Adolfo Garcé

Adolfo Garcé

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

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Del 2005 al 2015

Análisis del politólogo Adolfo Garcé
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07 de octubre de 2015 a las 05:00

En octubre de 2005, cuando publicamos con Jaime Yaffé la segunda edición de La Era Progresista, era bastante obvio que el FA no iba a tener mayores problemas para culminar con éxito su primer gobierno y, por ende, para lograr ser reelecto en el 2009. Vázquez se encontraba en el clímax de su poder. El FA tenía, en temas muy relevantes, una hoja de ruta claramente establecida. La economía, que se encontraba en plena fase de expansión (alentada por un entorno internacional y regional muy favorable), hacía posible avanzar en la promesa más importante de todas para un partido de izquierda: la de conciliar el crecimiento económico con el abatimiento de la pobreza y la redistribución del ingreso. Su alianza con los sindicatos, forjada en décadas de oposición sistemática a los gobiernos colorados y blancos, le daba un margen adicional de maniobra para administrar las demandas.

Diez años después es mucho más difícil vislumbrar cómo culminará el tercer gobierno frenteamplista, y cómo lo evaluará la ciudadanía cuando llegue el momento de votar. En primer lugar, el liderazgo de Tabaré Vázquez muestra grietas. Hace una década, luego de haber llevado al FA a ganar en primera vuelta, ejercía una enorme autoridad sobre la interna. La rápida puesta en marcha de sus principales promesas (desde la puesta en marcha del Plan de Emergencia a la búsqueda de los detenidos-desaparecidos, pasando por la confirmación de Danilo Astori como Ministro de Economía y Finanzas), junto a su cauteloso estilo de liderazgo, le permitieron confirmar rápidamente la imagen de gobernante solvente que había dejado durante sus años de intendente de Montevideo. En estos primeros meses de su segunda presidencia viene dejando otra imagen. En temas demasiado importantes no logró ejercer su liderazgo o envió señales demasiado confusas (ANTEL Arena, esencialidad en la educación, TISA).

En segundo lugar, la hoja de ruta del partido de gobierno no está tan claramente delineada como hace diez años. Durante su primer gobierno Vázquez tenía prioridades muy bien definidas, entre las que se destacaban la atención a la emergencia social, las reformas tributaria y del sistema de salud y el cumplimiento del artículo cuarto de la Ley de Caducidad. Durante estos meses de su segunda presidencia, Vázquez no ha logrado avanzar significativamente en ninguna de sus promesas. Su fracaso más notorio se registra en la política educativa. La reforma de la educación, uno de sus caballitos de batalla durante la campaña, sigue sin aparecer más allá de declaraciones muy generales sobre “el cambio en el ADN” y de buenas intenciones como las que, todo el tiempo, demuestra un comprometidísimo Fernando Filgueira desde la subsecretaría del Ministerio de Educación y Cultura (MEC). Cada vez me parece más claro que, para concretar innovaciones de relieve, el presidente deberá poner al frente del Codicen líderes alineados con la visión de las autoridades del MEC.

La economía se viene enfriando mucho más rápidamente de lo que la mayoría de los expertos anunciaban hace un año. Al shock externo adverso se suman restricciones internas muy difíciles de remontar (elevado déficit fiscal y rigidez en el mercado laboral público y privado). La promesa de conciliar crecimiento y redistribución, en este contexto, se vuelve mucho más difícil de cumplir. La demostración más clara de esto es que para comprar un poco de paz con los sindicatos de la enseñanza en la recta final de la elaboración del presupuesto, el FA ha optado por restar recursos a una de las promesas electorales más ambiciosas y resonantes realizadas por Vázquez durante el 2014: el establecimiento de un Sistema Nacional de Cuidados.

La alianza con los sindicatos que tanto contribuyó a la gobernabilidad durante el primer gobierno de Vázquez viene crujiendo por la base. La cúpula sindical, que no pierde de vista su alianza estratégica con el FA, se esfuerza en moderar las demandas de los trabajadores. Pero no siempre lo logra. No es que le falta inteligencia o capacidad de liderazgo. Es que no le puede resultar sencillo dejar atrás décadas de discursos y de gimnasia acerca de la “independencia del movimiento sindical”. Si lo hiciera, es decir, si se apartara de su propia tradición, correría el riesgo de alentar la multiplicación del síndrome de Adeom y de Fenapes.

Por supuesto, es demasiado temprano para decretar el fracaso de este gobierno. Todavía falta mucho. Cuando huele el peligro de perder el poder, el FA se las ingenia para reaccionar. El tramo final de la gestión de Ana Olivera en la IMM (desde la conformación de la Concertación en adelante) es una demostración muy clara de los recursos políticos y humanos del FA, y de su capacidad de recuperación. Pero el comienzo del “tercer acto” de la Era Progresista es realmente poco auspicioso. Vázquez está a tiempo de dar un golpe de timón. Pero si todo sigue así, la oposición, que emergió tan conflictuada y desanimada de las elecciones nacionales de octubre y noviembre de 2014, tendrá una oportunidad real de desafiar al predomino de la izquierda dentro de cuatro años.

Por cierto, para ello tendrá que hacer algo más que criticar. Tendrá que ser capaz, además, de construir una alternativa creíble. Pero dejemos esto para otro día.

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

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