Gabriela Sánchez, Lucía Boiani y Carolina Ocampo son las autoras de estas tapas
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > libros

Está en la tapa del libro: el diseño editorial uruguayo crece y se arriesga más

Con las editoriales independientes como principales impulsoras, el diseño ha conquistado nuevo terreno en las portadas de los libros uruguayos
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06 de febrero de 2022 a las 05:05

El refrán dice que al libro no hay que juzgarlo por su portada, pero sin dudas que es la parte más atractiva de ellos en cuanto objeto. Quizás no lleguen al nivel de iconicidad de un afiche de película o de la tapa de un disco, pero una buena portada funciona como un llamador adecuado para el potencial lector, e invita a empezar a pasar las páginas. Claro que hay grandes textos con portadas olvidables, y libros mediocres con tapas alucinantes, pero desde hace ya un tiempo se acepta que las carátulas de los libros pueden ser también un espacio para la creación de una obra de arte.

Eso, por supuesto, también pasa en Uruguay, sobre todo al influjo de las editoriales locales independientes surgidas en las últimas dos décadas, en cuyas tapas –y en el diseño editorial en general: además de las portadas se incluyen las solapas, el resto de la cubierta y el interior– es ahora frecuente encontrar el trabajo de ilustradores, fotógrafos, diseñadores y artistas. Sellos como Criatura, Pez en el Hielo, Fardo y Estuario han abrazado una mayor variedad y han apostado por la mano de distintos profesionales para darle una identidad particular a cada una de las publicaciones que realizan, algo que sobre todo han enfatizado en los últimos años.

Esto ha generado a su vez una especie de frente común y una colaboración mutua que ha ayudado al desarrollo. Así lo resumió la ilustradora y diseñadora Gabriela Sánchez, responsable de tapas para las editoriales Fardo y Criatura: “Hace ya un par de años que la Cámara del Libro da un espacio a las editoras independientes en la clásica feria anual. Y la feria de arte impreso organizada por el colectivo Microutopías reúne desde hace tres años a una gran cantidad de creadores y mucha gente interesada en ver lo que está sucediendo. Además de hay otras ferias, colectivos y un movimiento autogestionado que va generando un entramado de diálogos, colaboraciones y espacios compartidos que ya son comunidad”

De todas maneras, no es que el diseño editorial haya tenido un destaque que nunca tuvo en cuanto al mercado editorial local. Uruguay tiene una larga historia de diseño gráfico, y hay trabajos muy bien valorados desde hace cuatro o cinco décadas, una época que ahora se está volviendo a tomar como referencia. Sin embargo, distintas personas vinculadas tanto al mundo editorial como al del diseño consideran que hay un mayor cuidado por esta área y una mayor diversidad y calidad que le ha dado más visibilidad.

Tapas de Rosa Mística (Lucía Boiani), Reinos (Gabriela Sánchez) y El origen de todo (Dani Scharf)

Así lo considera por ejemplo la diseñadora gráfica y responsable del blog especializado Mirá Mamá, Carolina Curbelo. “La tendencia uruguaya de mirar hacia afuera y no prestarle atención a lo que pasa acá se está revirtiendo, y eso se suma a que mejoró la calidad y a la libertad que tienen las publicaciones independientes. No estás atado a los caprichos de una multinacional o a tendencias internacionales. Las editoriales pequeñas no aspiran a tener un best seller, ni van a poner la foto de la película o la serie que se hizo sobre el libro para vender. Tampoco hay que adaptar tapas a otro idioma, ni el diseño tiene que ser más lineal para que lo entienda un mercado más amplio”.

Dirigirse a un público más acotado, entonces, le permite a este tipo de editoriales ser más arriesgada y apuntar a una mayor armonía entre las partes, generada por el vínculo entre la obra del escritor y la persona a cargo del diseño del libro.

Joaquín Di Lorenzi, responsable de la editorial Fardo, cree que actualmente se le presta más atención al diseño editorial, aunque matiza que la situación en Uruguay es particular y está lejos de ser la ideal. Di Lorenzi considera que hay una falta de profesionales que se dediquen específicamente al área, lo que tiene que ver con un círculo de causas: las editoriales pequeñas no facturan demasiado, y no reciben apoyo estatal como sucede en otra partes del mundo, y por lo tanto su personal es acotado, con una o dos personas encargándose de todo. Por otro lado, apuntó que hay más accesibilidad y disponibilidad de recursos para que las editoriales cuiden sus presentaciones.

