Diego Battiste

Cuando la necesaria autocrítica se disfraza de chivos expiatorios

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10 de octubre de 2020 a las 05:03

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En un escenario polarizado, en el que las recientes elecciones dejaron heridas abiertas y resentimientos apenas disimulados (tanto hacia afuera como hacia adentro de los propios partidos), a las fuerzas políticas les cuesta mucho hacer autocrítica. Esto sucede porque existe la falsa concepción de que repasar los hechos y detectar errores o insuficiencias puede ser visto por los ciudadanos como una señal de debilidad.

Pero los ciudadanos no solo somos autómatas que votan; si bien muchos actúan ciegamente al influjo de lo que dicta su fuerza política y buscan argumentos tirados de los pelos para defender su color político sin importar qué pasó, buena parte de los uruguayos respetan a quien hace autocrítica igual que respetan a quien pide disculpas por un error cometido, en la familia, en el grupo de amigos o en el trabajo. Claro que pedir perdón no es fácil para casi nadie y por eso mismo es una actitud que quien ejerce el pensamiento crítico, valora.

Una autocrítica honesta y sistematizada, algo así como un proceso de trabajo que se corre cada cierto tiempo en un partido o un gobierno, sería una práctica tan o más productiva que las auditorías formales. Revisar lo que se hizo, cómo se hizo, qué falló y qué se podría haber hecho es tan importante como resaltar los éxitos. Contrario a lo que suele pensarse, es una muestra de madurez política que la ciudadanía cada vez valora más, según evalúan quienes estudian estos fenómenos.

Además, es una efectiva estrategia de comunicación, sobre todo en tiempos en que el que va perdiendo siempre le echa la culpa a “los medios”.

Luego de 15 años en el gobierno y 30 dirigiendo el destino de Montevideo, el Frente Amplio (FA) se tomó casi un año para hacer algo parecido a una autocrítica que, sin embargo, se queda corta y recurre a chivos expiatorios para explicar la derrota a nivel nacional. El problema aquí no es tanto el tiempo que tardó, considerando que la etapa electoral acaba de cerrarse y que en este esquema político duro que sigue prevaleciendo en los partidos uruguayos, criticarse equivale a “cortarse las patas” cuando todavía hay chance. Disiento con esta actitud, porque la autocrítica bien hecha y comunicada puede ser tan positiva y sumadora de votos como la mejor de las estrategias políticas.

Los nuevos líderes son, o deberían ser, más transparentes, más dispuestos a aceptar la vulnerabilidad ajena y propia, más conscientes de que los mejores equipos se construyen con personalidades en algunos casos radicalmente opuestas

El FA tiene las herramientas y procesos para hacer una autocrítica sólida, pero hasta ahora se quedó corto. El documento que se hizo público hace pocos días provino de la comisión de Evaluación y Autocrítica que ya venía trabajando sobre el tema y que tomó insumos de las bases y sectores. Allí se señalan algunos factores centrales que explican la derrota: la "desacumulación" política (pasan los años y estar en el poder desgasta), la falta de coordinación entre el gobierno y el partido, el descuido de la ética y el proceso errático por el que se eligió a la compañera de fórmula de Daniel Martínez, Graciela Villar.

Como ejemplo de falta de coordinación mencionan la decisión de Vázquez de decretar la esencialidad en la educación, en 2015, sin consultar a la fuerza política. Si bien en ese momento hubo frenteamplistas muy molestos, es altamente improbable que ese sentir se haya trasladado hasta fines de 2019, cuando fue el momento de votar.

Donde este esbozo de autocrítica pone el dedo en la llaga es en la decisión consciente del partido y sus principales figuras de mirar para el costado cuando se dieron hechos graves que pusieron en duda la ética del gobierno. Pero lo hace de una forma tibia, sin nombrar a nadie. Solamente se señala: "No nos puede volver a pasar que actuemos a destiempo".

Lo más parecido a caudillos que quedan por estos días son también los personajes más controvertidos: Julio Sanguinetti y José Mujica

El elefante en la sala, que no se nombra a pesar de su tamaño, es el exvicepresidente Raúl Sendic, que renunció en setiembre de 2017 después de meses de idas y vueltas y con escasa o nula crítica dentro de su partido. "Las más de las veces nuestra reacción fue defender al compañero a rajatabla o aceptar de plano, como buena, su versión", dice el documento del FA.

