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Blancos en las puertas del poder pese a la persistente pérdida de votos

En los últimos 15 años el Partido Nacional dejó por el camino casi 8% de sufragios; la izquierda bajó unos 11 puntos en ese período
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31 de octubre de 2019 a las 05:03

Dicen que el poder desgasta. Pero, según advertía el influyente político italiano Giuilio Andreotti –que de mandar y de perpetuarse en las alturas no se cansaba–, el poder desgasta al que no lo tiene. En el Frente Amplio y en el Partido Nacional confirmaron, tras la elección del domingo que, analizadas fríamente, ambas premisas son ciertas.  Pero la política en Uruguay parece estar volviéndose cada vez más impredecible y, como las personas, los números son los números y sus circunstancias.

Es verdad que en los últimos 15 años tanto la izquierda como los blancos padecieron un deterioro muy importante en el respaldo popular. Sin embargo, como fue dicho, la particularidad de cada jalón histórico se torna inapelable: pese a que los nacionalistas protagonizaron este domingo la peor votación de las últimas cuatro elecciones, nunca antes estuvieron tan cerca de desplazar al Frente Amplio en el balotaje del próximo 24 de noviembre. Y esto ocurre no solo gracias al desplome de la izquierda sino también a una fragmentación del sistema político que termina beneficiando al candidato presidencial blanco Luis Lacalle Pou.

El sorpresivo surgimiento de Cabildo Abierto encabezado por el exgeneral Guido Manini Ríos ha sido tan exitoso (10,9%) que conmovió al sistema tradicional de partidos. Los analistas afirman que el excomandante se nutrió mayormente de nacionalistas de derecha y de lúmpenes marginados sin demasiado interés en la política que en elecciones anteriores habían optado por el Frente Amplio. Pero vengan de donde vengan los apoyos, Manini ya convocó a votar a Lacalle Pou, y también lo hizo el colorado Ernesto Talvi que, tras alentar esperanzas de resurgimiento, con un 12,3% de los sufragios fue una de las desilusiones de esta elección (en los pasados comicios Pedro Bordaberry había obtenido un 12,9%).

El favoritismo nacionalista ocurre no solo gracias al desplome de la izquierda sino también a una fragmentación del sistema político que termina beneficiando al candidato presidencial blanco Luis Lacalle Pou.

Aunque la deriva de los votantes tiene razones que la matemática desconoce, una suma simple de los votos de las tres fuerzas de la nueva coalición (51,8%) fortalece a Lacalle Pou. En cambio, con el 39, 2% alcanzado por el frenteamplista Daniel Martínez, la izquierda deberá rascar y rascar en esos bloques si quiere dar pelea.

Antecedentes

Más de 17% de votos aunados le costó a frenteamplistas y blancos el poder y el no poder de estos 15 años de mandar y de oponerse hasta llegar a la realidad surgida de las urnas el pasado domingo.

En esa tarea de convencer votantes, ambas colectividades habían tocado su cumbre la noche del día 31 de octubre de 2004, una noche que no fue cualquiera para el Uruguay, su política, su sociedad y sus instituciones. Aquella primavera se desplomó el poder casi hegemónico del Partido Colorado, el Frente Amplio llegó al gobierno en el que todavía permanece tras 15 años de gestión y el Partido Nacional ratificó su papel de principal colectividad opositora. Desde entonces, frenteamplistas y blancos se habían repartido votos y roles dejando a los colorados en un lejísimo tercer plano, y apenas permitiendo el crecimiento del Partido Independiente y de otras agrupaciones de menor porte.

En 2004 la suma de los sufragios alcanzados por el Frente Amplio (50,45%) y el Partido Nacional (35,15%) llegaron a una cifra cercana al 86%. Tabaré Vázquez ganó sin necesidad de una segunda vuelta y los blancos encabezados por Jorge Larrañaga obtuvieron una de las mejores votaciones de su historia.

Pero en las alturas y en el llano el trasvase de votos comenzó a minar al oficialismo y a su principal adversario.