“La forma en que un libro se presenta afecta directamente cómo nos relacionamos con él, cómo lo leemos, qué nos genera, cómo lo disfrutamos (o no). El diseño editorial tiene que estar muy cuidado y pensado para que el disfrute del objeto y la lectura sean óptimos”, explicó Di Lorenzi. “Hay una noción de las editoriales nuevas de prestarle atención a eso. Creo que si vas a hacer un libro en 2022 tenés que prestarle atención al objeto, además de al contenido, sino no tiene sentido, lo subís a internet y listo”.

Un aplauso para el diseñador

Las portadas de Visiones para Emma (Lucía Boiani), Ratas (Lucía Eluén) y Todo es amarillo (Gabriela Sánchez)

Por un lado, un interés por el cuidado integral de la obra y una intención de apostar al diseño. Por otro, lograr atraer la mirada del potencial lector. Esos son los grandes motivos por los que las editoriales más pequeñas prestan atención a lo que se ve en sus carátulas.

Para Curbelo, las editoriales trabajan con un criterio de colección, buscan crear una unidad estética entre sus distintas obras, e incluso asociar libros a través de la utilización de los trabajos de un mismo artista o de apelar a la misma técnica: la fotografía, el collage, o lo que sea. “Eso va atado a otros objetivos, no solo llamar la atención para la venta, sino generar una coherencia de las tapas con el interior. La tapa se entiende como parte de la obra”.

A eso, agrega, se suma un criterio general de dejar de apelar a las influencias extranjeras y recurrir a las uruguayas. Que los autores y los ilustradores sean del mismo país, compartan entorno y universo, o tener contratado a un diseñador de la casa que permita un criterio compartido entre las obras, es algo cada vez más habitual para estas editoriales.

Esa mayor presencia de los autores de tapas se refleja también en un mayor destaque para ellos en los créditos del libro y en los sitios web de las editoriales, con secciones específicas para las portadas y sus artistas. “Todo eso habla de una intención”, concluyó Curbelo. “Como ha sucedido en los últimos años con los libros infantiles, en los que el ilustrador ha tenido una mayor reivindicación y se lo ha puesto a la par del escritor, destacando que es un trabajo en conjunto, los ilustradores y diseñadores están más destacados”.

Lector, míreme

Tapa de La máquina de pensar en Gladys, a cargo de Matías Acosta

En paralelo a la intención artística, una de las razones por las que las tapas son apuestas importantes para las editoriales es la de su potencial para convencer al lector de que le dé una oportunidad al texto. Algo que parece obvio, pero que para las editoriales más pequeñas o independientes es todavía más necesario.

“Con la tapa buscamos atraer, que el libro sobresalga en la marea de libros que hay en cada librería. Que sin conocer al autor o la autora el libro te llame la atención, lo levantes y lo viches y pienses que tiene buena pinta”, explicó Di Lorenzi. “Mucha gente me dice, cuando les digo que compro libros solo por la tapa, que quizás el contenido no es bueno. Pero yo creo que cuando el exterior está cuidado, probablemente el contenido también, y en general me sale bien”, comentó.

La ilustradora Lucía Boiani es la responsable de diseño de las editoriales HUM y Estuario, que pertenecen a la misma casa. Empezó a trabajar allí en 2015, y está de acuerdo con el editor de Fardo de que una buena portada puede ser clave para que una empresa pequeña pelee el interés del lector en la vidriera de la librería. “Tiene que llamar la atención en esa lucha despareja con las multinacionales”. Y a eso se suma la nueva vidriera virtual, las redes sociales. “Es algo a lo que ahora también hay que prestarle atención, la portada tiene que llamar visualmente, porque si no pasa desapercibida y por lo tanto, el libro pasa desapercibido”.

Desde un punto de vista comercial, lo conveniente sería que una editorial imponga su marca por encima de los diseños puntuales. Que sean reconocibles sus obras por fuera del autor, como sucede con la editorial española Anagrama, por ejemplo. Julia Ortiz, editora de Criatura, considera que en su caso se buscó lo opuesto. “Es un camino más largo para generar ese reconocimiento, pero lo importante para nosotros era que cada libro tuviera su identidad. Ese siempre fue el objetivo de la editorial desde que empezó”, contó.

“Nos llevó tiempo encontrar el camino, pero desde que empezamos notamos que había tela para cortar en ese sentido, el del diseño, y con los años fuimos optando por que cada proyecto tuviera identidad, que el diseño de marca de la editorial no invadiera. La cubierta siempre tiene que estar liberada, y apostamos a artistas e ilustradores para que hicieran obras de arte en ese espacio, lo que lo hace más único y especifico”.

Con eso, Ortiz considera que se abre una ventana a lo desconocido. Es un plus para los libros, aunque como contrapartida, lo hace más “incontrolable”, porque la editorial no busca guiar a los artistas. “Son como intervenciones en las tapas de los libros”, apuntó.

¿Cómo se hace una tapa?

