Fútbol > EL TAPADO DE LA FECHA

Bryan Olivera: el hijo de inmigrante uruguayos en EEUU que salvó a Fénix del descenso

El volante de Fénix defendió a más de ocho equipos repartidos en cinco países diferentes
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06 de noviembre de 2018 a las 05:04

Con tan solo 24 años a Bryan Olivera le calza el traje de trotamundos como a pocos. El autor del segundo gol de Fénix, para la salvación del descenso, pasó por varios países en busca de afianzarse en el fútbol.

Su historia comenzó en Estados Unidos, más precisamente en su Fort Lauderdale natal. “Mis padres se conocieron allá, mi padre vivía hacía tiempo y mi madre llegó junto a su familia”, recordó el jugador, que pisó tierra uruguaya a sus dos años de vida.

Cuando decidieron regresar se asentaron en Florida, en donde comenzó a jugar al baby fútbol.

“Mis viejos tenían una estancia allá. Siempre tuvieron un buen pasar económico pero nunca me dieron de más, siempre me dieron lo que necesitaba y nada más”, comentó Olivera, quien se pasó toda su infancia, como buen uruguayo, jugando al fútbol.

Su pasión por la pelota la lleva desde su nacimiento. Su padre, Washington Olivera le dejó en la sangre una herencia futbolística enorme ya que vistió, entre las décadas del 70 y 80, los colores de Nacional, Wanderers, Peñarol, Puebla de México, O’Higgins, Cobreloa, Everton, Provincial Osorno, Deportes Iquique y la selección uruguaya.  

Comenzó vistiendo la camiseta de Mendoza Grande en Florida. Su infancia estuvo repartida entre ese departamento y Maldonado, en donde también tenía familia. Ya con ocho años comenzó a divertirse en Alumni de Montevideo y siempre se las revolvió solo.

“A esa edad me tomaba el ómnibus, me bajaba en Tres Cruces, ahí me tomaba el 370 y me iba hasta la cancha o sino a la casa de Raúl Canero, el expresidente del club”, aseguró el futbolista.

A los 12 años se asentó e Maldonado para jugar en Ituzaingó y a los 13 pasó a cancha de 11. Si bien Danubio, Nacional y Peñarol demostraron interés en él, su padre le dio la palabra a Arturo del Campo que cuando el gurí estuviera pronto iba a llevarlo al equipo franjeado.

“Fueron épocas complicadas porque tenía que viajar seguido a Montevideo, estaba en cuarto de liceo y no me daba el tiempo para todo. Empecé a bajar el rendimiento en los estudios y terminado el año decidí volverme, porque además no tenía los minutos que quería. Yo solo quería jugar al futbol y divertirme y no estaba haciendo nada de eso”, aseguró el volante de creación.

 Si bien pasó por un bajón anímico en ningún momento pensó en dejar el fútbol y apenas regresó a Maldonado terminó disputando algunos partidos en Atenas de San Carlos.

“Con 16 años me llegó la chance de irme a Italia para fichar por Reggina. Estuve dos meses tratando de tramitar el pasaporte europeo pero como no me salió, el club me dejó entrenar pero no confió y me tuve que volver”, agregó.

Regresó a Uruguay y el destino le puso enfrente a uno de sus grandes maestros: Julio Ribas. En 2010 el entrenador preguntó por él y el jugador decidió ir a Deportivo Maldonado.

“Fue el que me formó como futbolista. Con tantas idas y vueltas mi aprendizaje siempre fue muy intermitente. De jugar poco, de acá para allá, entonces la formación que me faltó me la dio él”, aseguró.

El entrenador siempre se caracterizó por su exigencia y particular forma de dirigir a sus equipos. “Me volvía loco, pero hoy se lo agradezco”, agregó Olivera, quien vivió en carne propia los tantos cuentos que escribió el Gladiador.

“Me hacía jugar fuera de posición, me hacía marcar, me hacía saltar a cabecear con Marcelo De Souza que era jugador del plantel en ese entonces. También mandaba a algún compañero a darme alguna patadita para ver mis reacciones, para ver si aguantaba. Yo en ese momento me calentaba y un par de veces tuve reacciones de pegar pelotazos para afuera y Julio me mandaba a ducharme”, recordó entre risas el volante.

Tiempo más tarde comenzó a valorar las acciones de Ribas: “Yo no sabía pero él me estaba enseñando a tener autocontrol”.

En Deportivo Maldonado hizo la pretemporada y cuando fue a firmar contrato no se llegó a un acuerdo por diferencias económicas. Pero el DT se la jugó, habló con los dirigentes y logró que lo mantuvieran en el equipo sin un vínculo legal entre las partes.

“Jugué todos los partidos que no eran oficiales y el torneo Punta Cup. Julio y los directivos se portaron muy bien conmigo”, comentó.

Una vez que finalizó el año volvió a cambiar de destino y nuevamente pisó Italia, pero en esa oportunidad, ya con pasaporte en mano, para jugar en Genoa.

