La decisión de las autoridades chinas de Shanghái de extender los confinamientos por el covid-19 que comenzaron a fin de marzo ha provocado una serie de situaciones inéditas, como una mujer que por cuatro semanas hizo la cuarentena en una cabina telefónica, un anciano que fue trasladado con vida a la morgue (funeraria), y un profesor que está viviendo en la universidad donde trabajaba.
La cuarentena en Shanghái ya entró en su quinta semana y los nuevos casos de covid se cuentan por miles cada día. La estricta política china de Covid cero que impone duras restricciones y el aislamiento obligatorio de todos los casos del virus y de los contactos cercanos ya causó estragos en esta ciudad de 25 millones de habitantes, donde la gente no puede acceder a la atención médica esencial.
La mayoría de las más de 400 muertes de la última oleada fue de personas mayores con problemas de salud subyacentes, y se reportó que algunos geriátricos no estaban informando de las muertes.
La metrópoli de Shanghái reportó el domingo 727 nuevos casos de transmisión local y 6606 portadores asintomáticos, informó la comisión municipal de salud. La ciudad registró el domingo 32 muertes relacionadas con el covid-19, con una edad promedio de aproximadamente 84 años.
El hombre que pasó del geriátrico a la funeraria vivo
En medio de la presión que este brote y la cuarentena representan para el sistema médico y para el cuidado de ancianos, un caso que desató indignación mayúscula fue el de un anciano que estando vivo, fue trasladado por error de un geriátrico a una morgue, reportaron medios chinos estatales citados por Bloomberg.
Aunque luego el gobierno municipal confirmó el incidente y dijo que había iniciado una investigación, el error provocó la ira y la condena generalizadas de los chinos en las redes sociales.
En tanto, la residencia de ancianos se disculpó, el director fue destituido, así como tres funcionarios de asuntos civiles y desarrollo social, aseguró la Televisión Central de China.
Cuatro semanas en una cabina telefónica
Apenas empezó esta cuarentena a fin de marzo en Shanghái, una mujer se instaló en una cabina telefónica con su perro y durante cuatro semanas, los residentes encerrados en los edificios de enfrente la observaron, poniéndole hasta un apodo: "La diosa de la cabina telefónica".
La grabaron en videos, le enviaron comida y ella los saludaba. Cuando se acostaba, sus piernas sobresalían de la cabina, y a menudo caminaba unos cientos de metros con su perro.
La policía la visitó tres veces: en las primeras dos, los agentes dialogaron y se fueron pero en la tercera, la desalojaron y pese a la lluvia, tiraron sus cosas a la calle. Fue el pasado jueves a la noche, reportó el diario alemán FAZ. La mujer gritó, un policía le golpeó en la cara y la tiró al suelo. Ella abrazó a su mascota y huyó descalza sin que los vecinos, que siguen confinados, volvieran a verla.
Pese a la censura en las redes sociales y medios, la indignación de los habitantes de Shanghái se disparó con estos casos en vistas de que aún no hay plazos claros para acabar la cuarentena.
En una conferencia de prensa celebrada hoy, las autoridades aseguraron que están haciendo grandes esfuerzos en la sanitización, incluyendo el despliegue de 160 mil personas cada día para desinfectar 13 mil comunidades residenciales, citó Xinhua.
Confinarse en la universidad
En comparación, al profesor de derecho alemán Peter Ganea le va bien. Lleva siete semanas durmiendo en un catre en su despacho de la Universidad de Tongji de Shanghái porque no se le permite volver a su piso. Se higieniza en uno de los baños de la facultad, come lo que le sirve la universidad y para ejercitarse, corre arriba y abajo por los pisos del edificio, que no le permiten abandonar, reportó FAZ. Junto a él están encerradas otras 16 personas: estudiantes, personal de limpieza, de seguridad y administrativos.
Para ir al edificio vecino, Ganea tendría que obtener permisos de los funcionarios y ponerse un traje EPI completo que protege del covid. "Porque todo el mundo sabe que el virus se propaga especialmente bien al aire libre", apunta con sarcasmo.
El Cronista.