Anthony “el Gordo Tony” Salerno, capo de la familia Genovese durante la década de 1980

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Ciudad del miedo: la serie que muestra que todos los clichés del cine de mafiosos son ciertos

El documental –dividido en tres partes y estrenado por Netflix hace algunos días– cuenta cómo hizo el FBI para tumbar a las cinco familias más poderosas de Nueva York a fines del siglo XX
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11 de agosto de 2020 a las 05:05

Los trajes grises o azules. Los lentes negros. Las panzas guardadas entre los pliegues de las camisas finas. A veces, un habano en la boca. La reunión en el restaurante italiano. Los secuaces con cara de malos. El acento. Los apellidos. Los apodos. Los favores. El código de silencio. Las amenazas. El miedo.

Todos los clichés de la mafia están allí. A todos los hemos visto, alguna vez o cientos de veces, en la ficción. Desde El padrino hasta buena parte del cine de Martin Scorsese, el crimen organizado ha tenido tantas interpretaciones y retratos que muchos de sus códigos hoy nos parecen más propios de la construcción cultural que se ha hecho de estas familias mafiosas que de la realidad. Pero lo cierto es que era tal cual como nos lo contaron. Tal cual lo muestran los clichés.

O eso, al menos, es lo que parece querer decir Ciudad del miedo: Nueva York vs la mafia, una serie documental que Netflix estrenó hace algunos días y que pone el foco en un grupo de agentes del FBI que, en la década de 1970 y 1980, logró desbancar el imperio que cinco familias mafiosas tenían en esa ciudad. Sí, cinco, como las de la película de Francis Ford Coppola. Los Bonano, los Colombo, los Gambino, los Genovese y los Lucchese.

Los capítulos de esta nueva serie son tres. Las voces que los nutren, bastante más; en las entrevistas que forman parte de esta producción encabezada por Sam Hobkinson hay desde agentes encubiertos, hombres y mujeres encargados de las escuchas a los capos, infiltrados y hasta exintegrantes de estas familias que cuentan lo que pasaba del otro lado de la ley. La idea de los creadores de esta serie fue reconstruir un escenario pasado, casi mítico, en el que la mafia como organización tenía su hora de gloria y bajo sus órdenes a una ciudad maltratada, sumida en la violencia y la ruina, y que era muy distinta a como la conocemos hoy. Este objetivo se cumple, pero así como un negocio no muy redituable con algunos de estos capos, al finalizar la serie quedan cuentas pendientes. Algunas cuentas más, incluso, de las que les gustaría tener a los peces gordos que vemos moverse a sus anchas en pantalla.

Cinco padrinos

Hoy las cinco familias de Nueva York siguen activas. Tienen nuevos jefes, otras conexiones y un poder que es infinitamente menor al del pasado. Pero hubo una época en que todas las grandes matufias de una de las ciudades más efervescentes del mundo se relacionaban, tangencial o directamente, con sus negocios. Legítimos –unos pocos– o ilegales –la mayoría–.

En la Nueva York de hace 40 o 50 años, las ratas se apilaban en los tachos de basura, los incendios en los barrios menos favorecidos se sucedían, en los baldíos aparecía algún que otro cadáver diario y la inseguridad campeaba a sus anchas. En ese marco, y en el amanecer de la revolución de la construcción que llevó a la ciudad a empezar a edificar rascacielos sin parar, el crimen organizado hacía lo que quería. Tanto, que la alicaída policía y fiscalía de Nueva York se la jugaron con un último tiro: buscar la manera de conectar a los cinco capos en un único sistema criminal y, así, implementar la novedosa ley RICO –que permitía acusar a alguien por formar parte de una organización criminal o por conspirar u ordenar un crimen– para meterlos tras las rejas de una buena vez. Porque así como los clichés de la ficción nos han pintado al mafioso característico, también nos han dejado claro una cosa: que estos padrinos solo caen por crímenes menores y nunca por las actividades más pesadas.

Ciudad del miedo, entonces, es eso: un raconto de cómo los agentes del FBI y la fiscalía de la ciudad empezaron a colocar micrófonos en todas partes, a escuchar a estos criminales hora tras hora, y a conectar los delitos que, de alguna manera, los unían a todos. Suena tedioso, y seguramente el trabajo de campo para esta gente lo fue, pero la serie echa mano a una edición vertiginosa, material de archivo sin censura –hay bastante más sangre de lo que uno podría imaginar– y algunas entrevistas emocionantes –la del encargado de “microfonear” de manera encubierta las casas de los mafiosos, por ejemplo, es bastante insólita– que hacen que el retrato pase por delante de los ojos como una topadora.

En los hechos reales no hay spoilers, pero lo cierto que en épocas de sensibilidades exaltadas lo mejor es advertir que si no se quiere saber cómo termina la serie hay que dejar de leer este párrafo –y tampoco lea Wikipedia– y saltar al siguiente. El objetivo final de los investigadores es llevar a la corte a La Comisión, una especie de consejo directivo de mafiosos fundado por el célebre Lucky Luciano –padre de la mafia italoamericana moderna en Nueva York– en donde las cabezas de las familias discuten los negocios más cruentos. La última reunión de ese grupo aparece en el correr de los capítulos. También el final de su etapa de esplendor, que lo marca el juicio final que logran impulsar los fiscales contra los cinco capos.

Al margen de que en Ciudad del miedo el retrato de Nueva York es sumamente atractivo, fluye gracias a una edición precisa, revela algunos detalles que llaman la atención y se impulsa con imágenes granuladas que rascan la nostalgia y hacen acordar a Taxi Driver y otras películas similares, la serie comete algunos pecados maniqueístas a la hora de plantear su narrativa que pueden llegar a hacer un poco de ruido. Pasa, por ejemplo, cuando la figura de Rudy Giuliani –que por aquel entonces era fiscal de distrito y que luego utilizaría el éxito de su lucha contra la mafia para asegurarse un lugar como alcalde de la ciudad– aparece en pantalla. Giuliani se muestra como un ángel salvador, el héroe que la ciudad necesitaba y la serie nunca lo interpela. Es cierto que su gestión transformó Nueva York para bien, pero cada una de sus apariciones en el documental carga con un aroma a homenaje admirado que a algunos cuantos les hará rechinar las muelas. 

Pero al final, lo que cuenta es que el tiempo invertido en Ciudad del miedo se traduce en un estimulante paseo por el crimen organizado en una de las capitales del mundo y de la mano de algunos de los actores principales de su auge, caída y posterior construcción legendaria. Quizá la pregunta que queda planteada y molestando cuando los créditos finales aparecen es quién de los dos tuvo más peso e influencia en el otro: ¿la realidad en la ficción, o viceversa?

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