De un tiempo a esta parte, se ha hecho común –en Uruguay y en el mundo- las presentaciones ante la prensa en la cual distintos actores políticos o sociales hacen una declaración y no admiten preguntas de los periodistas.
En ese sentido, la tan esperada conferencia de prensa del presidente Luis Lacalle Pou el sábado a la noche fue algo más que eso. Pero no mucho más.
Para la expectativa que había creada y para la magnitud del caso y de las explicaciones pendientes, la conferencia dejó gusto a muy poco.
Tras una declaración inicial de ocho minutos y medio, Lacalle abrió el micrófono para recibir preguntas. Respondió apenas cuatro y allí se anunció el fin de la convocatoria. El tiempo destinado a la formulación de las interrogantes y a las respuestas del presidente, fue de apenas siete minutos y medio.
¿Siete minutos para explicar la caída de dos ministros, un subsecretario y el asesor más cercano al propio presidente?
Muchos medios que estaban presentes el sábado en la Torre Ejecutiva se quedaron sin poder preguntar. Entre ellos El Observador, La Diaria, El País, Subrayado y Telenoche. Todos ellos tenían allí a sus periodistas, pero debieron retirarse sin haber hecho su aporte.
Una verdadera conferencia de prensa debería tener una extensión más razonable, nunca menos de veinte minutos. Lo ideal sería que todos los medios presentes pudieran hacer al menos una pregunta. No son tantos. Por la cantidad de medios existentes hoy en el país, cualquier conferencia por mínima que sea debería tener unas diez o doce preguntas. Cuatro parece poco, poquísimo, y anoche quedó claro.
Para peor, el modo en que están organizadas estas convocatorias de la Presidencia -que viene desde la pandemia-, está mucho más pensando en términos burocráticos que periodísticos.
Hay una lista de medios. El que preguntó en la conferencia anterior pasa al último lugar de la lista. O sea que plantear una interrogante en una conferencia sobre un tema menor, te puede privar de preguntar en la siguiente, que puede ser sobre un asunto más importante. Anoche, por ejemplo, El Observador y El País estaban en los puestos ocho y nueve.
El sistema, totalmente antiperiodístico, hace que pregunte el que le toca y no el que tiene una duda acuciante que plantear.
Además, ya de pique está establecido que se permitirán pocas preguntas. Por lo general son seis. Ayer fueron todavía menos: solo cuatro.
Es evidente, además, que también debería existir un margen para que quien preguntó pueda repreguntar si considera que lo contestado eludió la interrogante planteada.
Y los periodistas deberían cuidarse de hacer una única pregunta bien concreta y no una cadena de interrogantes que luego habilita a que se respondan las partes que más convienen y se eludan las más incómodas.
El resultado de anoche estuvo acorde a lo que se describe. En términos globales, fue muy pobre. El presidente pudo haber despejado todas las dudas que existen, pero no lo hizo.
La mayoría de los periodistas presentes se fue a la casa sin preguntar y el presidente se retiró dejando una cantidad de interrogantes que todavía hoy están pendientes de una respuesta.