En 2009, debido fundamentalmente al subidón del Partido Colorado (que pasó del 10% obtenido en 2004 a un 17,2% con la candidatura de Pedro Bordaberry), José Mujica mantuvo la mayoría parlamentaria (47,9%) pero ya no pudo evitar el balotaje, y Luis Alberto Lacalle tuvo una pobrísima votación (29,7%) aunque aún por encima de la que el nieto de Herrera había obtenido en 1999 (22,5).

En total, la suma de frenteamplistas y blancos se desplomó del 86% al 77,6%.

Según analistas, la diversidad de siglas en el panorama político por muestra una clara tendencia a la atomización y a la decadencia de la fidelidad a las grandes colectividades

En las elecciones de 2014, volvió Tabaré Vázquez, se mantuvieron las mayorías parlamentarias para el Frente Amplio (47,8%) y llegó Luis Lacalle Pou como líder de los blancos (30,8%). La suma esa vez reflejó un leve repunte (78,6%), pero ninguno de los dos partidos pareció capitalizar la nueva caída de las adhesiones del Partido Colorado (12,9%).

Hasta que llegó la noche del domingo pasado. Además de la aparición de Manini Ríos, el Parlamento tendrá un diputado electo por el Partido de la Gente (PG) y otro por el Partido Ecologista Radical Intransigente (PERI). El Partido Independiente (PI) perdió su senador y mantuvo un diputado. También perdió su representante en la cámara baja la Unidad Popular (UP), en tanto que al Partido Verde Animalista (PVA) del singular Gustavo Salle no le dio para entrar al Palacio Legislativo. Frenteamplistas (39,2%) y blancos (28,6%) sumaron 67,8% de los votos, lejos de aquel 86% del 2004.

Según analistas, la diversidad de siglas en el panorama político por muestra una clara tendencia a la atomización y a la decadencia de la fidelidad a las grandes colectividades. La atomización, ese mal tan temido por los grandes bloques partidarios tradicionales, raramente ha parido buenas experiencias en el mundo de los últimos años. Y el advenimiento de las ultraderechas tuvo su réplica en Uruguay con el surgimiento de Cabildo Abierto, un movimiento en donde abundan los nostálgicos de la dictadura, los desconfiados de los inmigrantes y los partidarios de la mano bruta contra la delincuencia.

Los desgarros que han padecido mayormente blancos y frenteamplistas en las últimas elecciones preocupan a quienes consideran que los partidos grandes y asentados le garantizan estabilidad a la democracia. Sin embargo, otras personas como el sociólogo Ignacio Zuasnábar opinan que esa fragmentación está lejos de ser negativa porque “siempre es bueno que haya actores que logren canalizar adentro del sistema democrático las insatisfacciones ciudadanas”, según dijo a El País el director de la empresas Equipos.

Augurios

En otro orden de cosas, pero sin ir demasiado lejos, los resultados de la noche de este domingo mostraron que los grandes líderes también se equivocan cuando intentan predecir la política.

La obstinada permanencia del Partido Nacional como principal fuerza opositora, echa una y otra vez por tierra aquel pronóstico del general Líber Seregni quien en la década de los 80 vaticinó que las fuerzas políticas en Uruguay se dividirían en dos grandes bloques. Seregni pensaba, acertadamente, en el Frente Amplio, y, erróneamente, en el Partido Colorado. Por otro lado, tras la crisis de 2002, cuando la suerte le empezó a ser esquiva al Partido Colorado, el entonces presidente Jorge Batlle auguró en una reunión con correligionarios que el Frente Amplio gobernaría 15 años seguidos y que, entonces, sería barrido del poder junto al resurgir del batllismo.

Talvi, su hijo político, no pudo cumplirle la segunda parte de la profecía. Por lo pronto, los colorados, en todo caso, solo serán invitados a la mesa donde se corta el bacalao. Falta nada más que un mes para conocer si lo profetizado por Batlle acerca de la suerte del Frente Amplio se vuelve realidad como los números parecen indicar o si los votantes le dan otro mentís a las palabras del fallecido presidente y le cargan una nueva vida a la persistente travesía de la izquierda.

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