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Crónica de una muerte no anunciada

Gianni Bianchi: "La decisión de Central Lanera Uruguaya de no recibir lanas por encima de 21 micras es un duro golpe, no solo para esos productores, sino para todo el rubro"
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29 de octubre de 2022 a las 03:48

Por Gianni Bianchi ([email protected]), especial para El Observador

La decisión de Central Lanera Uruguaya (CLU) de no recibir lanas por encima de 21 micras es un duro golpe, no solo para esos productores, sino para todo el rubro.

El resto de los operadores o no pasan cotización o es tan baja que los productores no venden.

En los hechos, se comprueba que lo que valía era la especialización productiva y no el eslogan del doble propósito tradicional, que paradojalmente fue el caballito de batalla mantenido siempre por todas las instituciones cercanas al rubro.

Basta recordar que uno de los (modestos) objetivos originales del Penro (Plan Estratégico Nacional del Rubro Ovino) planteaba reducir las lanas mayores a 28 micras a un 40% del total, cuando el país disponía de la tecnología para plantearse eliminar ese tipo de lana.

El Secretariado Uruguayo de la Lana (SUL) ha insistido en mantener en sus centros de transferencia tecnológica algunas majadas de razas inapropiadas si lo que se buscaba era difundir conocimientos sobre un producto (la lana) con expectativas de mantener cierto atractivo comercial.

El SUL y el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) han trabajado en la creación de dos razas prolíficas con 50% de genes Corriedale y Merilín, sin tener un fundamento convincente y desconociendo que en el país ya hay razas consolidadas internacionalmente como maternales y carniceras, cosa que ninguna de las dos razas “nuevas” y aún sin estabilizar ostentan.

Machaconamente han sostenido que con la selección genética se pueden afinar lanas gruesas, lo cual es cierto. Pero no han señalado con el mismo énfasis, que sería más rápido, más barato y más eficiente, avanzar en la absorción con el Dohne Merino, por ejemplo, que tan buenos resultados ha arrojado en algunas de sus propias evaluaciones.

Anualmente entregan premios a las cabañas que presentan mejores resultados en los índices de selección, se celebra la cantidad de animales que se suman al programa, pero no se considera que sólo tres de cada 10 productores compran carneros con DEP (Diferencia Esperada en la Progenie).

Como corolario, surge el Proyecto Corriedale 2030 presentado en el Prado hace dos años con la participación del INIA y del SUL. Una de las conclusiones finales fue y trascribo literalmente: 

“La realidad productiva resulta en importantes beneficios económicos para productores que eligen Corriedale 2030 para producir ovinos”.

Esa afirmación, si bien es una triste ironía hoy, era ya descabellada y antojadiza en 2020 (y aun bastante antes). Recordarla hoy debería invitarnos a reflexionar sobre la responsabilidad y el rigor de instituciones y técnicos.

Porque lo cierto es que desde hace ya varias décadas se sabe sin lugar a dudas que determinados tipos de lanas tenían sus días contados y era urgente la reconversión. Ningún técnico vinculado al sector puede afirmar que desconocía ese pronóstico. Sin embargo, muchos de ellos siguen aplaudiendo y apareciendo en las fotos de prensa de las exposiciones junto a grandes campeones de casi 30 micras. Puedo entender que quienes tengan intereses económicos con determinada raza utilicen estrategias para defender su negocio particular, pero lo que me resulta inaceptable es que lo hagan desde cargos en los que se supone están en representación de todo un rubro.

Se ha dicho como una suerte de excusa que es el productor quien elige la raza, pero no es menos cierto que los técnicos tienen la responsabilidad de dar mensajes que sean acordes con la realidad productiva salvaguardando el interés de todos los productores. Esa responsabilidad es infinitamente mayor en los cargos directrices. Un buen ejemplo es la valiosa iniciativa de impulsar el Merino superfino.

La piola se corta por el lado más fino y los perjudicados son los productores, gente de trabajo que creyó en el mensaje dominante.

¡Cuánto tiempo se perdió y cuántos productores quedaron por el camino!

Pedir disculpas no cambia los hechos, pero sería un acto de honestidad intelectual destacable. Una buena forma de hacerlo sería rápidamente ofrecer soluciones reales a quienes hoy se ven perjudicados por los silencios de ayer.

Nota del autor: se agradece la lectura, comentarios y mejoras realizadas al manuscrito original por el colega Gustavo Garibotto

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