“Jugué dos temporadas en el equipo Primavera y entrenaba casi todas las semanas con el plantel principal. Tenía 17 años y compartía vestuario con Alberto Gilardino, Kakha Kaladze, Sébastien Frey y Rodrigo Palacio, que me apadrinó y me ayudó muchísimo. Los italianos son bastantes cerrados pero siempre me llevé bien con todo el mundo. Me trataron todos muy bien y con muchísimo respeto”, detalló Olivera.

Durante los primeros meses en Genoa estuvo acompañado de su familia, hasta que logró conseguir el pasaporte europeo, y el resto de su estadía la pasó solo. Si bien se sentía cómodo en el equipo, el fútbol le tenía preparado un nuevo destino. Regresó a Uruguay en 2013 y fichó por Defensor Sporting.

“Hice la pretemporada con el primer equipo, cuando dirigía Tabaré Silva, pero cuando arrancó el campeonato no tuve la oportunidad de jugar. Bajaba a Tercera y siempre esperé la chance, pero no llegó”, comentó Olivera, quien además recuerda que ese equipo estaba lleno de fenómenos en su posición, como Nicolás Olivera, Giorgian De Arrascaeta y Felipe Gedóz, entre otros.

“Me costó un montón la readaptación. No solo en lo futbolístico, sino que pasé mucho tiempo lejos de mi familia y de mis amigos, entonces cuando volví me costó enfocarme 100% en el fútbol. Había extrañado mucho y quería estar con ellos”, agregó.

Una vez que cerró su etapa violeta el trotamundos siguió recorriendo destinos. “En Fluminense me fue bien, jugué el primer año en la sub 20 y ganamos varios títulos. Me comparaban con Darío Conca y subí primera con una ilusión tremenda, pero a medida que iban pasando los partidos y aparecían lesiones y tarjetas amarillas de mis compañeros y yo no jugaba, me di cuenta que el tema no era por mi rendimiento sino por una cuestión interna”, comentó.

El equipo brasileño lo envió a préstamo a Los Ángeles Galaxy II, el equipo reserva, y logró ganar el título de la Conferencia Oeste jugando todos los partidos.

“Nunca había vuelto a EEUU después que nos fuimos. Me gustó mucho, me pareció otro mundo. El fútbol estadounidense tiene una escuela inglesa, no tan fuerte pero es de la misma rama. Ahí encontré la continuidad que no tenía en Brasil”, aseguró.

Terminó el último semestre de 2015 y regresó a Brasil, pensando que iba a tener una buena chance, pero se encontró con lo mismo. Pasaron algunos meses, se fue a Canadá para jugar cedido en Ottawa Fury de la NASL y después de tanto recorrido le llegó el momento de debutar en Primera.

“Cada vez que me tocaba partir pensaba ‘porque no me quedo, quiero afianzarme y no me quiero mover más’, pero por algo se dan las cosas”, comentó Olivera.

Una vez que finalizó el préstamo regresó a Fluminense y decidió no renovar contrato. Fue ahí que luego de estar casi un año parado, sin equipo, Jorge Chijane lo arrimó a Fénix, en donde se encontró con lo que buscaba y con Juan Ramón Carrasco.  

“Es un gran personaje y tiene muchas cosas buenas que si el jugador las agarra de entrada lo potencia un montón. A mí me agarró con otra cabeza y el autocontrol me ayudó un montón. que este año gracias a Carrasco pude explotar otra virtud que es la velocidad. Gracias a él descubrí mi velocidad. Él insistía mucho el cambio de ritmo, y yo lo tenía pero nunca me había dado cuenta”, aseguró el mediocampista ofensivo, que como buen dirigido por Carrasco, tuvo que abandonar la cancha por no cumplir con una jugada preparada.

“Contra Liverpool arranqué jugando y venía haciendo un buen partido y en el entretiempo me sacó porque teníamos una jugada detallada y en vez de pasarla tomé la decisión de pegarle al arco. En el entretiempo me lo dijo, me lo recalcó, yo me quedé callado, lo acepté y tomó la decisión de sacarme. Después hablé con él, me hizo saber lo que pensaba y quedó todo bien. No quedó ningún rencor, al contrario, después me bancó y con él jugué siempre”, contó.

Olivera tuvo que pasar por más de ocho equipos, repartidos entre cinco países, para poder encontrar la regularidad que le dio su fútbol en Fénix. Frente a Torque fue muy importante convirtiendo el segundo gol para su equipo que le dio el respiro final para no descender a Segunda.

“Fui de menos a más en el Campeonato y lo cerré de buena manera, lo que me da mucha más tranquilidad. Logramos el objetivo grupo de dejar a Fénix en Primera y el individual de hacer lo que siempre quise, jugar al fútbol sin parar”, contó el jugador.

Una vez que cierre 2018 finalizará su contrato con el conjunto capurrense y seguirá peleando por lograr la estabilidad buscada, por un verdadero trotamundos del fútbol.

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