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Divorcios, escándalos, hijos no reconocidos: los demonios familiares de Diego Maradona

La vida privada del 10 fue de todo menos privada y tuvo varios episodios que pusieron su imagen al borde del abismo
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26 de noviembre de 2020 a las 05:02

Había dos. Todos sabían que había dos. Y tenía que ser así: el mito, la leyenda, no había salido de un repollo. No había sido cosa de generación espontánea. El tipo, aunque suene como la simplificación más impertinente y facilista, era en definitiva humano. Una persona llena de demonios agitados por la admiración mundial que adentro de la cancha, con la pelota atada al botín, comprendía cabalmente como domarlos. Pero que afuera no podía, no encontraba la manera de ahuyentar. Así, a caballo de dos identidades –Diego y Maradona– se convirtió luego en lo que fue: una supernova que se llevó puesto todo por delante. Al fútbol, al número 10, a un país entero, a un mundial glorioso en el 86, y, por supuesto, a su familia. Porque si algo queda después de los 60 años que Diego Armando Maradona pasó en el planeta Tierra, además de la estela gloriosa que arrastra su leyenda, son las cenizas de una vida que generó idolatría y rechazo a partes iguales. Y que marcó varias vidas para bien y para mal.

“Con Diego iría hasta el fin del mundo; con Maradona no daría un paso”, dice su preparador físico y confidente Fernando Signorini en el documental Diego Maradona (2019), del inglés Asif Kapadia. Y tiene sentido que una de las personas que más lo conoció, que lo impulsó al máximo rendimiento físico, que lo “limpió” en épocas donde la mano venía complicada, lo vea así. Porque así, en definitiva, es como lo vivió su círculo íntimo: mientras que dentro de la cancha lo veían volar, consagrarse, ser el Diego de la gente y el rey del fútbol, afuera eran testigos de cómo se despedazaba poco a poco. Y de cómo despedazaba a los demás en el proceso.

No diríamos nada nuevo si citáramos en esta nota algunas de sus tantos escándalos con la cocaína, su peor compañera de vida. Y tampoco diríamos nada nuevo si recuperáramos los numerosos líos familiares, sexuales y amorosos que fueron vox populi, que se documentaron en cuanto programa de chimentos surgía de debajo de las piedras y que terminaron ventilando la imagen que fue decisiva para expulsar a muchos de su círculo de acólitos. Pero de alguna manera es pertinente rescatarlos. Forman parte de lo que fue. De lo que se fue.

Porque Maradona también fue el show, la contradicción, la cámara constante y la disputa. Fue la relación con Claudia Villafañe, fue su amor por “las nenas” –Dalma, Giannina–, y fue La Tota y los potreros de Villa Fiorito. Fue la familia quebrada, las legiones de hijos no reconocidos y, más tarde, reconocidos a la fuerza. Fue las balas de aire comprimido disparadas a los periodistas que acampaban afuera de su casa, la Iglesia Maradoniana, el culto napolitano, el objeto de deseo de Emir Kusturica, las reuniones con Fidel Castro, con Hugo Chávez, su juramento al Che y los codazos con Menem. Fue todo eso y más porque Diego Maradona, en algún punto, fue el reality show más argentino de todos. Fue la imagen de un país. Muchos argentinos se dieron cuenta hoy, luego de la noticia, y lo postearon en sus redes. Se dieron cuenta, al final, de que Maradona fue Argentina.

Una historia de amor que terminó en guerra

Diego y Claudia se casaron en el Luna Park. Fue una boda fastuosa, llena de excesos, pompas y tules. El Diego y La Claudia. Habían sido novios desde adolescentes, en la pobreza de Villa Fiorito. En aquella época él ya decía que Claudia era la mujer de su vida y ella aceptó dejar todo por él. Como los matrimonios de antes, de mucho antes. Fue el 7 de noviembre de 1989. Todavía hoy se recuerda el vestido de Claudia, ostentoso, extravagante. Recuerda Vanity Fair que el vestido, de reina, fue un diseño de Elsa Serrano, de manga larga y una cola eterna, para el que se usaron 800 cristales de roca, 1500 piedras preciosas y 5 kilos de canutillos de cristal llegados de Francia. Además, Claudia usó una tiara de oro blanco, diamantes y perlas engarzadas.

Diego y Claudia ya eran padres de Dalma Nerea y Giannina Dinorah, “las nenas”, las dos luces de sus ojos. Dalma, la primera, llegó el 2 de abril de 1987, y Giannina, el clon de Diego, el 16 de mayo de 1989.

Pero todo eso que de afuera se veía inmejorable, puertas adentro llegó a ser un infierno. Y un día Claudia no aguantó más. Después de perdonar una y otra infidelidad, hijos por fuera del matrimonio, drogas, alcohol y abusos, cerró la puerta.