Tras la exposición de motivos y el planteo de un criterio, llega el momento de la verdad: el de diseñar un libro. El consenso entre los editores e ilustradores consultados es que se hace como un trabajo en conjunto a tres bandas: artista, editorial y autor, aunque el grado de incidencia de estos últimos y del sello va cambiando caso a caso.

Pero siempre, el punto de partida es la lectura. Gabriela Sánchez explica que “antes de esbozar cualquier cosa” es fundamental para ella haber pasado por el texto, para acercarse a los autores, lo que sumado a la charla con los editores genera una base de sensaciones, pasajes resaltados e imágenes sobre las que edificar el diseño. “Suelo resaltar fragmentos que me llaman la atención, pensar en cómo podrían verse y ponerlos en relaciones no lineales con otros fragmentos. Así trabajo en algunas versiones primarias para después enfocarme en una sola”, comentó la ilustradora, que suele llevar su trabajo a los autores cuando el proceso ya está más acabado.

Lucía Boiani, en tanto, ha tenido que desarrollar un sistema de lectura mecánica, buscando palabras y escenas a las que acudir en base al planteo del libro, para poder llevar de mejor manera la carga que le implica ser la diseñadora a tiempo completo de Estuario. “Con las reediciones sí suelo leer el libro completo. Otros autores vienen con ideas, sobre todo los de ensayos, como pasó con Los nombres propios, de Hugo Fontana, sobre Emir Rodríguez Monegal, que tenía que estar en la tapa, pero buscamos que no estuviera solamente la foto”.

El intercambio con el autor, afirmó, también es un elemento básico. “Para Ganar y perder, el libro de Jorge Alfonso, yo había dibujado un perro junto a un lápiz que imita a una víbora, pero el autor me dijo que se identificaba más con los gatos, lo cambiamos, y la verdad es que fue mucho mejor”.

La noción de que cada libro es único es algo que se comparte entre las editoriales. En el caso de Criatura, por ejemplo, eso se lleva incluso a que cada artista tiene la libertad de interpretar los textos con la técnica que gusten.

“Cada tapa es un desafío nuevo”, dice Julia Ortiz. “Cuando recurren al arte digital es fácil, pero por ejemplo, la tapa de Irse Yendo de Leonor Curtoisie, hecha por Agustina Fernández Raggio, es un óleo. Ahora vamos a publicar un libro infantil en el que el diseño de tapa se hizo con un grabado en tablas de madera, es una técnica de otro siglo, y nosotros tenemos en esos casos que ver como lo llevamos al papel”.

Más allá de la singularidad de cada tapa, lo cierto es que los artistas, fotógrafos y diseñadores tienen que tener en cuenta también la identidad estética de cada editorial. Joaquín Di Lorenzi explica que en el caso de Fardo se parte "siempre desde ahí, con los ilustradores que se eligen". "Además, siempre se busca un ilustrador que sintamos tiene que ver con la estética del libro”, asegura. Por otra parte, además de las distintas colecciones de cada editorial, se permite crear “mini colecciones” unidas por la estética de las tapas, poniendo como ejemplo los libros Ahora tendré que matarte, de Inés Bortagaray, y Todo es amarillo, de Irene Delponte, ambos ilustrados por Sánchez.

Boiani explica que en el caso de Estuario, esa “idea de colección está muy arraigada”, y representada por las rayitas que cubren las portadas de la mayoría de los libros del sello Hum, que cambian de formato dependiendo del género, y que se suman a otros detalles de diseño “que nadie mira”, comenta con una risa la diseñadora.

Eso, sin embargo, se está rompiendo. El libro Visiones para Emma, de Daniel Mella, marcó un quiebre con respecto a los diseños habituales, y abrió una puerta que ocasionalmente se puede volver a cruzar, como ocurrió con las reediciones de la obra de Marosa di Giorgio publicadas en 2021 por la editorial. “Son diseños que mantienen el criterio de la editorial pero agregan frescura”, comentó.

Esos trabajos también representan para ella el recorrido que ha tenido dentro del mundo del diseño editorial. “Al principio era más literal. Hasta 2017 fui más tímida, ya en 2018 me empecé a animar más con los diseños y a sentirme más identificada con lo que hacía. Ahora trato de ir a lo simbólico, de llevar la novela a conceptos, y esos conceptos llevarlos a objetos o situaciones para poder transmitir”.

Por su parte, Sánchez considera que su trabajo no se trata de una “traducción” del texto a una imagen. “Creo que tiene que ver más con la creación de una atmósfera sensible que complementa al texto, que charla con él de una forma multidireccional, abriendo espacios de imaginación. Así, el desafío es cómo enriquecer y habilitar líneas de fuga de ese mundo de palabras, con imágenes”.

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