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Bolonia, la ciudad docta y gorda

Es una de las urbes medievales italianas mejor conservadas, tiene la universidad más antigua del mundo, un gran patrimonio histórico y una pintoresca gastronomía
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28 de julio de 2018 a las 05:00
Bolonia no suele estar dentro de los circuitos turísticos tradicionales. Pero bien vale la pena tenerla en cuenta y tomarse un tiempito para conocerla. Esta ciudad de la región de Emilia-Romaña, en el norte de Italia y con casi 400 mil habitantes, es una de las urbes medievales mejor conservadas y posee el segundo casco antiguo de esa época más grande de Europa, después del de Venecia.

En ella se fundó en 1088 la primera universidad del mundo occidental, es sede de las fábricas de autos Lamborghini y de motos Ducati, ha sido clave para los movimientos obreros europeos y, como todo lugar italiano que se precie de tal, destaca en el sector gastronómico. De Bolonia son originarios, por ejemplo, la mortadela, la tagliatelle y los tortellinis.

La ciudad es también conocida por sus torres, a tal punto que durante el medioevo era llamada –además de docta, por la universidad, y de grassa (gorda), por la comida– como la torreada. Construidas en los siglos XII y XIII, numerosas torres pulularon en toda su extensión y en la actualidad se conservan unas pocas. Las más famosas son las dos torres que se ubican en el centro, le Due Torri, la Garisenda y la Asinelli, esta última la más alta con 98 metros y 498 escalones.

Ambas tienen una inclinación respecto a la vertical y pueden ser vistas desde cualquier punto de la ciudad. Subir la Asinelli es una gran experiencia, además de cansadora, por supuesto. En lo alto tiene un mirador y ofrece una vista espectacular de Bolonia, que se despliega a sus pies con el predominante color terracota de los tejados .

Allí cerca el caminante se topa con la Piazza Maggiore, en la que no solo está el palacio comunal, sino también la imponente Basílica de San Petronio, dedicada al patrón de la urbe, y construida entre el siglo XIV y XV. Sus 132 metros de largo, 60 de ancho y una altura de la cúpula de 45 metros hacen de ella la quinta iglesia más grande del mundo. Impresiona el tamaño de la fachada –aún incompleta–, además de su estilo y arquitectura, de preeminencia gótica.

La altura de las naves y los grandes vitrales hacen que el espacio interior se vea muy luminoso y amplio. Si se llegara a encontrar con muchos turistas alineados mirando al piso, no se sorprenda. Están contemplando la línea meridiana, un reloj de sol, considerad el más grande del planeta. El astrónomo Gian Domenico Cassini la diseñó en 1655, y recorre 66 metros del suelo del templo.

Plaza Mayor
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Porticada

Por una de las entradas de la plaza mayor luce la fuente de Neptuno, terminada en 1565; alta, imponente, elegante. Para su construcción se tiró abajo una cuadra entera. Es tan grande que los boloñeses le dicen Il Gigante. Enfrente se yergue la biblioteca pública Salaborsa, antes Palazzo d'Accursio, en el que ejercía el gobierno local. No dude en entrar. Son de esos sitios que sorprenden por el buen gusto, lo bien que parecen funcionar, por lo agradable de sus pasillos.

Con su estructura modernista, de hierro fundido y vidrio del siglo XIX, donde un piso de cristal expone capas de antiguos asentamientos, cuenta con áreas multimedia que exhiben no solo libros sino también audiolibros, videos, diarios, revistas, mapas y bancos de datos, y hasta maquetas de la ciudad.

Que nunca falte merodear por las zonas adyacentes, llenas de calles empedradas, múltiples restaurantes, plazas encantadoras, palacios varios, iglesias por doquier, innumerables museos y galerías, edificios con amplias entradas a los patios interiores.

Como buena urbe antigua, contaba con murallas que la rodeaban. Hoy quedan algunos vestigios de ellas pero sí se conservan, y muy bien, las diferentes entradas –puertas que se asemejan a las de los castillos– por donde se ingresaba a la zona urbana.

Bolonia también ha sido conocida como la porticada. Es que en ella se distribuyen 37 kilómetros de pórticos en el casco antiguo –unos 50 kilómetros en toda la ciudad–, con el pórtico de San Luca como el más largo del mundo con sus 3.500 metros de longitud y sus 666 arcadas, desde la Puerta de Zaragoza hasta la Iglesia de San Luca. Caminar por Bolonia es hacerlo debajo de los pórticos constantemente; casi no se encuentran veredas que no estén recubiertas por esta arquitectura.

La docta

¿Y por qué la docta? Es que allí nació la Universidad de Bolonia, la más antigua del mundo occidental con 930 años, y que inspiró a otras de Europa, como la de Oxford, París o Salamanca. Hoy en sus aulas estudian unos 100 mil estudiantes repartidos en 23 facultades y la sede central actual se ubica al noreste del centro.

Pero el edificio más emblemático –que funcionó entre 1563 y 1803–, de dos pisos, se encuentra un poco más metido en el ruido, cercano a la Piazza Maggiore, y no es visible a la distancia; queda camuflado entre los pórticos y a él se llega por una entrada muy parecida a cualquier otra. Llevaba el nombre de Archiginnasio de Bolonia y en nuestros días alberga la Biblioteca Comunal del Archiginnasio. Destaca el patio interior empedrado de buenas dimensiones y sobre uno de los lados se levanta una torre con reloj y campanario, que corresponde a la antigua iglesia de Santa Maria dei Bulgari. Alrededor, en la planta baja, galerías con 30 arcos porticados distribuidos en los cuatro costados y ventanales en el piso superior. Por todos lados, como plaga, pegados uno al lado del otro, se amontonan escudos de armas –pintados y esculpidos en paredes y techos– de las familias de los estudiantes que pasaron por la universidad.

Por momentos parece desprolijo, pero resulta muy pintoresco. Pasar por sus aulas era lo más prestigioso que había y, bueno, había que dejarlo en evidencia. Ese complejo heráldico posee 7.000 escudos de armas.

Este centro educativo presenta dos escaleras principales que conducen a la planta de arriba, donde se impartían las clases. Se subían esos escalones según lo que aplicaras. Los juristas, los que estudiaban derecho civil y canónico, contaban con una escalera exclusiva para ellos que los conducían a sus salones. La otra escalera era para el resto de los alumnos, los llamados artistas, los estudiosos de medicina, filosofía, aritmética, astronomía, lógica, retórica, gramática y teología.

Los que seguían medicina tenían la suerte de asistir a clases en el teatro anatómico, una preciosa sala construida en forma de anfiteatro recubierta completamente con madera de abeto, con techo adornado de casetones y decorada en sus costados con estatuas, como las de Hipócrates y Galeno, una al lado de la otra. El espacio es presidido por una cátedra, donde se sentaba el profesor; y en el medio, una cama de mármol donde se colocaban los cuerpos humanos para el estudio de la anatomía. Vale la pena pagar los € 3 que cobran por ingresar a esta sala.

Después de todo esto, bien merece sentarse en cualquier restaurante y pedir una picada de mortadela y queso parmigiano reggiano, seguir con unos tortellinis a la boloñesa o tagliatelle al ragú, y terminar con un delicioso tiramisú o un buen gelato. Y todo bien regado con un vino lambrusco o sangiovese. La dolce vita.

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