El 7 de marzo de 2003 pasó lo impensable: Claudia presentó la demanda de divorcio que ya no tendría vuelta atrás. El cuento de hadas se había terminado. Alegó abandono de hogar, pidió la tenencia de sus hijas –ya adolescentes en ese entonces– y una cuota alimentaria para mantenerlas. Pero según recuerdan las crónicas de la época, Diego no estaba al tanto de la demanda hasta que un día, a fines de ese mismo mes, la noticia llegó a Cuba, donde estaba internado intentando una vez más, rehabilitarse de su adicción a la cocaína. Maradona insistía con su “amor” hacia Claudia mientras desfilaban mujeres por sus dormitorios. Claudia lo sabía, todos lo sabían. Había hijos no reconocidos de esos romances, aunque él solo reconocía a “las nenas”.

Las hijas de Diego fueron muchas veces sus salvavidas. Lo arrancaron de la noche, le aguantaron los berrinches y las abstinencias, y se enfrentaron a la mayoría de sus parejas, con Verónica Ojeda y Rocío Oliva a la cabeza.

El Diego y las nenas fueron y vinieron incontables veces. Se pelearon, se insultaron públicamente, se detestaron y se adoraron. Las diferencias llegaron hasta la ausencia de Maradona en el casamiento de su hija mayor. Pero con el tiempo, como todo, los problemas se suavizaron y sus hijas estaban intentando acompañarlo en sus momentos duros de los últimos días.

Para celebrar su cumpleaños 60, el pasado 30 de octubre, Giannina publicó un mensaje que hoy parece una premonición: "Lo disfruté en cada etapa de mi vida, algunas veces más cerca que hoy pero menos lejos que mañana. Mi gran ejemplo de todo lo que sí y todo lo que no. A quien admiro, ayer, hoy y siempre. Quien me enseñó a perdonar, a perdonarme. A perderme para volver a encontrarme y a empezar de nuevo".

Maradona vs. Villafañe

En 2015 Maradona empezó un extenso y acalorado cruce legal con Claudia Villafañe. El jugador la demandó luego de que en 2014 realizara una auditoría de sus bienes y propiedades y determinara la ausencia de seis millones de dólares.

Así fue que inició la demanda por fraude, estafa y malversación de patrimonio contra Villafañe, a quien Maradona acusó de “ladrona”, que involucraba la desaparición de 300 objetos, de propiedades en Argentina y Estados Unidos, y de cuentas bancarias en Argentina y en el BROU uruguayo.

El juicio fue en simultáneo en Buenos Aires y Miami, enfrentó a Maradona con sus hijas, aunque luego se reconciliaron, y hasta julio de este año, seguía en curso, con la justicia argentina determinando el inicio de un nuevo procedimiento de investigación a Villafañe, luego de que se revocara el sobreseimiento establecido en primera instancia.

Las demandas de paternidad

Hasta la década de 1990, al hablar de la descendencia de Maradona se hablaba de “las nenas”, por las que Diego juró que no consumía ninguna droga. Dalma y Giannina fueron durante mucho tiempo las únicas hijas del astro argentino, hasta que comenzaron a llegar las demandas por paternidad, que fueron ampliando progresivamente a la prole del 10.

“Mis hijas legítimas son Dalma y Gianinna. Los demás son hijos de la plata o de la equivocación”, dijo alguna vez Maradona. El primero en aparecer fue Diego Junior, hijo del futbolista con la italiana Cristina Sinagra, y fruto de una relación extramarital durante su período en Nápoles que, durante años, el argentino no reconoció.

En 1992, la justicia italiana, luego de que Maradona se negara a hacerse las pruebas de ADN, confirmó la paternidad, y obligó al deportista a pagarle una mensualidad a su hijo, que con el tiempo desarrolló una discreta carrera como futbolista y como jugador de fútbol playa. A pesar de la sentencia legal, Maradona no lo reconoció oficialmente durante años, y llegó a decir: “Un juez me obligó a darle dinero, pero no puede obligarme a sentir amor por él”. Fue en 2005.

En 2003 se encontraron por primera vez, y con el paso del tiempo el vínculo se fue afianzando, al punto que en 2016 lo reconoció oficialmente como su hijo. Ese mismo año, Diego Jr. Participó en el Bailando por un sueño.

La segunda demanda tuvo lugar en 1999, y generó una situación similar: Maradona se negó en cinco oportunidades a hacerse la prueba de ADN, y la justicia le adjudicó la paternidad de una niña llamada Jana, hija de Valeria Sabalain, a la que reconoció oficialmente en 2015, luego de que Jana fuera a buscarlo a un gimnasio en Buenos Aires.

En 2013 nació su último hijo, Diego Fernando, a través de la relación entre Maradona y Verónica Ojeda. Sin embargo, hay al menos otros seis jóvenes que aseguran ser hijos del deportista: cuatro en Cuba, supuestamente engendrados cuando Maradona fue a la isla a someterse a un tratamiento médico, un joven argentino que inició una demanda de filiación pero que no tuvo novedades hasta ahora, y finalmente, una mujer italiana. En estos dos últimos casos, el portal argentino Infobae establecía en 2019 que Maradona estaba dispuesto a realizarse las pruebas de ADN, pero murió sin que hubiera novedades.

(Producción: Paula Scorza, Nicolás Tabárez, Emanuel Bremermann)

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