con el mercado

Como consecuencia de estos traspiés, la postura negociadora de Argentina por la deuda quedó debilitada. Se había querido convencer que la no aceptación a las propuestas perjudicaría a los bonistas, pero ahora, lejos de esa situación, se está hablando sobre una mayor dureza de los acreedores para aceptar quitas de capital.
Y, de hecho, el mercado festejó con una suba en las cotizaciones de los bonos argentinos, que tuvieron alzas de hasta 7% en los dos días posteriores, augurando una mejor chance negociadora para los inversores.
La cuenta que hacen en el mercado es que, a fin de año, los bonos argentinos cotizaban a 44% de su valor nominal, lo que implicaba que los inversores estaban reconociendo lo inevitable de una quita de capital. Y que, si hubiese una propuesta del gobierno argentino que implicara un recorte de 35%, los fondos de inversión aceptarían, porque implicaría un buen resultado respecto de la valuación actual del mercado.
Pero la forma en que se condujeron los funcionarios cambió esa situación y ahora, olfateando debilidad, los acreedores pedirán más.
Los traspiés en el mercado contrastan con el éxito político que logró Alberto Fernández en su gira por Europa, donde logró que los grandes líderes, desde Angela Merkel hasta Emmanuel Macron, pasando por el Papa Francisco, manifestaran su apoyo a Argentina.
El presidente espera que esos gestos retóricos se manifiesten en votos positivos en el directorio del Fondo Monetario Internacional, que observa de cerca la negociación con los acreedores privados.
Pero Fernández sabe que la cancha diplomática es apenas uno de los escenarios de la pelea, y tal vez no el principal. No por casualidad, en una charla académica en París, cuando le preguntaron por qué se cultivaba el secretismo respecto de la negociación de deuda, contestó: “No contamos nuestro plan porque estamos en plena negociación, jugando al poker y no con chicos”. 

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