Todavía hay chance de recalcular. Este documento (que se titula "Balance, evaluación crítica, autocrítica y perspectivas") es el punto de partida para la discusión que se prevé se dará en el Plenario Nacional el 17 de octubre. El presidente del FA, Javier Miranda, dio algún paso hacia la autocrítica cuando declaró al portal Mejor Dicho que hubo una “cuota de soberbia” que influyó en la derrota. “Perdés porque no sos capaz de escuchar, porque no sos capaz de ver otras visiones. El ejercicio regular del poder también te hace perder capacidad de escucha: te convencés de tu propia fortaleza y vas perdiendo mirada más global, escuchás menos”. Su análisis es realista y lo que describe afecta a todos los gobiernos y organizaciones en algún momento, o siempre. No se traduce, sin embargo, en el documento autocrítico.

Andrés Lima, intendente electo de Salto (uno de los tres departamentos en los que ganó el FA), también se refirió a la falta de autocrítica, en particular relacionada a la seguridad y comparó la gestión nacional con la de su departamento, en la que se aceptaron errores y se pidió ayuda. “Yo no escuché a nadie del (anterior) gobierno decir: 'Nos hemos equivocado' en el tema de la seguridad, 'no hemos podido dar respuestas'. Una de las razones que nos llevaron a perder fue la falta de autocrítica en el ejercicio del gobierno y no tener los oídos atentos a los reclamos de la población”, dijo.

Se habla mucho de liderazgo en estos días, tal vez porque los verdaderos líderes –que no siempre son los más visibles– se testean en tiempos de crisis. Los nuevos líderes son, o deberían ser, más transparentes, más dispuestos a aceptar la vulnerabilidad ajena y propia, más conscientes de que los mejores equipos se construyen con personalidades en algunos casos radicalmente opuestas. No hay razón para pensar aquello que como trabajadores o integrantes de cualquier grupo valoramos, no sería válido para el líder político al que apoyaríamos en una elección.

"Perdés porque no sos capaz de escuchar, porque no sos capaz de ver otras visiones. El ejercicio regular del poder también te hace perder capacidad de escucha: te convencés de tu propia fortaleza y vas perdiendo mirada más global, escuchás menos". Javier Miranda, presidente del Frente Amplio

Venimos de una tradición de caudillismos que viene decayendo. Ya no hay Herreras, ni Batlles, ni Wilsons. Lo más parecido a caudillos que quedan por estos días son también los personajes más controvertidos: Julio Sanguinetti y José Mujica. Si bien concitan apoyos fieles, también suman rechazos férreos.

Incluso en el Partido Nacional, donde esta herencia todavía se traduce en una generación de políticos que tiene nuevamente un presidente en el poder, Luis Lacalle Pou ha evolucionado positivamente en la forma en que ejerce su liderazgo; eso es claro si se comparan sus actitudes en las dos últimas campañas y, sobre todo, en el estilo que ha mantenido en estos siete meses de gobierno en medio de circunstancias únicas.

La ausencia de autocrítica es lo que prevalece hoy en la política uruguaya y lo que ha signado la historia de los partidos antes tradicionales. Ahora mismo en la coalición de gobierno ya hay ejemplos que demuestran lo que cuesta la marcha atrás y la disculpa. Un ejemplo extremo es el del director del INDA, Ignacio Elgue, de Cabildo Abierto. En la campaña se despachó agresivamente en redes sociales contra cualquiera que no pensara como él. La cuenta fue borrada pero en internet nada se pierde: “Metido en el culo, mandadero viejo” (referido a un cargamento de droga), “muchas ganas de coger” (antes el tuit “¿Qué hay detrás de un embarazo antes de los 15?”) y más.

Entrevistado en el programa Desayunos informales aceptó que su tono era agresivo pero dijo que esa era una época en la que era militante. Luego se enojó y acusó a los periodistas de haberle tendido una trampa. Algo tan simple y humano como admitir el error y pedir disculpas a los involucrados se transformó en un nuevo ataque y así persisten viejas formas de hacer política, por mencionar solo un ejemplo.

La autocrítica auténtica deriva en resultados que siempre son positivos, aunque en el camino haya dolores y horrores, porque supone una evolución. La autocrítica sesgada, recostada en chivos expiatorios y que no genera propuestas que impulsen cambios profundos, es solo un ejercicio que deja a la vista los tira y aflojes de los partidos y los enfrentamientos inútiles que muchos ciudadanos ya no queremos justificar.

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