Año 2014, un niño de 11 años entra en emergencia luego de intentar suicidarse. Las agresiones por parte de sus compañeros de colegio lo desbordaron. Era fanático de My Little Pony. Un mes más tarde a Grayson Bruce, de nueve años, le prohibieron la entrada en el colegio por andar con una mochila de la misma serie. ¿Hechos impactantes? Sí. ¿Nuevos? No.
La noticia del primer caso probablemente impactó de distintas formas sobre la mirada de las personas que la recibieron a través de algún medio de comunicación. Pero en el dramaturgo español Paco Bezerra ese hecho funcionó como una suerte de disparador para escribir una obra de teatro que abriera camino a la reflexión y planteara más preguntas que respuestas. Porque, en definitiva, si fuera tan sencillo establecer la verdad detrás de por qué un niño puede querer terminar con su vida por ser víctima de bullying, se extinguirían este tipo de agresiones de algún modo. Pero como el problema de raíz excede la esfera de lo evidente, los productos artísticos pueden convocar al pensamiento sensible desde un lugar mucho más profundo.
Así surge Mi pequeño poni, una pieza que se estrenó por primera vez en 2016 en España; se desarrolló durante los años siguientes en países del mundo como Chipre, Grecia, Alemania, Argentina, China, Polonia e Inglaterra; se realizará en Finlandia y Suiza y, ahora, se desarrolla en Uruguay bajo la dirección de la española Natalia Menéndez, y la producción y escenario de Teatro El Galpón.
Juampi tiene 10 años y unas ganas tremendas de ser auténtico con sus emociones. Ama su mochila de My Little Pony y, aunque más de 200 compañeros de colegio se ríen de él por eso, por nada del mundo quiere despojarse de ella. Su padre es un idealista y su madre una mujer que entendió que en la vida, es mejor ir del lado de la mayoría, para no hacer mucho ruido ni llamar la atención.
Ninguno de los dos adultos que conforman la esfera familiar del niño sabe la realidad que vive su hijo. Hasta que, a mitad de año, el director del colegio los llama para hablar.
A Juan Pablo lo agreden física y verbalmente, lo burlan, lo humillan, lo hostigan. Algunos ejercen la agresión directa, otros contemplan. ¿El culpable? Según las autoridades del colegio es él. El niño llama la atención con esa mochila estridente y caballitos de colores, afirman desde la institución. La madre asiente.
Pero la obra no se trata precisamente de Juampi, sino de todos los esquemas que lo rodean. Mi pequeño poni deja en evidencia a dos padres en una pugna constante sobre lo que creen que es mejor para su hijo y, de fondo, un debate moral constante sobre lo que está bien y lo que está mal, lo que es normal y lo que no.
“Juampi ya está en edad de saber qué es lo normal”, dice en un momento dado Irene, la mamá. Precisamente, el conflicto por encima de toda la obra es el de ser normal o no serlo, el pertenecer a la mayoría o no pertenecer. “Todos somos diferentes y todos tenemos cosas que nos diferencian de los demás. Algunos no nos avergonzamos de nuestras diferencias y las decimos, sin miedo a que piensen que somos raros. Pero mucha otra gente, a pesar de saberse diferente, quiere parecerse normal. Pero la sociedad está estructurada de una forma que cada vez se va rompiendo más, sobre todo en temas de género, de lo que es femenino o masculino, o del juego de clases que dice quién tiene dinero y quién no, por ejemplo. Todo eso se va difuminando”, reflexionó Bezarra.
Para la directora, “el teatro se trata de poner sobre la mesa muchas interrogantes que te muevan y no desde un lugar que se asemeje a una crónica periodística, sino que lo hace con cierta poética”. Por eso, El pequeño poni se aleja estrictamente de los casos reales de niños hostigados y plantea un nuevo escenario, donde el hecho no es la materia prima sino la excusa para generar distintos niveles de razonamiento y reflexión.
“El mundo está lleno de ruido, sobre todo ahora con las fake news, Internet y las opiniones que vienen de todas partes, porque todo el mundo tiene algo para decir de todo”, dijo el dramaturgo que distinguió el rol de las artes escénicas entre todo ese bullicio. “El teatro es un oasis, un producto de silencio durante más de una hora. Y esta obra en ningún caso quiere dar una solución, solo intenta plantear las cosas de una manera que sea interesante para que quede en algún lugar del cerebro y que cuando se vayan a su casa, esa obra siga viva en la medida en que esas preguntas permanezcan vigentes”, concluyó.
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